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Número 88º - Marzo-mayo 2.008


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El rey del piano

Por Víctor Pliego de Andrés. Lee su curriculum. 

Recital de Maurizio Pollini. Tres piezas para piano, op. 11  de Arnold Schönberg; Kreisleriana, op. 16 de Robert Schumann; Sonata para piano núm. 17 “La tempestad” y Sonata para piano núm. 23 “Appasionatade Ludwig van Beethoven. Ciclo Beethoven. Teatro Real. Madrid, 20 de abril de 2008. 

Maurizio Pollini sigue siendo el rey. No se puede tocar mejor. Para acompañar y ampliar un poco el Fidelio de Abbado (solo dos funciones con el maestro), el Teatro Real ha organizado un breve pero impactante Ciclo Beethoven, con tres conciertos entre los que se ha contado con un recital extraordinario de Pollini, que poco antes tocó en el Auditorio Nacional de Madrid en el Ciclo de Scherzo. El Teatro Real es un gran teatro de ópera, pero también es una sala de conciertos estupenda, con una acústica privilegiada, como pudimos volver comprobar con un tan ilustre músico. Me gusta mucho como suena este recinto, aunque en esta predilección seguramente influye el haberme formado como oyente asistiendo a  conciertos en este lugar. El caso es que se dieron las circunstancias idóneas para que Pollini ofreciera una actuación memorable. Llegó a Beethoven en un curioso recorrido a través de la máquina del tiempo, partiendo de Schönberg y haciendo parada intermedia en Schumann. El genio de los tres compositores convocados se unió en una sola luz. Aunque resulta obvio recordar que oímos la música del pasado con lo oídos y criterios de ahora, acumulada la experiencia de todo lo ocurrido entre medias, el pianista enfatizó este trayecto poniendo a Beethoven como final de un recital que se abrió con Schönberg. Hizo una interpretación dentro de la lógica de la perspectiva histórica. Pollini no solo es un virtuoso y un artista del teclado: también es un sabio musicólogo, conocedor en profundidad del repertorio de todas las épocas y de las ocultas conexiones que puede haber entre unas y otras. Su actuación fue maravillosa, completamente concentrada en la música escogida, sin concesiones al público que, sin embargo, escuchó hipnotizado. Se negó a dar propinas para no romper el círculo y no empañar la rotundidad de la selección propuesta. El criterio interpretativo es, sin duda, personal, pero está al servicio de la partitura; rebosa frescura y actualidad. Pollini tiene además un control y dominio sobrenatural del sonido, con latido y frase sostenido de principio a fin. El espíritu de la música inundó el Teatro Real como pocas veces, con una fuerza mágica e irresistible.

 Fotografía: Philippe Gontier

 

http://www.teatro-real.com/