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Número 40º - Mayo 2.003


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LOS ESCRITORES Y LA MÚSICA:
MAETERLINCK (I)

Por José Ramón Martín Largo. Lee su curriculum.

 
Maeterlinck

En el penúltimo cambio de siglo, durante aquel período de grandes turbulencias que convirtió al mundo del arte en un cruce de caminos en el que se encontraron la pintura, la música y la literatura, apareció, junto a Manet y Debussy, el poeta y dramaturgo Maurice Maeterlinck. Adscrito por la crítica posterior a una imaginaria corriente simbolista, sin reparar, por lo visto, en que su estética era la misma que en pintura y música recibía el nombre de impresionismo, Maeterlinck es recordado hoy en especial por una sola obra que, con el tiempo, iba a constituirse en, quizá, la mayor aportación literaria al proceso que llevaría a la música hasta las puertas mismas del siglo XX: Pelléas et Mélisande.

 Dueño de una particular visión poética del mundo, entendido éste como un conjunto de experiencias que no excluyen la muerte ni la vida más allá de ella, Maeterlinck contribuyó a fecundar la música de su tiempo no tanto con su poesía como con sus atmósferas: la ambigüedad espacio-temporal, el predominio de los sentimientos sobre la acción exterior, una facultad sensorial hipersensibilizada en la que es fácil pasar del éxtasis místico a la más cruda violencia, una tensión soterrada que se libera pacientemente a pequeñas dosis, todo ello presentado en una envoltura de exquisito refinamiento, constituía un modelo susceptible de ser trasladado al arte de los sonidos y que atrajo irresistiblemente al impresionista Debussy y al por aquel entonces expresionista Schoenberg, ya al borde de una atonalidad que muy poco después iba a transformar la historia de la música.

Maeterlinck había nacido en Gante en 1862. Tras estudiar en el colegio de los jesuitas de Saint-Barbe, cursó estudios de leyes y ejerció la abogacía, marchándose en 1886 a París, donde conoció al poeta Villiers de l'Isle Adam. Para entonces hacía poco más de diez años que Claude Monet había presentado su cuadro Impression, soleil levant, y Alexis-Emmanuel Chabrier, que hacía poco más de un lustro que había abandonado su empleo en el Ministerio del Interior, estrenaba justo ese año su ópera Gwendoline, que era el primer signo dado por la música francesa de asimilación del lenguaje wagneriano. Poco después Maeterlinck daba a conocer sus primeras obras: la novela La Massacre des Innocents (La Masacre de los Inocentes), y dos volúmenes de versos: Serres haudes (Invernaderos cálidos) y Douze Chansons (Doce canciones), obras cargadas de misterio en las que se sugería lo invisible e imprevisible que rodea al hombre. Pero el éxito le iba a llegar en 1889, cuando escribió su primera obra teatral: La Princesse Maleine.

Desde entonces el ámbito de expresión de Maeterlinck sería el teatro, y su mundo una realidad transfigurada, repleta de insinuaciones que pueden proceder lo mismo de la parte oscura del alma humana que de un presentido más allá. En ese mundo, anticipándose a Freud, los personajes (y su compleja psicología) parecen surgir de una espesa niebla: quimeras levemente reveladas por unos pocos rayos de luz.   

Ya tenía Maeterlinck una sólida reputación literaria cuando escribió su Pelléas et Mélisande (1892), inspirándose para ello en la trágica historia de Paolo y Francesca que en esos mismos años estaba inspirando las figuras angustiadas y temblorosas de Rodin. En la obra, una bella joven (Mélisande) es encontrada en el bosque por Golaud, que la conduce a su castillo, donde conocerá a Pelléas. Prometida a Golaud, pero secretamente enamorada de su hermano, la joven pierde su anillo de compromiso en una fuente. Los celos se despiertan en Golaud cuando sorprende a la pareja envuelta en los cabellos de Mélisande, que se estaba peinando. Golaud obliga al pequeño Yniold a espiar a la pareja, tras lo cual golpea brutalmente a Mélisande. Pelléas ha decidido partir, y por primera vez los jóvenes reconocen su amor. Golaud mata a su hermano y después hiere mortalmente a Melisánde, que antes de expirar da a luz una niña.

Según la leyenda, Debussy ya empezó a anotar ideas musicales en el mismo teatro donde se representaba la obra de Maeterlinck, ignorante sin duda de que aún tendrían que pasar diez años hasta que pudiera ver estrenada su ópera. Entretanto, la fama de Pelléas se había extendido por Europa, y el Prince of Wales Theatre de Piccadilly, interesado en su representación, encargó a Debussy que compusiera una música incidental. Pero Debussy estaba completamente enfrascado en la ópera, así que el encargo recayó finalmente en Gabriel Fauré. Éste ya había compuesto unos años antes para la escena unas piezas, convertidas después en suite sinfónica, por encargo del Odéon, que preparaba un montaje de El mercader de Venecia de Shakespeare (la suite, con el título de Shylock, se interpreta hoy raramente). En su adaptación de la obra de Shakespeare, como también haría en Pelléas, Fauré intercaló unos fragmentos para voz que se constituirían en el antecedente de su ambiciosa ópera Prométhée, basada en la obra de Esquilo. Para Pelléas Fauré dispuso de la colaboración de su alumno Charles Koechlin, y la obra se estrenó en 1898 con gran éxito. Conviene recordar que Chabrier, al que más tarde se consideraría el padre del impresionismo musical, había muerto cuatro años antes, y que para entonces Ravel estaba escribiendo su Pavane pour une infante défunte, por lo que no es extraño que algo más que un presagio impresionista aparezca ya en la partitura de Fauré.

A Debussy, que conocía bien la obra de Verlaine y tenía relación con el círculo de Mallarmé, el universo maeterlinckiano debió resultarle familiar, ayudándole a dar forma a ideas que ya había empezado a expresar en el ámbito camerístico y que en ese final de siglo, mientras componía su Pelléas, ya empezarían a dar sus frutos en el campo sinfónico, primero en el Prélude à l’après-midi d’un faune (1894) y después en los tres Nocturnes (1899). La ópera fue concluida en 1901, pero tropezó enseguida con la oposición del director de la Opéra-Comique, Albert Carré, y debió ser el compositor y director André Messager quien la hiciera estrenar, bajo su dirección, en 1902, no sin que antes se produjera una sonada ruptura entre Debussy y Maeterlinck, motivada porque éste fracasó en su intento de imponer a su mujer, la soprano Georgette Leblanc, en el papel protagonista, que fue interpretado por la norteamericana Mary Garden. Como es sabido, la ópera fue recibida por público y crítica con frialdad, cuando no con desprecio, y si se mantuvo en cartel catorce noches fue sólo por la intervención de jóvenes compositores como Ravel, Satie y Dukas. Reacciones semejantes se produjeron en los otros teatros donde se representó, y no fue hasta la época en que Maeterlinck accedió a presenciar la obra por primera vez, en 1920 y en Nueva York, cuando se la empezó a reconocer como una de las obras maestras del género. Sin embargo, tras la dolorosa y complicada experiencia, Debussy renunció a escribir más óperas: la siguiente aparición del tema de Pelléas et Mélisande, tres años después, se produciría en un contexto muy diferente.