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Número 63º - Abril 2.005


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VELADA VERISTA 

Bilbao, Palacio Euskalduna. 16 de Abril de 2005.

Giordano: Andrea Chenier. Solistas: Fabio Armiliato (Andrea Chenier), Daniela Dessí (Maddalena de Coigny), Juan Pons (Carlo Gerard), Violeta Urmana (Condesa/Madelon), Alexandra Rivas (Bersi), José Ruiz (Abate/Incredibile), Alfonso Echeverría (Roucher), Alberto Arrabal (Mathieu), Fernando Latorre (Flèville/Tinville), José Manuel Díaz (Schmidt/Mayordomo) . Coro de Ópera de Bilbao. Orquesta Sinfónica de Szeged (Hungría). Dirección musical: Renato Palumbo. Coproducción: Teatro Reggio, Parma y Teatro Massimo Vincenzo Bellini de Catania. Dirección de escena: Ivan Stefanutti. Aforo: lleno.

Por Bardolfo.

Fabio Armiliato y Daniela Dessí tras el estreno en Bilbao

        El verismo no está de moda. Las pasiones exacerbadas, los crímenes sanguinarios, los ambientes con frencuencia barribajeros de las obras que rompieron con el acartonamiento de muchos dramas románticos no están bien visto en esta sociedad del bienestar, y por eso la programación de una obra como Andrea Chenier es siempre bienvenida, más aún cuando se trata de un título con el que pueden regodearse los amantes de las voces (todavía por fortuna mayoría en los teatros de ópera), por contar en sus dos horas de duración con una de las más bellas colecciones de melodías para tenor, soprano y barítono sirviendo a la casi cinematográfica historia del poeta servidor de la causa revolucionaria francesa que acaba engullido por ésta y de la hermosa aristócrata que sacrifica su vida para estar a su lado. Todo un menú con piezas tan célebres como el Nemico della patria? del barítono, el Improvviso del protagonista o La mamma morta de la soprano, elevada al olimpo popular por obra y gracia de Tom Hanks y Maria Callas.

        A pesar de esto, o precisamente por ello, la obra de Giordano no es nada fácil de poner en pie. Más allá de sus complicaciones escénicas, que las tiene, y de su férrea acomodación a la época que la inspira, lo que dificulta los cambios de época y ubicación que ahora abundan tanto en el teatro cantado y que son el principal foco de interés de los más prestigiosos registas, la traba principal la constituye el terceto protagonista, y especialmente el papel principal, un carácter bien dibujado a través de cuatro arias y dos dúos, además de otras intervenciones, y que define a un hombre a medias poeta, a medias guerrero, amante e inspirador del pueblo que hace la revolución y a su vez enamorado de una de las aristócratas a los que éstos persiguen. Todo un abanico de emociones y registros sonoros para un rol muy frecuentado y ambicionado, pero escasamente bien  servido a lo largo de su trayectoria. Menos inspirado que en otras ocasiones, como en las intensas funciones de Sevilla en el 2001, y con una visión más poética que se veía perjudicada por un timbre poco grato y no siempre homogéneo, Fabio Armiliato es no obstante ahora mismo el único Chenier atendible, lo que no impidió que su gran aria del cuarto acto quedara un poco falta de carga trágica.

        Frente a él, su pareja Daniela Dessí realizó una memorable versión de la frágil Maddalena, perfecta en los momentos patéticos y algo madura para la escena inicial. Voz lírica, de cálido sonido latino con un registro central muy hermoso, resulta perfecta para el papel, a despecho del molesto trémolo de la zona aguda, y, como es natural, se compenetra perfectamente con su compañero. Juan Pons, pese a su nada estimulante presencia escénica, sobrada de años y kilos, dominó perfectamente el atormentado rol de Gerard, y el fraseo verista, incisivo y construido a base de frases cortas, se adecua mejor a sus medios actuales que las largas líneas verdianas, donde no acabó de sentirse cómodo hace pocos días (Simon Boccanegra, Sevilla). A su gran aria del acto tercero le siguió una ovación estruendosa y muy merecida.

        Buen reparto el elaborado por la ABAO para cubrir la larga lista de personajes secundarios de la historia: Alexandra Rivas se hizo oír perfectamente con una Bersi cantada sin ninguna dificultad; Viorica Cortez mostró dos diferentes facetas de su expresividad como la trivial Condesa de Coigny y la trágica Madelon; José Ruiz dio una lección más de su gran clase en su burlona arietta del Incredibile y en el más breve papel del Abate; Alfonso Echeverría con un sentido Roucher y todo el resto de artistas completaron con adecuación el gran fresco del libreto de Luigi Illica, que se vio reforzado con el excelente sonido del Coro de Ópera de Bilbao, de sonido particularmente equilibrado en los diferentes timbres.

        Renato Palumbo realizó una excelente labor con los cantantes. Pese a que algunos forte pudieron resultar excesivos para las voces que tenía sobre el escenario, la fuerza verista exige pasión también en el foso, y de eso desde luego no carece el director italiano, que contó a sus órdenes con la competente Orquesta de Szeged, de sonido algo ácido. La producción, convencional y equilibrada, sin caer ni en la ostentación ni en el cutrerío, funcionó como un reloj, aunque hay que señalar el artificioso movimiento de las "meravigliosi" en el acto segundo, que se oponía al naturalismo del resto de la dirección. Una bonita noche en el Paris revolucionario.