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Número 82º - Marzo 2.007


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RAMEAU Y ROUSSEAU:
Lo peculiar o lo universal

Por Daniel Alejandro Gómez. (Residente en Gijón, España)   

         La querella, palabra muy elocuente para la época musical que vamos a esbozar, entre lo eterno y lo que está sujeto a las mudanzas del tiempo, entre lo que vale para un lugar y lo que es universal, la cuestión, en suma, del tiempo y el espacio con respecto a la creación musical, es parte fundante de una filosofía musical. Y la filosofía musical puede enfocarse, lo veremos, en los distintos puntos de vista acerca de la naturaleza, o naturaleza musical, y la esencia de la misma, sea racional o emotiva.  

Rameau y Rousseau son, pues, dos músicos y teóricos con visiones propias de la naturaleza y la consiguiente imitación musical de la misma. Dos visiones sobre el origen de la corrección musical, de la ortodoxia musical. Ello en un siglo XVIII en el que Francia, y una parte importante de la Historia de la Música, debatía entre el teatro nacional francés y el italiano, entre la razón-Francia- o el sentimiento-Italia-. O entre la armonía y la melodía; que son dos consecuencias prácticas respecto a las bases filosóficas de ambos autores.  

Y es curioso que  Rameau, como músico de carrera que era, como creador, se decantara más bien por lo racional, o una visión más bien racional de la naturaleza, científica en todo caso; y Rousseau, que era un simple aficionado a la composición, tenía, sin embargo, amplios conocimientos teóricos, y su filosofía nos influye hoy día: mas las consecuencias de dicha filosofía, de su visión romántica de la naturaleza, son más sentimentales, más emotivas. La música, podríamos decir, como un lenguaje del corazón. Puesto que el lenguaje es parte de la visión de Rousseau sobre el canto y la melodía; sobre la modulación cantable del lenguaje y su aptitud, acorde con su visión de la naturaleza, melódica y, por ende, sentimental.  

De hecho, nuestra visión actual del estado de naturaleza, y su consiguiente imitación musical- por ejemplo, en el canto de de la tierra, en la melodía de terruño que a tantos románticos inspiraría-, se debe en parte a Rousseau. Era el Romanticismo avant la lettre de Rousseau, que consideraba a la naturaleza, ante lo racional y lo convencional asociado a la tradición del pensamiento musical francés de ese entonces, como punto de partida de un orden legítimo en la música; de una música cuyo origen y cuyas consecuencias eran sentimentales, sin concurso del artificio y la razón. La visión roussoniana es la imitación pura, mediante la melodía del canto, sin artificios. Su visión es, por lo tanto y haciendo honor a su condición filosófica, profunda y hacia los primeros principios; deshaciendo un camino de música a melodía y de melodía a sus pensamientos sobre el lenguaje, con la importancia y naturalidad del habla de cada pueblo en la melodía, en la música. Visión que llega, de alguna manera y en el siglo siguiente, a los sentimientos patrióticos del folclore y las escuelas nacionales. 

En la polémica, o más bien querella, entre italianos y franceses, entre lullistas y antilullistas, Rousseau estaba con lo que se consideraba como la sencillez y espontaneidad del melodrama italiano; evidentemente, la música italiana y su ópera son mucho más melodiosas, sin demasiados artificios o erudiciones de armonía, una armonía que Rousseau consideraba como barbarie. La misma lengua italiana y sus dialectos, recordemos las indagaciones de Rousseau sobre el lenguaje, poseen una melodiosidad y un cántico característico, accesible a la expresividad, a los sentimientos. Esos sentimientos que Rousseau, más allá de la visión de la naturaleza regida por la ley newtoniana de Rameau y sus principios musicales de allí derivados, veía en la naturaleza.   

En efecto, Rameau estaba vinculado al racionalismo, y él mismo fue considerado como un compositor racionalista, cartesiano, científico, con su famoso Tratado de la armonía. Es así que estaba inspirado en el antiguo linaje de las ideas matemáticas, pitagóricas, en la música. Pero ante la oposición de la razón y la naturaleza, Rameau obvió, o intentó obviar, esa cesura: la naturaleza y la ley matemática, ley que sustentaba su enfoque armonista, estaban en concordancia. Su visión, pues, también era una cuestión profunda, de principios, de categorías estéticas y filosóficas. Cuestiones como el artificio o lo natural; el orden racional o no. Aunque músico de carrera, no por ello deja de tener una gran importancia teórica; de hecho, hoy día es recordado no solamente como músico, sino también como teórico, con sus indagaciones en la armonía: esa estructura mucho más capaz de un esquema racional-matemático que la calidez lineal, tan ligada a las formas lingüísticas sustentadas en la idiosincrasia de cada país o pueblo, de la melodía. Si bien por fuera de la peculiaridad sentimental de Rousseau, Rameau no renuncia al sentimiento de la música, aunque universal; pero ese sentimiento proviene de la naturaleza regida por la razón, o más bien de esa naturaleza que Rameau no veía disociada de la razón.  

A grandes rasgos, tratándose de Rameau y Rousseau, podemos contraponer, llevando a la práctica principios teóricos como la posición ante la naturaleza y su imitación, bien nítidamente a la armonía y la melodía: la melodía vocal, con su línea, con la expresividad de la voz; ante la armonía, con toda su estructura matematizable en sus elementos, tan susceptible de racionalización. Sin dudas que se puede ver a la voz como mejor imitadora de una naturaleza vista de modo sentimental, de una naturaleza roussoniana; por ser la voz misma, el canto, algo natural del hombre, sin el supuesto artificio de la instrumentación armónica. Una naturaleza- sea en el lenguaje como en el lenguaje cantado- melódica; mientras que los instrumentos y sus creaciones, como las creaciones armónicas susceptibles de complejidades como la fuga o el contrapunto, pueden ser vistos más bien como artificios y edificaciones musicales, como instrumentos del hombre y no como una parte del hombre mismo, como sí lo es el lenguaje, y la melodía del lenguaje.   

La música y su, digamos, naturalidad pueden tener, sin embargo, esa doblez roussoneana y ramoneana.  

Pese a que muchos ven a la llamada música erudita de hoy o de ayer como algo eminentemente intelectual, y a la música popular, edulcorada por la masificación de los medios, como lo sentimental y lo que va directo al corazón, en la misma música erudita, según le dicen muchos autores, es claramente posible encontrar ese sentimiento que no es capital intransferible de la llamada música popular: un hombre tan impulsivo, en vida y obra, como Beethoven, o Vivaldi y Las estaciones, con la delicadeza tan emotiva del violín, o los románticos alemanes, con la emoción de la tierra y las leyendas germánicas: Schubert, Schumann, Wagner, etc.  

Pero la Historia de la Música, y el mismo espíritu tan racional de la época de Rousseau y Rameau,  fortalecen también lo legítimo de la posición de Rameau, y su visión de una naturaleza y una música racional.

Una racionalidad que, más allá de los antecedentes más emotivos que citamos, se encuentra en las búsquedas formales del siglo XX, con la dodecafonía, el serialismo integral, etc. Pero también dicha racionalidad- o racionalismo, según se mire- se encuentra en el siglo XVIII y la música del pensamiento ilustrado. Pues es cierto que en la época de Rameau y Rousseau, y esto a favor de Rameau, más allá de los últimos chisporroteos de lo barroco, se empieza a gestar la música más intelectual, con esa mesura propia del Siglo de las Luces y su Primera Escuela de Viena: Haydn, Mozart y el primer Beethoven; con su sencillez inteligible, clara, y también, dicen algunos, con una fría falta de emotividad…  

Recordemos que muchos autores discurren que el origen de las artes, por más dificultoso de comprobar que sea y acaso cayendo no en otra cosa que en la especulación, ocurrió en las danzas y cantos de labores. Más allá de ese posible origen popular y emotivo, la música y las matemáticas también pueden ser hermanas: ello lo demuestra esa intangibilidad de base, esa abstracción- como abstractas son las matemáticas- ante la representación más directa, más tangible, sea en palabras o en imágenes representativas, de otras artes como la pintura convencional y la literatura. Una abstracción, por su capacidad de racionalización, tan cara al orden armónico de Rameau, construcción armónica que es lo patente de su base filosófica de una naturaleza matemática.  

Recapitulemos que Rousseau concepciona la música como algo capaz de peculiaridad; se atiene a las peculiaridades de la lengua, de la melodía lingüística de cada pueblo. Hombre interesado en el lenguaje, ya que no solamente filósofo había escrito un ensayo sobre el origen del lenguaje, para él las palabras eran poesías y canto: hablamos moduladamente, de alguna manera cantamos, y cada idioma canta según su talante. Es la posición melodista, cálida, cercana, espontánea; y tan romántica en la valorización del nacionalismo lingüístico. Cada pueblo musical, en esta posición, es una lengua; cada lengua un canto; cada canto una música. Mientras que Rameau había hecho toda una arquitectura armonista: en él la música podía revelar un orden natural de razón, pero eterno e inmutable; y no la naturaleza cambiante, el folclorismo lingüístico, y por ende, melódico de Rousseau.  

         La concepción, entonces, ante la naturaleza es importante en la distinción de Rousseau y Rameau; sobre todo en lo referente a las bases más hondas del pensamiento musical: a posiciones universales o peculiares.  

Hoy entenderíamos que para Rousseau la naturaleza de la música era precisamente la naturaleza, mientras que para Rameau la naturaleza musical era traducible a la propia razón, que era, para nuestros tiempos, inconcebiblemente matemática, newtoniana. Rameau, en su visión racional, mecanicista, y por ende universal, no podía entender y se mantenía al margen de polémicas musicales entre italianos y franceses, polémicas a las que a veces se veía arrastrado más allá de su voluntad. La música de Rousseau, en cambio, no tenía nación.  

Podemos concluir que del lenguaje del sonido musical- cuando se quiere escuchar desde esa naturaleza originaria roussoniana o ramoniana que es posible, como vemos, considerarla como un sentimiento o una naturaleza matemática- pueden surgir y fomentarse dialectos; o la pretensión, en cambio, de una lingua franca ramoniana…  

En todo caso, es posible arriesgar que, en efecto, la música instrumental, más proclive a las texturas armónicas, es un lenguaje mucho más universalmente inteligible- aunque más apto para los oídos del occidental acostumbrado a las formas musicales eurocéntricas- que el lenguaje literario o incluso el visual. Pero en la música vocal, la música cantada- con todas las peculiaridades lingüísticas del idioma modulado, con el sentimiento natural de una expresión vocal- se puede hacer mejor esa individualización roussoniana; pues la vocalización, y el canto melódico, es algo concreto, corporal y físico. Y tan lógicamente idiosincrásico como la propia lengua que lo sustenta.