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Número 68º - Septiembre 2.005


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MÁS "GRANDES DIRECTORES DEL SIGLO XX"

Por Angel Riego Cue. Lee su Curriculum.

          

Dentro de la serie que EMI dedica a los "Grandes Directores del siglo XX" debíamos a nuestros lectores la crítica de este lanzamiento, que es ya el penúltimo, pues detrás de él ha aparecido otro con grabaciones de Furtwängler, Celibidache o Karajan, entre otros. En lo que sigue, examinaremos los álbumes siguiendo un orden cronológico, de más antiguo a más moderno.

Felix Weingartner (1863-1942) es un nombre que ha pasado a la historia de la música, no sólo de la interpretación. Uno de los últimos discípulos de Liszt, a quien conoció en 1882, trabajó también con Brahms, y sus interpretaciones de esos autores parecen difícilmente objetables, al haber bebido en las fuentes más directas. Pero, sobre todo, hoy recordamos a Weingartner como el primero que luchó contra la tradición wagneriana de la dirección de orquesta, publicando a finales del siglo XIX un famoso libro sobre cómo dirigir las sinfonías de Beethoven donde defendía el regreso a las indicaciones metronómicas originales del compositor, frente a la herencia wagneriana de hacerlas más lentas, y con una dinámica más contundente.

El álbum que nos ofrece EMI, interpretado por orquestas como la Sinfónica y Filarmónica de Londres, la del Conservatorio de París, y la Filarmónica de Viena, está formado por grabaciones de su última época (todas son de 1938-40, excepto la Obertura de Las criaturas de Prometeo de Beethoven, que es de 1936) y por tanto el sonido es lo más digno dentro de lo posible. Además, resume bastante bien los autores que formaban el repertorio de Weingartner, comenzando por Beethoven, de quien fue el primero en grabar un ciclo completo de sus sinfonías (aunque hay algún ciclo anterior hecho entre varios directores), incluso repitiendo alguna varias veces. Encontramos aquí la Sinfonía nº 2 y la mencionada Obertura de Las criaturas de Prometeo; se trata de un Beethoven elegantísmo, de una elegancia que nos resulta ya "de otra época", de una época en la que aún existía el Imperio Austrohúngaro; de una levedad sonora que contrasta con el dramatismo de la escuela wagneriana (Furtwängler, por ejemplo) y nos trae a la memoria a los Kleiber.

También es elegante y para los gustos actuales pecaría de poco profundo el Mozart de la Sinfonía nº 39 (la única que grabó Weingartner, y nada menos que tres veces, de las cuales por supuesto se incluye aquí la última). Nada que ver con la profundidad de un Bruno Walter, el Mozart que escuchamos aquí pertenece a una época feliz que aún no había conocido el Holocausto ni la bomba atómica. Como también la orquestación del propio Weingartner de la Invitación a la Danza de Weber suena más intrascendente y menos recargada que la más conocida de Berlioz, y es por tanto más adecuada para servir de música de baile.

Weingartner fue un campeón de la música de Berlioz, pero sólo ha dejado dos grabaciones de la misma, la Marcha Troyana que aquí se incluye (que, a pesar del tempo ligero, no deja de sonar a Wagner) y una "Fantástica" muy anterior, de 1925. En cambio su Wagner no nos suena al Wagner al que estamos acostumbrados: la Obertura de Rienzi es ligera, "mendelssohniana", poco recargada para los oídos actuales, y el Idilio de Sigfrido necesitaría algo más de sosiego para dar todo su contenido poético, en lugar de un tempo tan veloz, aunque tiene delicadeza.

Quedan las interpretaciones de los autores a los que Weingartner trató en persona: Brahms, de quien grabó las 4 sinfonías (y la Primera tres veces), editadas en su día en compacto por EMI junto a la Obertura Académica y las Variaciones Haydn, ciclo del cual aquí se incluye la Tercera; y Liszt, de quien grabó los dos conciertos para piano con otro discípulo del compositor, Emil von Sauer, además de las dos obras que aquí se incluyen, pertenecientes a las últimas sesiones de grabación de su vida (Londres, febrero de 1940): Los Preludios y el Vals Mefisto nº 1. La sinfonía de Brahms es también de tempo ligero, delicado, nunca "carga las tintas" pero consigue pese a ello el sabor otoñal típicamente brahmsiano, con un "Poco Allegretto" muy sentido pese a ir tan rápido. Y las obras de Liszt son plenamente "idiomáticas": el Vals Mefisto posee aliento épico al comienzo y lirismo en los pasajes donde se requiere, y en Los Preludios quizá hoy día prefiramos otras versiones más grandiosas (Furtwängler o Knappertsbusch), pues el tema principal y el pasaje de "tormenta" pueden quedar algo apresurados o las partes líricas (tema del "amor") algo nerviosas; con todo el tono elegíaco está bien conseguido, la reaparición del tema principal también está lograda, y el "idioma lisztiano" de esta versión aún consigue que se la haya de citar entre las grandes.

En resumen, un álbum muy interesante para entender la trayectoria de un director fundamental, y que por su interés histórico se recomienda por sí solo, al margen de que las interpretaciones en él contenidas fueran o no consideradas hoy como "de referencia".

A continuación de Weingartner llegamos a un favorito del público británico, Sir Thomas Beecham (1879-1961), de quien ya hablamos en esta revista en abril de 2001 al cumplirse el 40 aniversario de su muerte. No fue Beecham nunca un director perfeccionista en lo técnico, en sus versiones es habitual escuchar pifias de la orquesta, pero sí tenía una gran virtud, jamás hacía nada por rutina, toda la música que hacía era disfrutándola (y haciendo que la disfrutara el público).

Para los seguidores de Sir Thomas se ha preparado un volumen de esta serie especialmente cuidado, en el que prácticamente todo son interpretaciones inéditas en disco, sólo se había publicado antes el primer movimiento de una Cuarta Sinfonía de Tchaikovsky grabada en 1957, que aquí aparece entera, y que es la mayor sorpresa de este álbum: un comienzo algo retórico, sí, y ciertos desajustes orquestales, también, pero qué maravilla de fraseo, deleitándose, "saboreando" los pasajes líricos del primer movimiento (el único grabado en estéreo), y todo el segundo. Como el "Pizzicato ostinato" tiene asegurado con Beecham su carácter "lúdico" y al Finale no le falta la espectacularidad que en justicia le coresponde, aquí tenemos una versión que reclama un puesto entre las grandes (Markevitch, Bernstein, Mravinsky, Szell, Karajan, Abbado...) y que estaba inédita hasta el presente.

No todo el álbum tiene, claro está, la misma altura, pues sin salirnos del repertorio ruso encontramos la poco frecuentada Sinfonía nº 2 "Antar" de Rimsky-Korsakov en una toma para la radio (grabada en directo, pero sin público, en 1951) y aquí, pese a tratarse de la misma orquesta de antes (la Royal Philharmonic) el rendimiento es muy inferior. Con todo, el 1er movimiento (lo mejor de la versión) aún nos depara cierto encanto gracias al sonido colorista y "hedonista" de Sir Thomas, sensual y evocador, que recuerda las virtudes por las que muchos consideran una versión de referencia su grabación de la Sheherezade del mismo autor; sin embargo, los dos movimientos centrales caen en lo charanguero, y aunque el último remonta el nivel, no llega a igualar la calidad del primero. La presente versión puede interesar por la rareza de encontrar alguna grabación de esta obra, pero si se encuentra la de Ansermet (1954, Decca Legends) es muy preferible a esta.

La última pieza de "gran fomato" que encontramos en este doble CD es la Suite "Appalacchia" de Delius, compositor inglés hoy recordado casi exclusivamente porque Beecham fue su principal defensor. La obra, subtitulada "Variaciones sobre una vieja canción de esclavos con coro final", puede sonar hoy a evocación del Oeste americano, a medio camino entre un Copland "avant la lettre" y La Fanciulla del West; en todo caso, resulta muy grata de escuchar. Esta composición fue grabada por Beecham en dos ocasiones, 1938 (la que está ahora en Naxos Historical) y 1952 (editada por la Sony inglesa), pero la que aquí se presenta es una toma "en vivo" de 1935, con sonido muy digno pese a la época.

El resto del álbum Beecham son piezas más breves. Encontramos dos oberturas, la del Freischütz de Weber (mismo concierto de 1935 que la "Appalacchia") y la del Guilermo Tell de Rossini grabada un año antes (y nunca editada, pues se prefirieron otras tomas). Ambas son versiones muy buenas en lo melódico, poéticas en los momentos líricos y sin ahorrar decibelios en los más "fuertes". Como curiosidad encontramos una Entrada de los dioses en el Walhalla de 1947, un Wagner de mucha más elegancia que lo que estamos acostumbrados a escuchar, y con cantantes muy apañados, y el resto son piezas de muy corta duración, miniaturas o "lollipops" como las llamaba el maestro: la Leyenda nº 2 de Dvorak, dos movimientos del Divertimento K 287 de Mozart, dos Romanzas sin palabras de Mendelssohn orquestadas por Norman del Mar, o una Sabarande de Haendel sacada de Il Pastor Fido. En general, aunque haya momentos de cierta retórica "de época" (p. ej. en Dvorak), lo que prima es el fraseo delicado, la serena belleza en Mozart y cierto sentido "lúdico" en Mendelssohn. En resumen, un álbum ideal para seguidores de Sir Thomas; los que no lo sean tanto, al menos pueden sentirse interesados por esa magnífica Cuarta de Tchaikovsky.

Hermann Scherchen (1891-1966) ha pasado a la historia como el modelo de director innovador, siempre abierto a la experimentación, explorador de nuevos repertorios (la música contemporánea, o la música renacentista y barroca cuando estas últimas aún no estaban de moda) y renovador en la forma de interpretar los ya conocidos. Un ejemplo es su ciclo Beethoven, uno de los pocos entre los "históricos" (junto a Weingartner, Toscanini o Leibowitz) que siguen al pie de la letra las indicaciones metronómicas del compositor, y se apartan de la tradición romántica del "Beethoven wagneriano". De este ciclo, grabado para Westminster, se ha incluido aquí la Octava Sinfonía (1954, con la Royal Philharmonic), una versión vertiginosa, hecha sin tomarse ni un respiro, que parece "limpiar" la obra de romanticismo para hacerla más próxima a Haydn, pero que tiene una coherencia asombrosa, sobre todo en los dos movimientos centrales. Cierto que tiene detalles discutibles, como un final que parece una carga de caballería, pero la impresión que queda es hacernos pensar si no podríamos estar equivocados en el concepto que hasta ahora teníamos de esa obra. Algo que se repite muy a menudo cuando se escucha una versión de Scherchen. En cuanto a la Obertura "Coriolano", es una demostración del altísimo contenido dramático que se puede alcanzar en esta pieza sin necesidad de recurrir a trucos románticos, sólo con la claridad expositiva que hace que se oiga todo.

Si esta "desromantización" da resultados en Beethoven, más arriesgado es hacerlo en Brahms; y de hecho, encontramos una Primera Sinfonía de este autor (1952, con la Orquesta de la Opera de Viena) donde no hay "bruma otoñal", todo suena muy incisivo, muy marcado, pero no por ello pierde el contenido poético pese a lo claro que se escucha todo. Por supuesto que tiene momentos fallidos (en el último movimiento hay pasajes en los que parece que Scherchen "pasa por encima de ellos"; en el final se echa en falta más grandeza), pero en conjunto su coherencia vuelve a ser asombrosa y, nuevamente, invita a pensar.

No queremos decir con esto que todo lo que hiciera Scherchen fuera bueno, sus propios admiradores reconocen a menudo que "era capaz de lo mejor y de lo peor", y a veces de ambas cosas en una misma obra, como en la Sinfonía nº 100 "Militar" de Haydn que aquí figura, grabada para Westminster en 1958, nuevamente con la Orquesta de la Ópera de Viena (o lo que es lo mismo, la Filarmónica de Viena), y cuyo primer movimiento hacía presagiar una versión extraordinaria, de una vitalidad arrolladora (pese a algún exceso de entusiasmo), una enorme claridad expositiva y un sentido "lúdico" que rara vez coinciden en un mismo intérprete. Sin embargo, cada movimiento es más ruidoso que el anterior y el último es realmente horrible, un festival de ruidos que parece tocado lo más rápido que se pueda. Frente a este desastre, la obertura de Donna Diana de Reznicek no tendrá un sabor vienés "de pura cepa" pero al menos mantiene su cierto interés.

El resto del álbum Scherchen está dedicado a compositores del siglo XX, con los que trabajó personalmente, y que no pueden pasarse por alto a la hora de resumir su repertorio. Encontramos una Suite de 1919 de El Pájaro de Fuego de Stravinsky poco preocupada por el lado "poético" o espectacular de la obra (qué introducción con más poco "misterio", casi trivial; qué "Ronda de las princesas" tan poco poética - aquí hay que escuchar a Giulini-; qué "Danza Infernal" tan poco terrible). En lugar de utilizar recursos románticos, Scherchen propone un Stravinsky "objetivista", que se fija más en aspectos como los efectos tímbricos y que consigue un final realmente memorable. Una rareza de Schoenberg (la Suite para cuerdas al estilo antiguo, totalmente distinta a lo que se asocia con el nombre de este compositor) y otra de Orff (una Entrada que consiste en la orquestación de Las campanas de William Byrd; sabor total a Renacimiento, por tanto) completan un álbum válido para resumir la carrera de un director que todo aficionado debe conocer, y por tanto totalmente recomendable.

El nombre de Artur Rodzinski (1892-1958) tal vez no sea hoy conocido por muchos aficionados. Prototipo del director errante (el único que fue titular alguna vez de las cinco grandes orquestas americanas: Nueva York, Cleveland, Chicago, Filadelfia y Los Angeles, sin arraigar en ninguna), Rodzinski se negó a dejar de dirigir cuando su médico le anunció que su profesión podía costarle la vida, debido al esfuerzo que realizaba y a su delicado estado de salud; y así fue, falleciendo poco antes de cumplir los 67 años.

Suele considerarse que el repertorio ruso fue la gran especialidad de Rodzinski, y en este álbum tenemos varias muestras del mismo. En primer lugar, la Sinfonía nº 2 de Rachmaninov, grabada en Nueva York en 1945, durante su titularidad; una versión muy directa, sin ninguna sofisticación, que llega inmediatamente al oyente y que posee "idioma" ruso. No digo que sea una versión "de referencia", pues dentro de una línea parecida encuentro superior la que grabara Kurt Sanderling en Leningrado una década después, pero al menos sí revela a un muy buen director. En cuanto a La Gran Pascua Rusa de Rimsky-Korskov y el Preludio de Khovanschina de Mussogrsky, son versiones que explican muy bien las obras (la primera posee ese carácter misterioso, "milenario", que debe tener, y la segunda tiene la necesaria delicadeza en las partes líricas), y que podrían considerarse de referencia si no fuera por la baja calidad de la orquesta, una Royal Philharmonic que en estas tomas de 1958 presenta desafinaciones constantes en los metales.

Fuera del repertorio ruso la calidad parece disminuir, hasta el punto de que por muchas de las grabaciones aquí incluidas dudaríamos que quien las hizo fuera un gran director. Así, de Wagner encontramos un "Preludio y Muerte de Amor" del Tristán e Isolda grabado en Chicago en 1947, durante la titularidad de Rodzinski en esta orquesta; precisamente lo último que dirigiría en su vida sería el Tristán, y en Chicago, con lo que se justifica su inclusión. Es también una versión muy "directa", muy fogosa, pero se pierde el lado póetico. En cuanto a los fragmentos del Anillo del Nibelungo grabados para Westminster en 1955 con la Royal Philharmonic, hay que decir que la "Cabalgata de las Walkirias" es de las peores que se pueden encontrar, al menos de las grabadas en esa época: trivial, atropellada, y de un efectismo de lo más vulgar, parece música de banda. Mucho mejor están los "Adioses de Wotan", bastante correctos y a los que sólo se puede reprochar la desafinación (de nuevo) del metal en el tema de la lanza. El "Amanecer y Viaje de Sigfrido por el Rhin" está bien narrado, es eficaz, pero tiene poco refinamiento, y la "Marcha Fúnebre" vuelve a ser rapidísima y trivial, falta de grandeza.

También se han incluido dos obras de Richard Strauss pertenecientes a las grabaciones de su último año de vida, en este caso con la Philharmonia. Rodzinski es autor de un conocido arreglo de los Valses de El Caballero de la Rosa y podría esperarse que Strauss fuera una especialidad suya. Lo que encontramos es una Danza de Salomé mucho menos colorista y orgiástica que la de Reiner (la referencia absoluta, para mí), que sólo hace verdadera justicia a la música en la secuencia de vals (hacia el minuto 5) y cuyo final suena confuso. En cuanto a Muerte y Transfiguración es una versión de un pesimismo y negrura total, no hay ni el menor resquicio de esperanza para el moribundo que describe el programa; la orquesta deja que desear, pero al menos la versión tiene su cierto interés. Y cuando parecía que no íbamos a encontrar ninguna interpretación de Rodzinski que mereciera llamarse "de referencia", he aquí la sorpresa: una obertura de Guillermo Tell de Rossini que aprovecha la tímbrica hasta lo exacerbado, con una intensidad dramática máxima, con un final trepidante como ninguno... sólo comparable a la de Toscanini. Esta pieza parece el mayor interés de un álbum que, en todo caso, sirve para conocer a un director olvidado.

Por el contrario, no puede decirse que esté olvidado Karl Böhm (1894-1981), director austríaco que en su día gozó de una fama (incluso mediática) casi comparable a la de Karajan. Se le consideraba un especialista en el repertorio germánico, especialmente los clásicos vieneses (Mozart, Beethoven, Schubert, Brahms...) y en Richard Strauss, compositor que le dedicó su ópera Daphne. Sin embargo, no estuvo a la misma altura en todas las etapas de su carerra, pues muchas de sus grabaciones de los años 60 con orquestas que no sean la Filarmónica de Viena nos muestran a un director solvente, sí, pero cuadriculado y rutinario, que aplica la "ley del mínimo esfuerzo" para garantizar que todo esté en su sitio, pero no va más allá. El gran Böhm, el de las grandes ocasiones, casi siempre aparece al frente de la Filarmónica de Viena, sobre todo en sus últimos años de vida que, extrañamente, son los menos representados en el formato CD, quedando aún sin reeditar muchas grabaciones que aparecieron en los 70 en LP.

Con la amplia discografía que nos ha dejado Böhm, y dado que había la posibilidad de recuperar cosas inéditas o descatalogadas de sus últimos años, el álbum que le dedica esta serie prometía estar especialmente logrado. Y el resultado es una decepción casi total. Empecemos por la selección de autores: Haydn, Mozart, Schubert, Bruckner. Nada que objetar a estos, pero ¿por qué no incluir nada de Richard Strauss? Un recopilatorio Böhm sin nada de Strauss no es serio. Podía haberse incluido alguna de sus últimas Muerte y Transfiguración en vivo, su Don Juan con Berlín o al menos una de las piezas breves que grabó (Preludio Festivo, Danza de Salomé, etc.)

Bien, vamos con los autores que sí se incluyen: de Mozart, sólo la Obertura de Così fan tutte, y precisamente en la única grabación de las 3 que hizo en la que la orquesta no es la de Viena; eso sí, es de EMI, el sello que distribuye esta colección. Grabación que bien puede ser en conjunto la de referencia, porque está menos cortada que las otras dos, y porque su reparto es de excepción, pero cuya parte orquestal (incluyendo la Obertura) es la más rutinaria de las tres. Si se deseaba incluir algo de Mozart de corta duración, ¿no podría haberse rescatado la Música para un funeral masónico grabada para DG, actualmente inencontrable? Por no hablar de alguna Sinfonía o alguna Serenata... eso sí, siempre con la Filarmónica de Viena.

Schubert es otro autor en el que Böhm consiguió interpretaciones señeras con la Filarmónica de Viena, y para este álbum podían haberse acordado de la "Incompleta" de 1977 en DG (nunca publicada en España en CD excepto en una colección de fascículos), o mejor aún del LP Decca de los años 50 con 5ª y 8ª. En lugar de eso, lo que encontramos le hace un flaco favor a Böhm, pues reeditan la Sinfonía nº 9 "La Grande" que ya estuvo publicada en la serie Galleria de DG, una toma en vivo en Dresde (enero de 1979) donde el anciano director pierde los papeles, la orquesta se le llega a escapar de las manos, y al final todo se acaba reduciendo a meter ruido, mamporrazo va, mamporrazo viene.

La única participación de la Filarmónica de Viena en el álbum la encontramos en la Sinfonía nº 91 de Haydn, perteneciente a un "mini-ciclo" grabado a comienzos de los 70, consistente en las sinfonías que están entre las "París" y las "Londres", más la Sinfonía Concertante. Se trata de una grabación nunca editada en CD en España (nuevamente con la excepción de una serie de fascículos) y que presenta una versión espléndidamente tocada, elegantísima y de gran belleza, aunque sea una belleza un tanto "marmórea", sin el sentido del humor de un Dorati en su ciclo Haydn. En todo caso se podría preguntar por qué incluir a Haydn y no Beethoven, Brahms o el mismo Strauss.

Por último, la Sinfonía nº 8 de Bruckner es una elección lógica, pues Böhm estuvo muy vinculado a la música de su compatriota desde que en los años 30 grabara algunas de las primeras versiones en disco de sus Sinfonías, y estrenara las nuevas ediciones de Haas de las partituras bruckerianas. Asimismo, esta toma con la WDR de Colonia puede servir como representación del trabajo de Böhm con las distintas orquestas alemanas de radio. Se trata de una interpretación anterior en sólo tres años a su grabación oficial para DG, pero que muestra a un director que parece mucho más joven, más ágil, sin la pesadez algo cargante que aparece a ratos en su grabación de estudio (muy buena en general, por otra parte). Al ser una toma inédita hasta ahora, se convierte en el mayor punto de interés (sobre todo para brucknerianos) que presenta este "álbum Böhm", que podía haber dado mucho más de sí.

REFERENCIAS:

"GRANDES DIRECTORES DEL SIGLO XX":

"FELIX WEINGARTNER" - EMI 7243 5 75965 2 7 (2 CD's)

"SIR THOMAS BEECHAM" - EMI 7243 5 75938 2 3 (2 CD's)

"HERMANN SCHERCHEN" - EMI 7243 5 75956 2 9 (2 CD's)

"ARTUR RODZINSKI" - EMI 7243 5 75959 2 6 (2 CD's)

"KARL BÖHM" - EMI 7243 5 7 75944 2 4 (2 CD's)