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Número 75º - Abril 2.006


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LA BOHÈME DE CASTRO

 

Por Fernando López Vargas-Machuca.  Historiador. 

Córdoba, Gran Teatro. 24 de abril de 2006. Puccini: La Bohème. Aquiles Machado, Andrea Dankova, Juan Tomás Martínez, María José Moreno, Francisco Santiago, David Rubiera, Miguel Solá. Coro de Ópera Cajasur. Orquesta de Córdoba. Dirección musical: Marcello Panni. Dirección escénica: José Luis Castro. Coproducción del Gran Teatro de Córdoba y el Palacio de Festivales de Cantabria.   

Para qué engañarnos: el gran morbo que tenía esta Bohème cordobesa, coproducida con el Palacio de Festivales de Cantabria, era ver el retorno del director escénico José Luis Castro al mundo de la lírica tras ser defenestrado del Teatro de la Maestranza por los políticos de turno para colocar en su lugar a Pedro Halffter. El resultado ha sido muy satisfactorio, hasta el punto de que esta puede considerarse como su mejor realización hasta la fecha en el género. Sus producciones realizadas para el teatro sevillano, esto es, Alahor in Granata, Barbero de Sevilla y Bodas de Fígaro, contaron con un presupuesto mucho mayor y por ello se vieron beneficiadas por un espectacular despliegue escénico, pero también estuvieron lastradas por una rigidez, una sosería y una falta de tensión interna que terminaron perjudicando seriamente los resultados. En el título pucciniano, a pesar de verse condicionado no sólo por la cuestión económica sino también por tener que pensar en unos espacios escénicos reducidos, las cosas han funcionado muchísimo mejor.

La Bohème de Castro es ortodoxa y profesional por los cuatro costados, pues el traslado de la acción al París de los Años Veinte no afecta para nada al diseño de los personajes ni a la historia narrada, que sigue fielmente el libreto sabiendo aportar algunas novedades muy sensatas y cierta mirada personal, siendo por lo demás muy solvente tanto la dirección de actores como la de masas. Brillante en este sentido el tratamiento del segundo acto, bullicioso y brillante sin resultar -como tantas otras veces- confuso ni gratuitamente exhibicionista. Se contó además con una escenografía muy lograda dentro de su sencillez de Giuliano Spinelli (con composiciones oblicuas en referencia a las vanguardias pictóricas de la época), un buen vestuario de Irene Monti y una bellísima iluminación del gran veterano Vinicio Cheli, por mucho de que esta realización se parezca bastante a otras muchas de las suyas. Sólo hay que reprochar la poco convincente resolución del acto tercero, que quedó bastante insulso no tanto por la ausencia de figuración -que no es realmente necesaria- como por la dificultad para transmitir la atmósfera al mismo tiempo gélida y apasionada que plantean libreto y música.

Musicalmente las cosas funcionaron medianamente bien merced a la buenísima dirección de Marcelo Panni, quien no sólo obtuvo un satisfactorio rendimiento de un Coro de Ópera Cajasur y de una Orquesta de Córdoba que no viven su mejor momento, sino que además ofreció una lectura llena de vida y teatralidad en la que refulgió la prodigiosa orquestación pucciniana e incluso se pusieron de relieve detalles instrumentales difícilmente audibles en una versión en directo. Un formidable trabajo, sin la menor duda, que logró hasta cierto punto compensar las insuficiencias del sólo discreto reparto escogido. De la pareja protagonista convenció bastante más el tenor que la soprano, y aun así con reparos. A Aquiles Machado la voz se le ha ensanchado sin que su técnica se haya puesto a la altura de las nuevas circunstancias, y por ende canta de manera irregular, a veces a empellones; no obstante el instrumento sigue siendo bello, es capaz de ofrecer pianísimos de estremecedora belleza, está en plena sintonía con el estilo y sabe construir su personaje. Se mostró además bastante más centrado que en su mediocres actuaciones madrileñas de pocas semanas antes, y no sólo por contar en Córdoba con una dirección mucho más convincente que la insulsa y rutinaria de López Cobos.

Andrea Dankova es una típica soprano eslava bastante inadecuada para Mimí, pues su voz sólida y ancha no viene acompañada de una técnica depurada para el papel, de una línea de canto acorde con el estilo ni de una correcta interpretación dramática del personaje. Puede que en otros repertorios sea una artista solvente -su currículo no es moco de pavo-, pero como la florista resulta insoportablemente vulgar y aburrida, amén de poco o nada femenina. Mal, como lo estuvo asimismo el bastísimo Marcello del barítono venezolano Juan Tomás Martínez, cuyo instrumento admirable merecía un uso bastante más inteligente y matizado. Algo parecido podemos decir del Colline de Francisco Santiago, muy aplaudido aquí en su tierra natal. Bastante más afortunados estuvieron el Schaunard de David Rubiera, mil veces mejor aquí que en su reciente Masetto jerezano, y la Musetta de María José Moreno, aunque el instrumento de la espléndida soprano granadina empiece a mostrar abundantes vibraciones y su capacidad para la caracterización del personaje no sea para tirar cohetes. En todo caso, la excelencia de la dirección musical y la solidez y belleza de la producción escénica hicieron de esta una Bohème muy disfrutable. Un triunfo para el Gran Teatro, al que le deseamos -como siempre- lo mejor.

 

Web del Gran Teatro: http://www.teatrocordoba.com/