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Número 88º - Marzo-mayo 2.008


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ZIMERMAN VUELVE A OVIEDO

Por Angel Riego Cue. Lee su Curriculum.


Oviedo, Auditorio Príncipe Felipe. 16 de marzo de 2004. Obras de Mozart, Beethoven y Chopin. Krystian Zimerman, piano.

Casi cinco años después de su última visita, volvió Zimerman a Oviedo con un programa más variado que en aquella ocasión, que era íntegramente Brahms. Ahora se presentaba con sonatas de Mozart, Beethoven y Chopin, todas ellas piedras angulares del repertorio pianístico, aparte de dos piezas de Brahms que a última hora fueron sustituidas por Mazurcas del propio Chopin. El atractivo del programa era grande, más allá del hecho del interés que siempre tiene escuchar al aclamado como "el mejor pianista del mundo" (que es algo más que un tópico).

Ya desde la primera obra del programa, la Sonata K 330 de Mozart, se notó que estábamos ante un intérprete de fuerte personalidad. Tras un primer movimiento que pudo ser lo menos conseguido del recital, ya se sabe, los problemas de empezar "en frío", el Andante cantabile tuvo una profundidad (si se quiere, "romántica") que llegó al éxtasis y en el Allegretto final (donde no hizo repeticiones) consiguió una gracia, un "encanto", netamente mozartiano.

Pero esto no fue más que un aperitivo comparado con lo que nos esperaba con la Sonata 32 de Beethoven, desde el rotundo comienzo del "Maestoso" inicial al "éxtasis" con que se iniciaba, lentísima, la Arietta, desde la energía que le ponía en el pasaje de la misma Arietta que hoy nos suena "jazzístico" (anticipándose a su tiempo, se entiende) hasta los enormes silencios donde se acumulaba toda la tensión... En suma, una interpretación extremadamente personal, que no dudamos en calificar de genial, con la que sería poco decir que Zimerman convenció al público; lo rindió a sus pies.

Después del intermedio, las dos Mazurcas de Chopin (que sustituían al Op. 119 de Brahms) sonaron con la proverbial elegancia de Zimerman, y después, sin pausa, atacó la Tercera Sonata de este autor. Una versión que tuvo las cualidades de elegancia, pasión romántica, técnica infalible... que hacen de Zimerman el mejor intérprete de Chopin de hoy en día (quizá, en todo caso, junto a Pollini) pero que, con todo, sonaba a lo ya conocido, y no hizo olvidar la impresión recibida con aquella 32 de Beethoven, que debería haberse colocado al final del programa, porque parece que tras ella no se puede decir nada más.

Un recital, en resumen, de los que "crean afición".