Revista mensual de publicación en Internet
Número 74º - Marzo 2.006


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LA BELLA MOLINERA DE QUASTHOFF  

Por Ignacio Deleyto Alcalá. Lee su Curriculum. 


Hasta hace poco la mayoría de barítonos alemanes eran inevitables presas de la todopoderosa sombra del gran Fischer-Dieskau. Es más, parecía que para tener credibilidad como liederista había que, al menos, “sonar” a Fischer-Dieskau. De hecho, algunos fueron verdaderos imitadores del maestro berlinés -quizás el caso más flagrante haya sido Olaf Bär que, sin embargo, nunca tuvo su genialidad ni su penetración en el canto. 

Pero siempre hubo vida más allá de Fischer-Dieskau incluso entre sus coetáneos, (por no introducirnos en el túnel del tiempo y rebuscar entre grandes liederistas del pasado como Hüsch, Rehkemper, Hotter, etc). Algunos colegas del berlinés, dotados de voz y estilo propios, nunca le imitaron. Nos viene a la mente Hermann Prey, cantante inteligente y poseedor de un bellísimo instrumento. Pero haya sido por su abultada presencia discográfica o por razones de dominancia de diversa índole, Fischer-Dieskau se convirtió en el barítono alemán por excelencia de la época y, por ende, en el modelo a seguir para su generación y, por supuesto, para generaciones posteriores. 

Entrando en el campo de la pura especulación, nos da la impresión que ahora se está dando el caso contrario. Las nuevas generaciones de barítonos, salvo alguna excepción,  buscan alejarse lo más posible de sus modos y maneras. Es como si se hubiera dado vuelta a la tortilla y hoy día no hubiera peor cosa que te digan que imitas al berlinés.
De ser realmente así no podemos sino felicitarnos por ello ya que tratar de ser como Fischer-Dieskau (como tratar de ser, digamos, un Hans Hotter) es no sólo tarea hercúlea sino de escaso interés, pues, para qué queremos copias si podemos disfrutar del original. Cada cantante debe buscar su camino, dotarse de una técnica segura, seguir su propio instinto y dar su personal visión basada, por un lado, en el estudio de la partitura y, por otro, en el despliegue de sus recursos expresivos. 

Lo cual nos lleva hasta Thomas Quasthoff, hoy por hoy uno de los mejores liederistas en activo* y que nos sirve de perlas a lo expuesto antes ya que es la antítesis de Fischer-Dieskau. Como ya hemos dicho en alguna ocasión, Quasthoff es un cantante de técnica portentosa, dicción ejemplar, bello canto legato y complicidad expresiva con el texto. Tras escuchar su Bella Molinera observamos un canto sin manipulaciones expresivas, que a veces llega a tener un sentido de habla natural, algo así como un “hablar sonado” ligeramente apoyado aquí y allá por discretos acentos que, sin embargo, no rompen esa línea de sencillez y naturalidad. Nada, por tanto, más alejado del desmesurado intervencionismo de Fischer-Dieskau. Tampoco hay lugar para la afectación lo cual hace que la escucha nunca sea cargante. Si a ello añadimos una amplia paleta de colores, una bella media voz y una sutil dramatización en ciertos momentos nos encontramos ante una excelente lectura de este genial ciclo de canciones de Schubert.

Las mayores reservas se plantean cuando llegamos al final y nos preguntamos si su versión ha sido capaz de emocionarnos. Así como escuchar La Bella Molinera a Fischer-Dieskau (EMI 1962 o DG 1969) supone una tremenda experiencia emocional, de enorme intensidad expresiva, la lectura de Quasthoff resulta excesivamente terrenal y, nos deja con ganas de más, o mejor dicho, con ganas de otra cosa. Ahí radica el mayor problema: para acercarse a una obra de tamaño alcance no es suficiente con cantarla con excelencia; el intérprete debe conseguir que el oyente se sienta arrollado por la fuerza de música y texto. Y esto es algo que, a nuestro juicio, no pasa aquí.

Por supuesto que en la lectura del alemán hay momentos de gran penetración como, por ejemplo, su dramatización en “Der Jäger” (pese al moroso tempo) o la última de las canciones en la que el cantante tiñe su voz de cansancio y resignación como si fuera lo único que le queda al joven aprendiz de molinero. Pero algunos momentos inspirados en el marco de una apolínea y equilibrada interpretación no nos apea de nuestra valoración final: gran versión que nunca emociona. El acompañamiento de Justus Zeyen se pliega a los presupuestos estéticos del barítono alemán y resulta delicado y de finísima matización aunque parco en intensidad. La toma de sonido es particularmente transparente y el equilibrio entre voz y piano modélico. 

Entre las versiones para barítono nos quedaríamos antes con las mencionadas de Fischer-Dieskau, la cálida y matizada de Gerhard Hüsch (Preiser o Hännsler 1935)**, la muy personal de Gérard Souzay (Philips 1964) o la de Hermann Prey (Philips 1974) que se enmarca en la línea no intervencionista seguida por Quasthoff pero que nos mantiene “enganchados” de principio a fin. Entre los barítonos actuales Matthias Goerne (Decca 2002), reconocido pupilo de Fischer-Dieskau, ofrece una visión arriesgada y de mayor calado emocional sin caer en la mera imitación del maestro. Para tenor podríamos destacar, entre otras, las versiones de Aksel Schiøtz (Preiser 1945), Fritz Wunderlich (DG 1966), Peter Schreier (Decca 1991). 

En definitiva, la de Quasthoff/Zeyen es una versión que tiene cabida aunque sin llegar a la altura de las mencionadas antes.

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* Como muchos sabrán, Thomas Quasthoff tiene un defecto físico: es un talidomídico y, por ello, desarrollar una carrera a este nivel de excelencia y conseguir en su caso una magnífica técnica de respiración tiene doble valor.

** Gerhard Hüsch (1901-84) fue el primero en grabar Winterreise y Die schöne Müllerin, acompañado al piano por Hans Udo Müller. Ambos ciclos, registrados en la década de los treinta, se pueden encontrar en un doble álbum publicado por Preiser Records (Preiser CD 89202).
 

REFERENCIAS: 
 

F. SCHUBERT: Die schöne Müllerin D795. Thomas Quasthoff, bajo-barítono. Justus Zeyen, piano. DG 474 2182 GH.

Página web: www.deutschegrammophon.com