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Número 15º - Abril 2.001


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EUTERPE DESDEÑADA: SOBRE LA MÚSICA EN SECUNDARIA.


Por Víctor Pliego de Andrés. Lee su curriculum.

En 1975 se publicó el plan de estudios de «Música y actividades artístico-culturales» para el primer curso del Bachillerato Unificado Polivalente. En aquel momento fue un gran acontecimiento, aunque la pomposa denominación delataba una cierta desconfianza hacia la Música, que necesitaba ser avalada con la coletilla alusiva a lo «artístico-cultural». En realidad se trataba de un curso de Historia de la Música que transcurría desde «los tiempos del Románico» hasta «las corrientes musicales de vanguardia» a través de «la audición de las obras más significativas». Otro hecho importante fue la convocatoria en 1984 de las primeras oposiciones de profesores agregados de Música. Con la reforma del sistema educativo de 1990, la Música consiguió un espacio lectivo y unos contenidos más razonables que incorporaban como parte sustancial no solo conceptos, sino también procedimientos y actitudes. La educación entendida como una mera acumulación de información teórica parecía superada y gracias a ello la Música empezó a encontrar su lugar, como disciplina seria y rigurosa, capaz de conjugar teoría y práctica. A pesar de las dificultades derivadas de la falta de medios y de apoyo, la reforma empezaba a dar ahora, tras una década, sus primeros frutos.

Falta de tiempo.
      En 1998, Esperanza Aguirre, entonces Ministra de Educación y Cultura, resumió sus intenciones al declarar: «¡Más troncales y menos marías!», dando al traste con todas la teorías modernas y resucitando una terminología ofensiva y machista, propia de otros tiempos. Su profecía se ha cumplido. El Debate de las Humanidades ha impulsado una revisión de las enseñanzas de Secundaria y Bachillerato que supone un grave ataque a la Música. El Ministerio de Educación, Cultura y Deportes no solo ha recortado drásticamente el horario de esta asignatura hasta reducirla a una mínima expresión, sino que ha dado un vuelco a los contenidos recuperando unos temarios caducos, centrados en contenidos memorísticos, teóricos e historicistas. Pero la Música no es tanto un saber, sino una actividad que se ejerce en la práctica y que implica simultáneamente las capacidades mentales, afectivas y motoras. Las clases de Música requieren sobre todo tiempo para tocar, cantar, bailar, escuchar, conocer, repetir y corregir. Los tiempos señalados en los planes de 1991 eran mínimos y aún así un grupo de profesores abordó con ilusión y entusiasmo la misión de enseñar Música en tan duras condiciones. Rebajar el mínimo a una cifra tan insignificante como una hora semanal es un duro golpe al trabajo de este profesorado. La falta de recursos, espacios y medios se puede suplir con imaginación, pero la falta de tiempo no. El tiempo es la sustancia vital, el aire y la sangre de la Música. La enseñanza musical requiere un intenso trabajo personal bajo la dirección directa del profesor, igual que ocurre si queremos aprender un idioma. Sin horas de clase no hay espacio para hacer Música, para oírla y aún menos para aprenderla. Ni tan siquiera hay tiempo a impartir Historia de la Música, a no ser que lo hagamos sin poner ejemplos musicales. Como la Música es lo que suena y el sonido transcurre en el tiempo, sin tiempo no hay Música.

Afortunadamente, tras las numerosas protestas y manifestaciones en contra de la reducción de horas, parece que las Comunidades Autónomas mantendrán el mismo horario que hasta ahora venía dedicándose a la Música, deshaciendo el despropósito ministerial. Pero en realidad, las horas semanales de Música deberían ser más, en beneficio de la formación integral de los alumnos, porque a través de la Música mejora el rendimiento general en otras materias. Es algo que está científicamente demostrado con experimentos que tuvieron su origen en Hungría. Una mayor actividad musical semanal ayuda a desarrollar la atención, la concentración, la memoria, la tolerancia, el autocontrol, la sensibilidad; favorece el aprendizaje de la lengua, de las matemáticas, de la historia, de los valores estéticos y sociales; previene los conflictos y los problemas disciplinarios; contribuye al desarrollo intelectual, afectivo, interpersonal, psicomotor, físico... Todo esto ya estaba presente en la Antigua Grecia, en las propuestas educativas de Platón que fueron rescatadas a principios del siglo XX por Emile Jaques-Dalcroze y luego por Carl Orff. El pedagogo, psicólogo y antropólogo suizo Edgar Willems dijo hace décadas que la educación musical despierta y desarrolla las facultades humanas. Howard Gardner ha explicado como «la Música estructura la forma de pensar y trabajar, ayudando a la persona en el aprendizaje de las matemáticas, del lenguaje y de las habilidades espaciales». El mismo autor ha declarado que los legisladores que eliminan la educación musical de la enseñanza «son arrogantes e ignoran cómo han evolucionado la mente y el cerebro humano». Muchos problemas del sistema educativo se derivan de un modelo tradicional basado en la escritura y en el conocimiento puramente teórico de la cosas, que está siendo superado por una cultura audiovisual con nuevas formas de saber que el lingüista Raffaele Simone ha denominado la revolución de la Tercera Fase. Saber escuchar o saber mirar son en nuestro mundo tan necesarios como saber leer y escribir. Aunque la enseñanza todavía no ha dado a esto la debida respuesta, cabe vaticinar que la educación musical y visual van a cobrar en un futuro no muy lejano una importancia capital.

Contenidos obsoletos.
      En sus conclusiones, la Comisión de las Humanidades, instó a las Administraciones Educativas a que fomentaran «la formación musical, la creación de grupos corales e instrumentales, las audiciones y los conciertos, el conocimiento directo de las obras de arte y el aprendizaje de la danza». Esta recomendación ha sido transgredida no solo con la reducción del horario propuesto por el Ministerio, sino también en los contenidos mínimos que ha dictado a través de los correspondientes decretos de reciente publicación e infaustas consecuencias. Asesorado por un comité de expertos de reconocido prestigio, cuya identidad se oculta con celo, el Ministerio ha propuesto el retorno a unos contenidos obsoletos. Han desaparecido los procedimientos y las actitudes, así como los bloques de expresión vocal y canto, expresión instrumental y movimiento y danza, que constituyen los ejes fundamentales de la educación musical en todos los países avanzados. En su lugar han propuesto un estudio, esencialmente teórico, del lenguaje musical, de la voz y de los instrumentos, de la música en la cultura y la sociedad y de la Historia de la Música. Todo ello de espaldas al currículo de la Educación Primaria.

En Secundaria la asignatura se denomina Música, aunque por sus contenidos debería llamarse Teoría e Historia de la Música. En Bachillerato aparece como Historia de la Música en calidad de asignatura propia de la modalidad de Humanidades y Ciencias Sociales y, por lo tanto, como optativa para todas las otras. En el anterior plan de Bachillerato había una asignatura optativa y de oferta obligatoria de Música que ignoran en el Ministerio. La Historia de la Música es una materia bonita e interesante, pero no tiene ningún sentido introducirla en la enseñanza general a costa de la propia educación musical. También puede ser muy interesante la Historia de la Poesía o de la Escultura, pero no existen como materias independientes. En ningún otro país se enseña Historia de la Música en vez de Música, puesto que ésta incluye aquella. El disparate es tal que la Historia de la Música tiene en Secundaria más presencia que en el grado equivalente de la enseñanza profesional que se imparte en los Conservatorios.

La medida es tan grotesca como pretender impartir Historia del Inglés o Historia de la Educación Física, en vez de practicar y aprender el Inglés o la Gimnasia. Por algo señaló Edgar Willems que la Música se aprende «haciendo Música». El compositor Iannis Xenakis, fallecido hace pocas semanas, dejó dicho que «no hay que educar en la pasividad, sino en la acción, en la capacidad de llegar a una estructuración inédita que pueda cambiar nuestra sociedad y nuestras estructuras de pensamiento». Aristóteles reflexionó sobre este asunto en La Política: «La primera cuestión es si la Música debe incluirse en la educación o no y cuál es su sentido: si es educación, juego o diversión. Hay buenas razones para pensar que sea las tres cosas (...). Ahora hay que tratar sobre lo que antes quedó planteado como problema: si lo niños deben aprender Música cantando y tocando ellos mismos o no. Está claro que hay una gran diferencia para la formación del carácter si uno participa personalmente de la ejecución o no, pues es cosa muy difícil o imposible llegar a ser jueces acertados sin haber participado de ella (...). No es difícil determinar lo que conviene y lo que no conviene a cada edad, así como refutar a los que dicen que el estudio de la Música es una ocupación vulgar. En primer lugar, los jóvenes deben practicar la Música mientras lo son, ya que es necesario participar en la ejecución para poder juzgar, y al hacerse mayores dejar este ejercicio para poder juzgar las buenas músicas y gozar correctamente de ellas gracias a la enseñanza practicada en su juventud».

Una regresión.
      Lo que ha ocurrido con la Música en Secundaria se debe a la debilidad de la cultura musical en nuestro país, a la falta de solidez de la reforma emprendida en los años noventa, a la ausencia de criterios pedagógicos y a los intereses de cierto grupo reaccionario. Es un hecho histórico que la cultura musical tiene en nuestras tierras escaso arraigo debido a la influencia de prejuicios medievales que ven en ella una fuente de diversión y pecado. Los Padres de la Iglesia condenaban la música práctica, la que suenan cantores y ministriles, y consideraban superior la música especulativa de las esferas. Guido d'Arezzo llamaba «bestias» a los cantores y tañedores. Santa Cecilia se convirtió en la patrona de los músicos por su capacidad para escuchar exclusivamente los coros celestiales mientras hacía oídos sordos a las músicas terrenales. Estos recelos aún se manifiestan cuando se discute la incorporación de la Música a la Universidad, que ha asumido casi todas las áreas del saber haciendo honor a su nombre; pero que sigue rechazando la música práctica y sólo incluye entre sus estudios algunos aspectos históricos y pedagógicos. Todavía hay quien piensa que la teoría es superior a la práctica y que los distintos niveles educativos obedecen a una jerarquía intelectual que reserva la práctica para los niños pequeños, para dar paso, según se avanza a través de Secundaria y Bachillerato hacia el Olimpo universitario, a los aspectos más teóricos, históricos y según ellos, elevados. Este engaño cala por su simpleza mucho más que otras consideraciones basadas en el conocimiento de la pedagogía moderna y en la concepción de una educación integral que supere rancios y estériles dualismos entre cuerpo y alma, acción y reflexión, y que descubra el verdadero valor de cada etapa, sin menospreciar los niveles iniciales.

La reforma de los años noventa tuvo un buen fundamento teórico, pero su aplicación y su recepción entre el profesorado ha sido un fracaso. Fue percibida como una imposición, acompañada de una jerga incomprensible, de un incremento de responsabilidades y de una ausencia de medios materiales para su ejecución. Todo ello provocó malestar, frustraciones y rechazo. Este clima ha favorecido el golpe reaccionario escondido tras la reforma de las Humanidades y sus principales víctimas han sido la Música y la Educación Plástica y Visual, aunque todo el conjunto de las enseñanzas acabará por sufrir las consecuencias. El problema es que en su momento no se hizo una pedagogía de la pedagogía, no se supo formar y convence a los formadores. Esta crisis se advierte especialmente en Secundaria, donde el profesorado procede de licenciaturas ajenas a una enseñanza en la que acaba recalando ante la ausencia de otras salidas profesionales. Los resultados de los Cursos de Aptitud Pedagógica, de los Centros de Profesores y de los Planes de Formación del Profesorado ha sido miserables que incluso se ha vuelto contraproducentes.

El sistema de ingreso en los cuerpos docentes también ha favorecido perfiles mucho más eruditos que pedagógicos, dando una vez más la supremacía al conocer sobre el hacer. La licenciatura de Historia y Ciencias de la Música tuvo desde sus inicios en Oviedo el propósito colocar a sus graduados como profesores de Secundaria. A pesar de que no presentan el perfil idóneo para la enseñanza, durante estos años se les ha respetado y se les ha tratado con una benignidad que ahora pagaremos todos, pues amparados por una coyuntura política propicia los más mediocres no han dejado pasar la ocasión para imponer un currículo ajustado a sus pobres conocimientos, en vez de dedicarse a la investigación musicológica para la que supuestamente fueron formados. Resulta imposible enseñar Música si no se sabe cantar, tocar, ni bailar, pero cualquiera puede dictar a toda velocidad unos apuntes refritos de Historia de la Música. Es entonces cuando estallan los problemas disciplinarios, porque los alumnos no son tontos y se percatan de cuando les toman el pelo. Con su actitud no hacen otra cosa que delatar las contradicciones del sistema educativo y la falta de profesionalidad de cierto sector del profesorado que, por distintas razones, no tiene la debida preparación.

Quienes añoraban el viejo plan de estudios del Bachillerato Unificado Polivalente han conseguido resucitarlo y tomarse la revancha ante una reforma que nunca fueron capaces de comprender. Detrás de ello también subyace una concepción conservadora de la música, que concede un extraordinario valor a los grandes monumentos del pasado, a la música clásica consagrada por las discográficas, los auditorios y los teatros de ópera. El hecho de que solo el uno por ciento de la ciudadanía tenga algún contacto con la música clásica aviva las inquietudes y sirve de coartada para justificar la necesidad de dar más Historia y menos Música. Pero se olvida que lo prioritario para acceder a este o cualquier otro repertorio es dominar las bases de la Música como medio de expresión; y éste es un objetivo fundamental que está lejos de haberse cumplido. El debate sobre los géneros está superado desde hace décadas, pero todavía es posible encontrar profesores que ignoran y rechazan determinados géneros como el rock o la música de las vanguardias históricas. Aunque todos los géneros están presentes en el currículo, el acento se pondrá en los grandes períodos históricos que como siempre acabarán por acaparar la casi totalidad del escaso horario disponible. En vez de ofrecer una educación musical, pretenden formar aficionados a la música clásica sin notar que esto solo podrá ser consecuencia de aquello y que lo contrario es locura.

Conclusión.
      La reforma del currículo de Música se ha hecho sin debates ni consultas, sin evaluar la experiencia realizada durante la última década con la ilusión y el esfuerzo de los profesores comprometidos con la mejora de la enseñanza, sin tener en cuenta los principios de la pedagogía moderna, sin considerar los modelos que se aplican en otros países de nuestro entorno, truncando así los primeros avances que se estaban empezando a producir y dando alas a los intereses creados de un sector reaccionario e incompetente. Los profesores de Música de Secundaria tienen motivos para sentirse frustrados y solo les queda el consuelo de emplear el estrecho margen que les otorga la libertad de cátedra y el currículo para tratar de seguir cultivando la Música viva en sus aulas, aunque la tendencia se incline otra vez en favor de la Teoría y la Historia de la Música. El problema afecta no solo a la Música, aunque la situación de esta asignatura es un indicador de calidad. El día que ocupe el lugar que merece será señal de que el sistema educativo empieza a funcionar.