LEONSKAJA,
      DIRECTA AL CORAZÓN 
       
      Jerez,
      Teatro Villamarta. 26 de octubre. Recital de Elisabeth Leonskaja, piano.
      Obras de Schubert, Prokofiev y Schumann. 
      Por
      Fernando López
      Vargas-Machuca. Lee su curriculum.
      La
      temporada de conciertos del Teatro Villamarta -no así la lírica- roza la
      excelsitud a pesar del constreñido presupuesto. Renunciando en gran
      medida a las carísimas actuaciones de orquestas sinfónicas, a lo largo
      de tan sólo seis años han desfilado por el escenario jerezano solistas
      instrumentales, agrupaciones camerísticas y formaciones de música
      antigua de la mayor categoría. Entre los pianistas, se han sucedido
      nombres tan relevantes como los de Vladimir Ashkenazy, Maria Joao Pires,
      Grigory Sokolov, Rosa Torres Pardo y Joaquín Achúcarro. De entre ellos,
      los más memorables habían sido hasta ahora los españoles.
      La
      inauguración de la VII Temporada de Conciertos ha cambiado las tornas,
      pues el recital ofrecido por Elisabeth Leonskaja ha resultado
      verdaderamente portentoso. ¿Hay quien ofrece hoy un Schubert, un Schumann
      y un Prokofiev superiores? Es dudoso, sobre todo en el caso del primero de
      los citados, en los que nuestra artista se muestra como la legítima
      heredera de quien fuera su gran mentor, el genial Sviatoslav Richter. En
      este sentido, sus maneras de hacer se sitúan en el polo opuesto al de la
      citada Pires: si para la portuguesa la música ha de ser ante todo
      delectación en la belleza de un sonido dulce y evanescente -escúchese su
      lamentable disco dedicado a Beethoven en D.G.-, para la pianista georgiana
      la interpretación ha de ser la búsqueda del eslabón entre nuestro
      propio interior y el alma del compositor, una búsqueda en la que hay que
      renunciar a cualquier posición confortable y explorar, si los hubiere,
      los rincones más oscuros y tenebrosos.
      Su
      Sonata Op. 20, D. 664 de Schubert fue un modelo de lo que hay que
      hacer con este frecuentemente malinterpretado compositor. Sin dejar de
      lado la elegancia, el fraseo cantable y efusivo e incluso el sentido del
      humor (su postura no es tan radical como la de Richter), Leonskaja puso su
      técnica prodigiosa -qué impresionante registro grave- al servicio de una
      interpretación tensa e hiriente, de una sinceridad apabullante. En el
      doloroso Andante alcanzó las más altas cotas de la interpretación pianística:
      pocas veces -pienso ahora en el más reciente Beethoven de Barenboim en
      Madrid- he escuchado algo tan prodigioso en directo.
      La
      negrura continuó en la violenta, pero no por ello menos melancólica y
      sentida, Sonata nº 6 de Prokofiev, en la que Leonskaja supo
      conjugar los aspectos más modernos y brutales de la partitura -de nuevo
      increíble su sonido- con el lirismo de la confesión sincera.
      Acongojante. Ya en la segunda parte, extrajo toda la música posible de la
      irregular Sonata Op. 11 de Schumann (la primera de las tres del
      autor) volcándose por completo en el huracán de sentimientos y dejando a
      un lado cualquier tentación hedonista o meramente virtuosística, opción
      que volvió a dejar bien clara en las dos propinas de Chopin y en una
      tercera de Schubert. Su arte va directo al corazón.
      Al
      finalizar el recital tuvimos la oportunidad de acercarnos a la artista y
      conversar unos minutos con ella. Entonces nos descubrió su pasión por el
      flamenco, en el que dice descubrir un desgarro y una intensidad que la
      conmueven profundamente: no están nada lejos este mundo y su propio arte
      pianístico, a decir verdad. ¡Ah! Nos dejó con la boca abierta cuando
      nos aseguró que la acústica del Villamarta era comparable a la del
      Conservatorio de Moscú o la del Symphony Hall de Boston, y que sin la
      menor duda se encuentra entre las diez más perfectas que ha tenido la
      oportunidad de conocer a lo largo de su carrera. Ahí es nada.