Revista mensual de publicación en Internet
Número 50º - Marzo 2.004


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LOS ESCRITORES Y LA MÚSICA:
BOITO (I)

 Por José Ramón Martín Largo. Lee su curriculum.

De la reducida nómina de escritores-compositores, y por encima de su ilustre antecendente E.T.A. Hoffmann, sobresale el caso excepcional de Arrigo Enrico Boito, no únicamente como autor de libretos de ópera, de los que uno solo (el de Falstaff) bastaría para otorgarle ya un lugar en la historia de la música, sino también por ser el libretista y compositor de una ópera que todavía hoy se encuentra asentada en el repertorio: Mefistofele. Nacido en 1842 en Padua, cuando esta ciudad pertenecía al imperio de los Habsburgo, la existencia de Boito iba a coincidir casi íntegramente con el reinado del emperador Franciso José I, pero también con la pujanza de un nacionalismo que ya en 1848 propició una insurrección que, en Padua, fue proyectada en el histórico Caffè Pedrocchi, y que llevaría a la anexión de la ciudad al reino italiano en 1866.

Para entonces Boito se había establecido en Milán, ciudad en la que ya vivió mientras cursaba sus estudios musicales. Su propósito de dedicarse a la composición de óperas venía de antiguo, y de hecho de su estancia, gracias a una beca, en París, adonde se trasladó en 1861. Allí había conocido a Victor Hugo, Gioacchino Rossini y Hector Berlioz. Después de viajar por Europa, y ya de vuelta en Milán, empezó a trabajar en el libreto de Mefistofele, inspirado en el Fausto de Goethe, mientras colaboraba en la prensa como crítico literario. Por aquel entonces la literatura milanesa estaba dominada por un joven movimiento que ha sido definido como el equivalente italiano de Baudelaire y que se daba a sí mismo el nombre de “Scapigliatura”.

Se considera a Giuseppe Rovani, autor de novelas históricas de las que la más reeditada es Cento anni (1869), como el fundador de este movimiento artístico que, además de escritores, incluía a pintores, escultores y músicos, y cuyo nombre viene a ser una traducción libre de “bohême”. Pero su teórico fue Carlo Righetti, más conocido por su anagrama Cletto Arrighi, quien, en el Alamanacco del Pungolo per il 1858, dio a conocer a un grupo de jóvenes escritores bohemios en su artículo La Scapigliatura milanese. Más tarde (en 1862) publicaría la novela La Scapigliatura e il 6 febbraio. Arrighi solía aludir en sus textos a su amigo Temistocle Prola, quien firmaba sus obras con el pseudónimo de Antar, joven poeta de intuiciones geniales y existencia desordenada, genuino modelo de vida bohemia, que se suicidó a la edad de veincicuatro años y cuyo último artículo, de manera póstuma, apareció en la revista Il Pungolo en 1857. No es extraño que, desde el principio, el término “scapigliatura” adquiriera el significado de “maldito”.

A este movimiento se adhirió Boito. Entre sus correligionarios figuraban Emilio Praga, Giovanni Camerana e Iginio Ugo Tarchetti, quienes tuvieron en común un carácter apasionado, una actividad creativa que abarcaba diversos campos y una vida breve. Aunque los poeti scapligiati orientaron sus intereses en direcciones no siempre coincidentes, había rasgos que englobaban sus obras y a menudo también sus vidas: el inconformismo, el rechazo de la hegemónica cultura manzoniana y de la nueva civilización industrial, así como una predisposición favorable a las nuevas corrientes estéticas que circulaban en el extranjero, especialmente en Alemania y Francia. En general, la “Scapigliatura” mostró, además de su gusto por la existencia tabernaria, una gran atracción por el conflicto entre lo racional y lo misterioso, un acusado anticlericalismo y un profundo desdén por las convenciones burguesas. Ellos pusieron de moda en Italia el romanticismo alemán, con especial énfasis en todo cuanto en éste había de macabro y demoníaco. Literariamente, los scapligiati dieron lugar a una obra que exaltaba las pasiones, que mostraba lo volátil que es la frontera entre el bien y el mal y que encontró su mayor expresión en Senso, novela del hermano de Arrigo, el arquitecto Camillo Boito, que alcanzaría gran popularidad por medio de la adaptación cinematográfica de Visconti.

 En 1863, Arrigo Boito escribió junto a Emilio Praga la comedia Le madri galanti, que se estrenó en Turín y que constituyó un completo fracaso. Cuatro años más tarde publicó una curiosa novela: L'alfier nero, en la que se narra una partida de ajedrez de consecuencias mortales entre un jugador negro, Tom, y un blanco, George Anderssen. Al año siguiente por fin estrena en la Scala, dirigida por él mismo, su Mefistofele, ópera de cinco horas y media de duración que también resulta un fracaso, por lo que desde ese día, y durante muchos años, firmará sus obras con el anagrama de Tobia Gorrio. En realidad, no fue sólo la duración de la obra lo que provocó la repulsa de los milaneses, sino también, y sobre todo, el que la ópera estuviera impregnada, ya desde el tema elegido, de un germanismo muy alejado de los principios nacionalistas que regían en los teatros italianos. Por lo demás, el libreto de Mefistofele era la mejor y más fiel adaptación para la escena musical de la obra de Goethe, por encima del Faust de Gounod y de la Damnation de Faust de Berlioz. No obstante, y tras una larga reelaboración, la obra volvería a la escena en 1875, pero esta vez en el Teatro Comunale de Bolonia, coliseo tradicionalmente más receptivo a la música alemana. Esta vez la obra fue un éxito, aunque aún le dio Boito algunos retoques, de forma que la ópera no alcanzó su forma definitiva hasta 1881.

Con todo, para los círculos musicales italianos, y a pesar de que para entonces Boito ya estaba trabajando en la que habría de ser su segunda y última ópera, éste seguía siendo un escritor con veleidades de músico. No es casual, pues, que en esos años, junto a la colaboración ya mencionada en la obra de su amigo Praga, se reclamaran a menudo sus servicios como libretista. Ya en 1865 había escrito el libreto de la ópera Amleto, del compositor y director Franco Faccio, ilustre verdiano (estrenó Aida en Italia) que contribuyó a la difusión del repertorio sinfónico contemporáneo y de las óperas de Wagner. En 1873 Boito escribió el libreto de Un tramonto, del hoy olvidado Gaetano Coronaro; dos años después, La falce, para uno de sus colegas de la “Scapigliatura”, el veinteañero Alfredo Catalani, que aún estaba lejos del mundo poético que desarrollaría en la década siguiente; y, en 1876, el que iba a ser su primer verdadero éxito como libretista: La Gioconda.

El cremonés Amilcare Ponchielli gozaba ya de fama en la capital lombarda desde el estreno de I promessi sposi (1872), ópera que era en realidad una reelaboración de la que, con el mismo título, había estrenado en Cremona quince años antes. El éxito que entretanto había tenido otra ópera basada en la misma novela de Alessandro Manzoni, con música de Errico Petrella, le animó a reelaborar su obra juvenil, encargando la revisión del libreto a Emilio Praga. Tras esto, el editor Ricordi encargó a Ponchielli una nueva ópera para la Scala: I Lituani, a la que sucedería La Gioconda en 1876. El éxito clamoroso que alcanzó la obra ya en su primera representación, en la que participó el tenor Julián Gayarre, no impidió que Ponchielli hiciera abundantes modificaciones en la partitura, primero para su representación en Roma (1877) y Génova (1879) y después otra vez en la Scala, ya en su forma definitiva, en 1880. La obra se inscribía en un momento de crisis de la ópera italiana: el del fin del Risorgimento, cuando los teatros italianos habían importado el gusto por la grand-opéra y Verdi no había acabado de encontrar su propio lenguaje. Así, La Gioconda debió su triunfo tanto al hecho de satisfacer plenamente los deseos de espectacularidad del público de la época como al hábil libreto que Boito firmó con su acostumbrado pseudónimo. Pero precisamente Boito iba a contribuir a la superación de esa crisis tras su encuentro con Verdi.