Revista mensual de publicación en Internet
Número 79º - Diciembre 2.006


Secciones: 

Portada
Archivo
Editorial
Quiénes somos
Entrevistas
Artículos
Crítica discos
Conciertos
Web del mes
Buscar
 

 

Composición e improvisación

Por Víctor Pliego de Andrés. Lee su curriculum. 

Quiebro. Coreografía y dirección de Wim Vandekeybus. Música: Charo Calvo y Marc Robot. Gilded Golbergs. Coreografía: Nacho Duato. Música: Robin Holloway, para dos painos, basado en el opus 86 de Juan Sebastían Bach. Compañía Nacional de Danza. Director Artístico: Nacho Duato. Teatro de la Zarzuela, Madrid, 15 a 19 de noviembre de 2006.

Nacho Dauto sigue a vueltas con la música, con el barroco, con el contrapunto y la composición más rigurosa. Su último estreno, titulado Gilded Goldbergs es un nuevo homanje a Bach, basado en una paráfrasis para dos pianos que Robin Holloway hace de las Variaciones Goldberg. La versión no aporta nada nuevo pero tampoco estorba mucho y ha animado al coreógrafo a trabajar sobre un texto musical que, en su versión original, le imponía un gran respeto. El resultado es una danza vertiginosa e intensa, basada en un encadenamiento de pasos a dos que materializan en sonido a través del movimiento. La densidad conceptual y la fantasía visual son enormes, y explora todos los recursos de dinámica, agónica y articulación en un precioso juego. La iluminación plana de Brad Fields y el vestuario negro de Nacho Duato aplicados sobre la caja negra del escenario crean un teatro negro de sorprendentes fantasmagorías. Nacho Duato nos vuelve a demostrar en esta creación que música y danza solo son las dos caras de una misma moneda. El estreno de Vandekeybus, titulado Quiebro, es todo lo contrario. Se trata de un encargo de la compañía que lo estrenó. Me pareció un trabajo inconcluso y académico de improvisación y teatro de la danza, con más teatro que danza y con una coreografía de suelo y gateo, punteada con permanentes caídas. Bajo el barniz de vanguardismo ofreció un catálogo de provocaciones que empiezan a ser un poco añejas, estiradas y repetidas durante una hora. La obra se hace un poco aburrida y es, probablemente, la peor coreografía que he visto interpretar a la Compañía Nacional de Danza. Dicho esto, conviene recordar aquí que todos sus trabajos son de altísimo nivel. Este ejercicio de estilo seguramente tiene más interés de cara al plan formativo de los bailarines que para el público que, sin embargo, aplaudió el esfuerzo de los intérpretes. Hubo entre ambos estrenos un contraste absoluto que pone de relieve la versatilidad de la compañía y la enorme talla de su director artístico, Nacho Duato, que es hoy uno de los mejores coreógrafos del mundo.