Revista mensual de publicación en Internet
Número 70º - Noviembre 2.005


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EL SHOSTAKOVICH MÁS HUMANO

Por Fernando López Vargas-Machuca.

 

 

Permítanme comenzar por una anécdota. El año pasado tuve la oportunidad de asistir en Sevilla a una rueda de prensa  ofrecida por Mstislav Rostropovich, y allí pude interrogarle acerca de aquella célebre sentencia de Stravinsky según la cual la música en ningún caso debía de significar nada, esto es, de albergar contenido emocional alguno. La contestación fue la prevista, aunque con una dureza y hasta agresividad inesperadas: "¿Conocía usted a Stravinsky? Dígame, ¿le conocía? Porque yo sí le conocí. A él, y a Prokofiev, y a Shostakovich... Y tuve la oportunidad de saber qué sentían cada vez que estaban componiendo algo. Sentimientos que están en sus partituras". Independientemente de que las palabras del de Baku puedan resultar algo exageradas, porque no sabemos si su grado de intimidad con los compositores citados fue siempre tan elevado como para leer sus más íntimos pensamientos, hay una circunstancia que queda manifiestamente clara: para el mítico chelista y director lo más importante de la música radica en su capacidad para hablarnos de sentimientos humanos, algo que siempre se ha celebrado en sus numerosísimas grabaciones y que, al contrario que otros artistas, empezando por Barenboim, él no sólo no niega sino que osa -a riesgo de irritar a ciertos puristas- declarar abiertamente a quien sobre tal asunto le interrogue.

Viene esto a tenor del más reciente disco que ha grabado con música de uno de sus compositores predilectos: Dimitri Shostakovich. Se trata concretamente del registro en vivo, realizado con magnífico sonido en noviembre de 2004 en el Barbican Hall de Londres, de la Octava Sinfonía del compositor soviético, con una realmente espléndida London Symphony a su cargo, segunda grabación que el artista realiza de la partitura tras el que ofreciera frente a la mucho más discreta National Symphony Orchestra de Washington para Teldec trece años antes. Si hay algo que distingue a ambos registros de otras referencias fonográficas de la partitura, como pueden ser la "romántica" de Mravinsky de 1982 (Philips y Russian Disc, hoy inencontrable a pesar de su carácter mítico), las expresionistas de Rozhdestvenski y Barshai (Melodiya y Brilliant Classics respectivamente), la increíblemente bien tocada aunque algo falta de idioma de Solti con Chicago (Decca) o las tan ortodoxas como soberbias de Previn con la propia Sinfónica de Londres (EMI y Deutsche Grammophon) es precisamente su humanidad, acercándose en este sentido al esplendido registro de Kurt Sanderling (Berlin Classics).

Efectivamente, cuando escuchamos las interpretaciones de Rostropovich no sentimos con tanto dolor esas hirientes llagas -sean por la guerra contra los alemanes, sean por las purgas de Stalin o sean por la propia angustia existencial del artista- que salpican con acidez y rebeldía la partitura. La crispación es mucho menor, las cosas se contemplan con cierta distancia y se crea una atmósfera opresiva y malsana que no encontramos, curiosamente, en interpretaciones más abiertamente rebeldes y descarnadas de la obra. Y se manifiesta un indefinible pero muy palpable intento de plantear una distanciada pero conmovedora, profunda y un tanto nihilista  reflexión sobre el ser humano que impregna siempre las interpretaciones, con el chelo o a la batuta, de Mstislav Rostropovich. Ahora bien, ¿qué distingue esta lectura londinense de 2004 de la anterior de 1991? Pues además de la diferencia cualitativa de la calidad de la orquesta a favor del registro más reciente, encontramos una muy considerable ralentización de los tempi: 61'20'' en Washington, 68'45'' en Londres. De hecho, esta última interpretación debe de ser una de las más largas de la historia del disco, quizá sólo superada por la soporífera de Pierre-Dominique Ponnelle en video para Unitel, aún no editada comercialmente, que ronda los ochenta y tres minutos (!). Pero no es la de Rostropovich una lectura morosa o aburrida: compárese si no con la reciente de Mariss Jansons (EMI), mucho menos dilatada en su duración (62'28'') pero verdaderamente interminable por su morosidad, blandura y falta de tensión interna.

Claro que lo que más distingue esta segunda interpretación de Rostropovich de la primera es su evolución a partir de los mismos planteamientos: la reciente es aún más distanciada, fantasmagórica y esencial, más "desmaterializada" si se quiere. En cierto modo la evolución del de Baku a lo largo de estos años ha sido parecida a la de André Previn en sus dos registros, de 1973 y 1992 respectivamente, ya dijimos que con la propia London Symphony. O a la de Bernard Haitink, que recorre similar camino entre su referencial registro de 1982 en el Concertgebouw y sus lecturas en vivo en el Festival de Granada de hace unos años y de los Proms de Londres del pasado verano, en ambos casos con la Sinfónica de Londres, orquesta que parece tenerle un especial cariño a esta partitura. En resumidas cuentas, que tras haber quedado aparentemente olvidado el Shostakovich rebelde, ácido y políticamente contestatario de las interpretaciones de la segunda mitad de los setenta y de los ochenta, este nuevo registro de Rostropovich viene a dar un paso más en la reivindicación de un Shostakovich que ya ni hace propaganda del sistema soviético ni realiza tan soterradas como profundas críticas contra él, sino que nos habla desde la distancia, pero con el corazón en la mano, de esa profunda desgracia del ser humano que es tener la certeza de su propia muerte.

 

REFERENCIAS

SHOSTAKOVICH: Octava Sinfonía.
London Symphony Orchestra, Mstislav Rostropovich. 68'45''
LSO Live, LSO0060

Distribuidor en España: HARMONIA MUNDI
Página web:
www.harmoniamundi.com