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Número 23º - Diciembre 2.001


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EL SIBELIUS QUE LLEGÓ DEL FRÍO 

Por Ignacio Deleyto Alcalá. Lee su Curriculum.

 



Finlandia ha sido cuna de una pléyade de batutas de proyección internacional como Paavo Berglund, Okko Kamu, Leif Segerstam, Esa-Pekka Salonen, Osmo Vänskä y Jukka-Pekka Saraste. A esta lista habría que añadir a Sakari Oramo, nombre desconocido para muchos pero que fue elegido con sólo 33 años para suceder a Simon Rattle al frente de la City of Birmingham Symphony Orchestra. A Rattle, como se sabe, le espera la Filarmónica de Berlín a partir del año próximo.

Nacido en 1965 de una familia musical (madre, pianista y padre, musicólogo) Oramo empezó su carrera musical como primer violín en la Finnish Radio Symphony Orchestra para luego orientarse más y más hacia la dirección de orquesta estudiando con Jorma Panula, profesor de la Academia Sibelius y maestro, ente otros, de Salonen. Hasta ahora la crítica inglesa ha sido muy favorable con su trabajo al frente de la orquesta inglesa y es un nombre a tener en cuenta. Así piensa al menos Norman Lebrecht que le incluye en su lista de “top conductors” del siglo XXI.

Tres son hasta ahora los discos de Oramo publicados por ERATO, uno dedicado a obras orquestales de Grieg , otro con Segunda y Cuarta Sinfonías de Sibelius y un tercero -objeto de nuestro comentario- con Quinta Sinfonía, Suite Karelia, La hija de Pohjola y El Bardo de Sibelius (ERATO 8573 – 85822-2). 

Si bien Sibelius murió en 1957, sus última obras de importancia fueron compuestas en la década de los veinte. La Quinta Sinfonía estrenada en su revisión final en 1919 por el propio autor es la más conocida con su Segunda aunque tanto la Tercera como la Cuarta son obras maestras, sin olvidar su impresionante Séptima

Sibelius es un compositor, que especialmente en sus sinfonías más personales (a partir, quizás, de su Cuarta Sinfonía), nunca explicita demasiado: a veces se tiene la sensación de estar ante una cámara que recorre uno de esos agrestes y brumosos paisajes nórdicos sin ánimo de contar nada. Se crean expectativas, se amaga, se anticipa, se crean pequeños clímax nunca concluyentes. Hay como una constante no-progresión en su discurso musical y una fragmentación deliberada que no se debe entender negativamente. Su música que desprende misterio y distanciamiento, crea atmósferas -muy diferentes a las del impresionismo francés- con una textura orquestal sobria y elemental. Incluso la luminosidad nunca deja de estar teñida de un cierto carácter sombrío. 

Oramo conoce bien el lenguaje de Sibelius y en ningún momento es sentimental, ni demasiado expresivo, no enseña demasiado lo cual no debe confundirse con falta de gas. Nunca carga las tintas, sólo rítmicamente, como en el final del primer movimiento de la Quinta. Oramo es distante y aporta una  gran claridad al tejido orquestal. Quizás no sea capaz de crear la suficiente atmósfera (parece hecho a propósito) pero a su lectura no le falta imaginación. Los seis acordes finales con sus largos y enigmáticos silencios son extraordinarios y añaden monumentalidad a la obra. Aquello de “el sonido del silencio” nunca ha sido más cierto que en este gélido final de Sibelius.

La Suite Karelia es una obra temprana de herencia tchaikosvkiana. Mucho más ligera que la obra anterior y de corte patriótico, recibe aquí una lectura desenfadada, de tempi vivos y un centelleante y brillante final aunque se eche un poco de menos el chispeante humor del flautín de la versión de Kamu (DG). Bello solo a cargo del corno inglés en el Intermezzo. 

El poema sinfónico La hija de Pohjola es música programática basada en el Kalevala, poema nacional finlandés por excelencia. La interpretación de Oramo peca de cierto apresuramiento. Hay, sin embargo, fogosidad e intensidad en la batuta que dotan a la obra de un carácter épico aunque Oramo mantenga su distanciamiento habitual. En el final -poderoso y delicado por un igual- nos imaginamos al derrotado héroe, Väinämöinen, desaparecer humillado entre brumas. 

Con El Bardo, otro poema sinfónico de 1913 entramos en una gran transición con un sinfín de fragmentos y amagos en forma de pinceladas orquestales. Una obra que desprende la atmósfera de un tiempo para siempre perdido. Ya desde su misterioso y brumoso final nos volvemos a identificar con un Sibelius oscuro, con esa evocadora arpa que reemplaza a la lira del Bardo, y de una intensidad sonora ensoñadora.

Recomendación por tanto para este interesante disco con una toma sonora ejemplar de absoluta transparencia.