Revista mensual de publicación en Internet
Número 88º - Marzo-mayo 2.008


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Un abrazo al aire

Por Víctor Pliego de Andrés. Lee su curriculum. 

Béjart Ballet Lausanne. Zaratustra, el canto de la danza. Programa: Prélude, música de Wagner y Beethoven; Venise, música de Vivaldi y Wagner; Les 4 éléments, músicas iraníes, de Bach, Offenbach y Wagner; Le chant de la nuit, música de Beethoven; Violence... Rires... Passion, música de Wagner y Metastasio; Donosos, músicas iraníes, de Manos Hadjidakis y Wagner; Ariane, música de Friedrich Nietzsche y Wagner; L’éternel retour, músicas aborígenes; Le voyageur, músicas de distintos países; Alle Menschen werden Brüder, música de Beethoven. Bailarines: Gil Román, Julián Favreau, Octavio de la Roza, Alessandro Schiatarella, Óscar Chacón, Katia Shalkina, Elisabet Ros y otros. Coreografía: Maurice Béjart. Vestuario: Henri Davila. Luces y espacio escénico: Clément Cayrol. Teatro Real de Madrid, días 20, 21, 22, 24 y 25 de febrero de 2008.  

Béjart murió hace pocos meses. Las ovaciones con las que el público premió a su compañía en visita a Madrid estuvieron teñidas de un sincero y oculto pesar. Pero sus bailarines siguen girando en el eterno círculo de la vida y de la muerte. Zaratustra, el canto de la danza (2005) es un complejo homenaje de Bejárt, el coreógrafo, a Nietschze, el bailarín. Hay grandes contrastes entre la primera y segunda parte, entre la oscuridad del Norte y la luz mediterránea, entre lo ligero y lo pesado, entre Dionisio y el ausente Apolo. La música es variopinta y, partiendo de Wagner, desemboca en Beethoven a través de un sorprendente recorrido inverso que pasa por muchas estaciones. Por casualidad ha estado hace poco en el mismo escenario el Tristán, y Beethoven ha sido bailado hace poco en Madrid por la compañía de Ullate, aventajado discípulo de Béjart. La luz y el espacio escénico de Climent Cayrol fueron sencillos pero muy sugerentes. La sonorización correcta, sin llegar a ser tan excepcional como lo fueron todos los otros elementos de la producción. Gil Roman, director artístico de la compañía, encarna al filósofo y, además de bailar con línea impecable, declama sus textos en francés (otra paradoja). La voz es amplificada y sobretitulada. El argumento se construye sobre textos de Nietschze que culminan en una danza dionisiaca. Es un ballet con mucha música de Wagner (y de otras muchas fuentes) y con algo de Gesamtkunstwerk, la obra de arte total que este compositor persiguió. Me resultó especialmente conmovedora la singular presencia de Elisabet Ros (La Nuit), e impactante la de Julien Favreau (Zaratustra). Pero todos los bailarines, desde el primero al último, son magníficos y dibujan una constelación de estrellas con un físico, unas condiciones y un arte excepcionales. La coreografía es predominantemente clásica, en puntas, porque hasta sus claves más vanguardistas se han convertido ya en referencias familiares. Hay fidelidad a un lenguaje coreográfico que Béjart ha creado para el mundo de la danza y que ya es un idioma universal. Este código se funde aquí con gestos teatrales que nunca estorban, aunque el empleo de la voz resta “ángel” a tan celestes bailarines. El festival de danzas del mundo fue lo único que me resultó desentonado, especialmente cuando se apuntaron unas sevillanas para representar a España. El espectáculo es deslumbrante por su perfección y expresividad. Tiene magia y mitología. Constituye una exaltación de la danza, un canto a la danza, basado en la libertad de movimientos conquistada desde el dominio del cuerpo, desde el rigor y la disciplina. Hay muchos saltos, muchas carreras, manos que gritan, brazos extendidos, abiertos abrazando el aire, la vida, la humanidad. El coreógrafo ha muerto, pero su genio vive, emocionando, en esta danza que nunca se para. 

Fotografía: Javier del Real