Revista mensual de publicación en Internet
Número 86º - Diciembre 2.007


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Exquisita liturgia

Por Víctor Pliego de Andrés. Lee su curriculum. 

The Rape of Lucretia. Música de Benjamín Britten. Libreto de Ronald Duncan basado en la obra Le Viol de Lucrèce de André Obey. Intérpretes: Mónica Groop, Andrew Schroeder, Matthew Rose, Toby Spence, Violet Noorduyn, Ruth Rosique, David Rubiera, Gabriella Sborgi. Director de escena: Daniele Abbado. Escenografía, figurines e iluminación: Gianni Carluccio. Director musical: Paul Goodwin. Orquesta Sinfónica de Madrid. Producción del Teatro de Regio Emilia. Teatro Real de Madrid, del 13 al 17 de noviembre de 2007. 

El Teatro Real ha presentado en Madrid The Rape of Lucretia en tres únicas funciones, dentro del ciclo de actividades dedicadas a Benjamín Britten en el trigésimo aniversario de su muerte. Esta producción ha sido una joya que ha visitado el Teatro Real en alternancia con las funciones de Martín y Soler. Lucretia es una ópera compuesta hace sesenta años, en plena posguerra. Empleando medios reducidos (ocho cantantes y quince músicos), Britten escribió una partitura de una rara intensidad, llena de melancolía y misterio que aún hoy sigue resultando moderna. Esta pieza tiene algo de oratorio, incluso en las sorprendentes alusiones religiosas que el compositor introdujo, pero el dramatismo psicológico y las pasiones desatadas llenan con creces los huecos que deja la acción. De este modo domina la música sobre la acción, aunque en el transcurso de la función van apareciendo situaciones dramáticas estratégicamente encadenadas. La orquesta es reducida, pero está tratada con mano maestra y el arpa tiene un extraordinario protagonismo. Susana Cermeño, solista de la Orquesta Titular, pudo lucirse como si de un concierto para arpa y orquesta se tratara. Paul Goodwin hizo un trabajo excelente al frente de los músicos, poniendo de relieve las mejores cualidades del pequeño conjunto de solistas. Las voces se mostraron muy distintas, pero estuvieron bien avenidas en lo artístico. Su presencia escénica estuvo tratada con austeridad y cierto estatismo. La puesta en escena fue bellísima e inquietante. El empleo de decorados, luces y proyecciones, concebidas por Gianni Carluccio, resultó magistral, integrando a la perfección fantasmagorías y volúmenes. Generó un ambiente onírico, a la vez clásico y moderno, brillante y oscuro, como metáfora extraordinaria de una civilización (sea de ayer o de hoy) llena de terribles contradicciones. Las poderosas imágenes adquirieron un inusual protagonismo, estableciendo una perfecta sintonía con la partitura sutil a la par que intensa de Benjamín Britten.  

(Fotografía: Javier del Real)