Revista mensual de publicación en Internet
Número 65º - Junio 2.005


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BRITTEN Y GIULINI:
GUERRA, MÚSICA, HUMANIDAD (WAR REQUIEM)

Por Daniel Pérez Navarro. Profesión: Médico.


        No es Carlo Maria Giulini un director que el melómano asocie con los compositores de su tiempo. Estrenó obras de Mario Zafred, Giorgio Federico Ghedini, Boris Blacher, Gottfried von Einem, Ezra Ladermann y Goffredo Petrassi (Ottavo Concerto, quizás su estreno más relevante). Algunos de los estrenos corresponden a sus primeros años como director. Inmerso en la tradición, su repertorio como intérprete va, como bien conoce el aficionado, de Mozart a Ravel, incluyendo a Beethoven, Schubert, Brahms, Rossini, Verdi, Bruckner o Mahler entre otros. Interpretaciones como Il Trionfo dell’onore (1718) de A. Scarlatti son una anécdota, como los estrenos mencionados de autores contemporáneos, en un maestro que vertebró su repertorio principalmente en la tradición clásico-romántica. Dentro de su biografía musical hay, sin embargo, un punto que brilla con luz propia: el encuentro y amistad con el compositor inglés Benjamin Britten (1913-1976).

War Requiem. Britten quiso que la obra que iba a conmemorar en 1962 la reconstrucción de la catedral de Coventry, bombardeada durante la Segunda Guerra Mundial, fuese de reconciliación. Estaba prevista la participación de un barítono alemán (Dietrich Fischer-Dieskau), una soprano rusa (Galina Vishnevskaya, que finalmente no lo hizo, al negarle las autoridades soviéticas el permiso para ello) y un tenor inglés (naturalmente, Peter Pears) como solistas. Lo que quizás no sea tan conocido es que se barajó la posibilidad de que Giulini fuese el director del estreno, responsabilidad que finalmente recayó en Meredith Davies, reservándose Britten la dirección de la orquesta de cámara requerida.

En los años posteriores el War Requiem será dirigido por Colin Davis, Wolfgang Sawallisch, Bernard Haitink (responsable del estreno en Alemania, 1962), István Kertézs (estreno en Viena, 1964) y Ernest Ansermet (estreno en Suiza, 1965). Habrá que esperar hasta 1968 para que el maestro Giulini y Britten se encuentren, durante el Festival de Edimburgo, con el trío de solistas inicialmente previsto (Fischer-Dieskau, Pears y, esta vez sí, Vishnevskaya), la orquesta New Philharmonia y el conjunto de cámara Melos Ensemble, dirigido por el propio Britten.

Un año después, en 1969, Britten y Giulini volvieron a reunirse en el Royal Albert Hall de Londres para interpretar de nuevo el War Requiem. Stefania Woytowicz sustituyó a Vishnevskaya y Hans Wilbrink sustituyó a Fischer-Dieskau, repitiendo el infatigable Pears, la orquesta New Philharmonia y el Melos Ensemble, de nuevo dirigido por Britten. En el concierto, afortunadamente, estuvo presente la BBC. El registro del 6 de abril sería comercializado dentro de la colección de grabaciones radiofónicas BBC Legends (BBC Music Productions) en el año 2000. También existe una grabación televisiva, en blanco y negro, de estos conciertos en el Royal Albert Hall.


¿Por qué el War Requiem sí, podría ser la pregunta, en un director que apenas dirigió música de su tiempo? La respuesta tal vez esté en la propia música. Entre el texto latino del réquiem, interpretado por la soprano, el coro mixto y la orquesta sinfónica, Britten intercala nueve secuencias para tenor, barítono y orquesta de cámara, poemas ingleses de Wilfred Owen, soldado que explotó como poeta de guerra durante la Primera Guerra Mundial y fallecería en los últimos días de contienda. La música compuesta por Britten no es sencilla, pero busca al oyente abiertamente. La comunicabilidad de texto y música con el oyente es la prioridad, que establece desde el mismo comienzo un compromiso ético, más acentuado en los pasajes en los que se cantan los poemas de Owen, más conforme van transcurriendo las secuencias de la misa de difuntos, más cuando se escucha el etéreo coro de niños y el órgano, tercer escalón de una misa fracturada, más que consuelo evidencia de una violada inocencia. Giulini asumió el compromiso ético del War Requiem. Su interpretación quedó registrada como modelo inalcanzado de espiritualidad, musicalidad y decencia.

El escritor Ernst Jünger participaría también como soldado en la Primera Guerra Mundial (también en la Segunda), en el bando contrario al de Wilfred Owen. Tempestades de acero y Radiaciones serán respectivos testimonios autobiográficos del escritor alemán de ambas guerras. Alistado voluntariamente el primer día de contienda del primero de los conflictos bélicos, inició otro legado al margen de los diarios, menos conocido, una gran colección de fotografías, reflejo de un dolor que podría compararse al impacto de las estampas Los  Desastres de la Guerra de Goya. Owen y Jünger, accidentales enemigos, reflejarían el horror de la guerra, el testimonio más incontrovertible de la desigualdad de la vida, Jünger dixit, y de esa guerra: de ejércitos de masas triturados por una eficacísima técnica, de enemigos invisibles destruidos desde la distancia, de la propaganda como arma desproporcionada y manipuladora, de la multiplicación exponencial del horror.

La pátina de romanticismo que pudiera quedar de las hazañas bélicas cae conforme se multiplican los testimonios de los participantes. El falso humanitarismo de una civilización que declara luchar por el bien de la civilización y del progreso es una máscara. Todo ello se puede fotografiar, recordar en memorias, en poemas, en música.Benjamin Britten, pacifista, objetor de conciencia (en unos años y un lugar en los que serlo era una lacra), expresó sus ideas antibelicistas de forma explícita en varias de sus obras, como en la Sinfonia da Requiem de 1941, la breve Children’s Crusade de 1969, el mencionado War Requiem o en Owen Wingrave, su penúltima ópera, de 1971. La mayor bofetada del pacifismo activo que practicó, fue precisamente su misa de réquiem: efectivos repartidos en tres niveles, tres mundos paralelos que chocan, se contradicen, de distinta expresividad musical (más radical y “moderna” la orquesta de cámara y los dos solistas masculinos que cantan las estrofas de guerra; la disociación se repetirá en Owen Wingrave: los personajes negativos pro belicistas se expresarán próximos al serialismo), con diferenciadas plantillas instrumentales y vocales, separados incluso por la lengua que cantan. Coincidirán en un dramático final, tras la brutal explosión del Libera Me, en una superposición desesperanzada de elementos: el coro infantil, el coro mixto, la orquesta y la soprano entonan “Requiescant in pace. Amen”. Los dos soldados se despiden con un melancólico “Let us sleep now”. Si quedara alguna duda, Britten la despeja: entre los últimos versos de Wilfred Owen, cantados por el barítono,  encontramos “The pity of war, the pity war distilled. / Now men will go content with what we spoiled” y su despedida del otro soldado: “I am the enemy you killed, my friend. / I knew you in this dark …”.


El primer día de grabación en unos estudios de Roma, en 1954, no satisfizo a Giulini. Todo estaba en su sitio. No había notas falsas. Sin embargo le pareció que faltaba algo. Faltaba lo esencial: acababa de grabar un cadáver. Aquel día, según contó, aprendió que al dirigir música “la primera cosa más importante, antes que la perfección, es la vida“. Esos serían su santo y seña, los rasgos que definirían su manera de hacer música: la militancia contra el sinsentido de un mundo deshumanizado, el distanciamiento de la música como mercancía, producida con rapidez, automatismo, brillo y sin responsabilidad. La música como profunda necesidad frente a los temblores de su siglo (sociales, económicos, políticos, morales) y la aversión de convertir ésta en refugio ilusorio. El descreimiento, la miseria material, la inautenticidad del arte: todo vale, porque nada vale. No es así extraño que las interpretaciones de algunas de las grandes páginas religiosas sinfónico-corales por Giulini destaquen por su autenticidad (y no me refiero a historicismos) entre el vendaval de grabaciones del mercado discográfico: Missa Solemnis de Beethoven, Stabat Mater de Rossini, Misa en si menor de Bach, Requiem de Mozart, Ein Deutsches Requiem de Brahms, Cuatro Piezas sacras y Requiem de Verdi, Requiem de Fauré. Y War Requiem de Britten, naturalmente.


Han quedado las toses del Royal Albert Hall, una toma radiofónica que no puede competir con la técnica de estudio de Decca en la grabación del propio autor, las deficiencias de unas cintas que no se conservaron en condiciones óptimas. A pesar de estos inconvenientes, la grabación es suficientemente buena en lo técnico. En cuanto a lo primero, la música, Giulini dio ese salto de más, el último paso que transforma lo bueno en excepcional documento vivo.Todo alrededor del concierto despide el olor de las ocasiones especiales. Peter Pears canta/interpreta/acompaña como sólo él sabía las partes de tenor de su compañero. La presencia de Woytowicz en lugar de Vishnevskaya no es un inconveniente. La soprano polaca interpretó a menudo en concierto el War Requiem y contó con las bendiciones de Britten. El dramatismo que despliega en el Sanctus, pasaje diseñado por el compositor pensando en Vishnevskaya, no tiene nada que envidiar al de la rusa. Lo mismo puede decirse de Wilbrink, que, al igual que Woytowicz, parte con la única desventaja de su nombre, desprovisto de la aureola de mito que tiene el de Fischer-Dieskau.

Las fotografías que detienen el tiempo en la miseria de la guerra recuperan la memoria del hombre, que tiende a olvidar con facilidad lo superado. Lo enfrentan también con su presente. Giulini hace del War Requiem lo que debe ser: algo más que notas musicales.




BIBLIOGRAFÍA RECOMENDADA:

* Britten: War Requiem. Woytowicz, Pears, Wilbrink; Melos Ensemble, Britten; Wandsworth School Boys’ Choir; New Philharmonia Chorus and Orchestra; Carlo Maria Giulini. Artículo de Philip Reed. BBC Legends (BBCL 4046-2)
* War Requiem de Benjamin Britten: Música para pensar la paz. Mario Arkus, Filomúsica, nº 40, mayo de 2003.
* Carlo Maria Giulini a los 90. Entrevista de Roberto Andrade para el boletín de música Diverdi.
* Ernst Jünger: Guerra, técnica y tofografía. Universitat de València,2002.

Fotografías: Thyzzar