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Número 52º - Mayo 2.004


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LOS ESCRITORES Y LA MÚSICA:
DINO BUZZATI

Por José Ramón Martín Largo. Lee su curriculum.

 

Tras los grandes logros de Arrigo Boito y Giuseppe Verdi, por una parte, y de Hugo von Hofmannsthal y Richard Strauss, por otra, parecía que la irrupción de las vanguardias, con la consiguiente reivindicación por parte de los compositores de la llamada música "pura", presagiaba unos tiempos difíciles para la vieja asociación entre literatura y música y, en consecuencia, para la ópera. Sin embargo, el siglo pasado ha sido en realidad uno de los más fructíferos para el género, y si la percepción que hoy tienen la mayor parte de los aficionados es la contraria se debe únicamente al pertinaz conservadurismo de los programadores y de los directores de teatros. Bastaría poner como ejemplos Moses und Aaron y The Rake's Progress para hacerse una idea de la variedad y riqueza de las concepciones operísticas que han atravesado la totalidad del siglo XX.

En la música italiana las ideas de vanguardia no se impusieron sino en la postguerra, alcanzando formas rupturistas y claramente experimentales en la obra de Nono, Donatoni, Berio, Bussotti y muchos otros, influidos todos ellos en mayor o menor medida por las nuevas corrientes del norte que procedían de Darmstadt y que, en gran parte, llegaron a Italia a través de Hermann Scherchen. Aunque la mayoría de ellos se concentraron en la búsqueda de esa nueva música "pura" que se preconizaba desde algunos centros creadores de opinión, los cuales tendían con frecuencia a imponer una uniformidad casi dogmática y a desenvolverse de espaldas al público, la tradición del melodrama era en Italia lo bastante grande como para que tampoco faltaran los partidarios de una tercera vía, complaciente con el deseo de los aficionados de disponer de una ópera contemporánea que, sin renunciar a los logros de la modernidad, les resultara accesible. Y uno de los representantes más reconocidos de esta corriente fue el compositor de Ferrara Luciano Chailly, quien dedicaría a la ópera una buena parte de su actividad creativa a partir de su encuentro en 1954 con el escritor Dino Buzzati.

Nacido en 1920, Chailly obtuvo a los veintiún años el diploma de violín en el conservatorio de su ciudad natal, y dos años más tarde concluyó sus estudios de literatura en la Universidad de Bolonia. Tras participar en la guerra (en su calidad de oficial tuvo a su cargo un destacamento en los Alpes), continuó sus estudios de composición en Milán con Renzo Bossi y en 1948 marchó a Salzburgo para tomar parte en los cursos que impartía Paul Hindemith. Éste le transmitiría sus conocimientos de contrapunto, dejando en el alumno una huella perdurable.

Como en el caso de Chailly, el referente cultural de Buzzati era el norte, no sólo el de Italia, y también él estudió violín (además de piano) y tuvo una experiencia militar que adquiriría gran peso en su obra. Había nacido en 1906 en la propiedad familiar de San Pellegrino, cerca de Belluno. Hijo de un profesor de Derecho Internacional y de la última descendiente de una familia aristocrática veneciana, la formación de Buzzati se dividió entre las que habrían de ser las pasiones de toda su vida: la literatura, la música y la pintura, a las que desde 1920 (año en que realizó su primera excursión a los Dolomitas) habría que añadir una nueva: la montaña. De ese año, y como testimonio de sus primeros encuentros con la soledad y la aridez de esa región alpina, data su primera obra literaria: La canzone delle montagne.

En 1928, después de pasar por la escuela de oficiales, en la que alcanzó el grado de subteniente, Buzzati concluye sus estudios de Derecho y da inicio a la que será una larga y variopinta carrera periodística en el Corriere della Sera, carrera que tres años después tendrá su complemento en Il Popolo de Lombardia, en el que colaborará como crítico teatral, articulista y, sobre todo, como ilustrador. Su primera novela, Bàrnabo delle montagne, aparece en 1933, y dos años más tarde Il segreto del Bosco Vecchio.

Pero la obra capital de Buzzati estaba por llegar; ésta sería producto de la monotonía de su trabajo periodístico, de sus solitarios paseos de madrugada de vuelta a casa tras cerrarse la redacción del periódico, de su experiencia militar y del sentimiento, como él mismo escribió, "de estar consumiendo inútilmente la vida". En 1939, siendo corresponsal de guerra en Abisinia, Buzzati recibió del desierto africano una impresión de "western fabuloso" análoga a la de sus experiencias en las montañas. Esos sentimientos hallaron su transposición literaria en un mundo militar fantástico situado en una frontera imaginaria, dando como resultado Il Deserto dei Tartari, que no tardó en ser reconocida como una de las novelas esenciales del siglo XX. La obra, sin duda la más traducida y reeditada de su autor, y en la que se aprecia un acusado parentesco con los mundos delirantes y cerrados de Kafka, cuenta la historia del joven oficial Giovanni Drogo, destinado a una lejana fortaleza. En su atmósfera, según escribió Borges, "hay una víspera, la de una enorme batalla, temida y esperada. El desierto es real y es simbólico. Está vacío y el héroe espera muchedumbres". La novela, en una producción internacional, sería llevada al cine por Valerio Zurlini en 1976.

Tras el éxito de Il Deserto dei Tartari, Buzzati fue enviado como cronista y reportero gráfico para dejar testimonio de la lucha en los frentes, y todavía le cupo el honor de redactar la crónica del día de la liberación en la primera página del Corriere el 25 de abril de 1945. En la postguerra seguiría compatibilizando su obra de creación con el trabajo periodístico, sucediéndose los volúmenes de relatos y una nueva novela, I miracoli di Val Morel, a la vez que redactaba sus crónicas para el Corriere, entre ellas la del Giro de Italia de 1949. Más tarde, su trabajo de reportero le llevaría a Tokio, Jerusalén, Nueva York y Praga.

La siguiente década, en la que se reconoció internacionalmente a Buzzati como autor de teatro (Albert Camus adaptó en Francia una de sus obras), y en la que realizó sus primeras exposiciones de pintura, fue también la de su contacto con Luciano Chailly. En 1955 se estrena en Bérgamo la ópera bufa Ferrovia soprelevata, cuento musical en seis episodios al que seguiría en 1959 Procedura penale, ópera en un acto estrenada en Como; un año después, con estreno en el Teatro della Pergola de Florencia, Il mantello; y, por último, Era proibito, estrenada en la Piccola Scala de Milán en 1963. También en ese año se estrenó su última colaboración con el teatro musical, para el que redactó el libreto de Battono alla porta, ópera televisiva en un acto con música de Riccardo Malipiero que fue representada en Génova. Pero su producción literaria declinó en los últimos años de su vida. "He sido víctima –escribió– de un cruel equívoco. Soy un pintor que, por afición, por períodos más o menos prolongados, he hecho de escritor y de periodista." Dino Buzzati murió en 1972.

La carrera compositiva de Luciano Chailly proseguiría después de los años de su relación con Buzzati. Considerado como uno de los compositores italianos más prolíficos del siglo pasado, Chailly fue además un gran promotor y animador de la vida musical de su país. Desde 1951 hasta 1967 fue director de los programas musicales de la RAI, primero en Milán y después en Roma; fue director artístico de la Scala, intendente del Teatro Regio de Turín y de la Arena de Verona. Compuso en total trece óperas, la mayoría de ellas basadas en obras literarias. El autor que más repetidamente llevó a escena fue Anton Chejov (cuatro veces), pero también escribió La riva delle Sirti, ópera basada en una novela de Julien Gracq que participaba del argumento y del ambiente de Il Deserto dei Tartari, y que fue estrenada en Montecarlo en 1959; puso en música Markheim, de Robert Louis Stevenson (Spoleto, 1967), L'idiota, de Fedor Dostoievski (Roma, 1970), Sogno, ma forse no, de Luigi Pirandello (Trieste, 1975), y la "anti-comedia" La cantatrice calva, de Eugene Ionesco (Viena, 1986). Entre su abundante obra figuran piezas de una profunda carga humanista: Liriche Della Resistenza Vietnamica (1974), la Serenata a Mauthausen (1980) y el ballet Anna Frank (1981). Testimonio de su voluntad por fusionar el lenguaje literario y el musical es su libro Buzzati in musica (1987). Su hijo Riccardo es hoy uno de los directores más reconocidos internacionalmente; su hija Cecilia, celebrada arpista, ha iniciado recientemente su carrera como compositora.