UNA BUTTERFLY INOLVIDABLE
      Por Ismael
      González Cabral. Crítico
      Musical.
      
      Córdoba, 29 de noviembre de 2003. Gran Teatro. G. Puccini: Madame
      Butterfly. Mina Tasca, M Butterfly. Annamaria Popescu, Suzuki. Mª Dolores
      García, Mrs Pinkerton. Alfredo Portilla, B.F. Pinkerton. Antonio
      Salvadori, Sharpless. Eduardo Santamaria, Goro. Antonio Gandía, Principe
      Yamadori. Alfonso Echevarría, el tio Bonzo. Lindsay Kemp, dirección escénica
      y vestuario. Giuliano Spinelli, escenografía. Quico Gutierrez, iluminación.
      Coro de Ópera "CajaSur". Alexandre Dolgov, director del coro.
      Orquesta de Córdoba. Angelo Cavallaro, director. Una coproducción del
      Palacio de Festivales de Cantabria y Gran Teatro de Córdoba con la
      colaboración del Palau Altea.
      Tuvieron suerte los que pudieron
      contemplar esta Madame Butterfly. Tanto los cordobeses, como los
      santanderinos, han tenido la oportunidad de ver en sus respectivas
      ciudades, una de las grandes producciones operísticas de la temporada.
      Desde luego, en lo que atañe a Córdoba, esta Butterfly quedará,
      seguramente por mucho tiempo, como una cima a superar.
      
      Acometer el montaje de una ópera no es una tarea sencilla. Son muchos los
      involucrados, y muy delicadas las tareas de cada uno. Hacer que todo,
      absolutamente todo, funcione, como sucedió aquí, no es algo, que pase
      con frecuencia.
      
      Si hay algo, que por encima de otras consideraciones, merezca figurar en
      primer plano a la hora de hablar de esta producción, es la dirección escénica
      y la escenografía, de Lindsay Kemp y Giulano Spinelli, respectivamente.
      El primero, más conocido como coreógrafo y hombre de danza, vislumbró
      una Butterfly sumamente estilizada y poética. Sin caer en los tópicos
      pero sin despreciar la arraigada personalidad del drama y los personajes,
      Kemp, dibujó, y añadiríamos, encerró, en unas pocas escenas toda la
      poesía de la ópera. En los momentos más celebres, optó por pasar a un
      segundo lugar, y dejar a los cantantes en primerísimo plano, casi sin
      escenario a sus espaldas. Otro ejemplo de su maestría lo encontramos en
      la resolución del acto II: la noche cae lentamente, Butterfly y su hijo,
      acompañadas de Suzuki, esperan con ilusión y temor la llegada de
      Pinkerton. A lo lejos, se pueden ver unos barcos que muy lentamente
      avanzan hacia el puerto.
      
      Claro que no hay ópera que valga lo suficiente, sin buenos cantantes. Aquí
      los hubo. Empezando, y esto es importantísimo, por los encargados de los
      roles principales. Mina Tasca fue una Butterfly excepcional, corroborado
      además, por la cerrada ovación que el público le dedicó. Además de
      cantante, es una actriz tremenda, capaz de pasar de momentos de aparente
      ingenuidad, a otros en los que su drama nos es transmitido en toda su
      fuerza.
      
      Lo mejor de Annamaria Popescu, encarnando el papel de Suzuki, fue la increíble
      relación dramática que guardó con Butterfly. Su voz, moldeable y amplio
      centro vocal, compartió protagonismo, sin rivalizar nunca, con la de Mina
      Tasca, y ambas ofrecieron algunos de los momentos canoros más álgidos de
      toda la representación.
      
      Entre los papeles masculinos, es de razón, destacar a Alfredo Portilla,
      que fue un Benjamin Franklin Pinkerton, de robusta voz y gran
      expresividad. Su actuación fue ganando enteros conforme se hacía más
      protagónica su presencia en el escenario. Por su parte, Eduardo Santamaría
      encarnó a Goro, y lo hizo de forma tal, que relegó del personaje su carácter
      burlón y bufonesco, en favor de un talante mucho más hiriente. Sin
      abusar de la gestualidad y sin caer en el histrionismo, su interpretación
      bien mereció los aplausos recibidos.
      
      ¿Y la orquesta? La agrupación cordobesa, es un buen instrumento, que sin
      embargo, ha pasado, en fechas no muy lejanas, por unos momentos de
      indefinición e inestabilidad. La marcha de Leo Brouwer, condicionó la
      llegada a la dirección musical de Gloria Isabel Ramos. Con ella, parece
      que la Orquesta de Córdoba esta retomando la disciplina que una agrupación
      como ella, debe mantener, si quiere consolidarse como orquesta. Claro que
      a ello no ayuda demasiado, la escasa presencia que tiene en su propia
      ciudad. Su temporada de abono resulta paupérrima, y su presencia fuera de
      Córdoba es casi más habitual que su trabajo dentro de la misma.
      Consideraciones aparte, en la producción que les comentamos, la formación
      se mostró como una correcta orquesta de foso. No podía ser de otra
      manera, ya que estuvo en todo momento atendida por el Maestro Angelo
      Cavallaro. Éste, supo realizar una muy digna labor concertadora,
      extrayendo momentos de gran belleza orquestal.