Revista mensual de publicación en Internet
Número 81º - Febrero 2.007


Secciones: 

Portada
Archivo
Editorial
Quiénes somos
Entrevistas
Artículos
Crítica discos
Conciertos
Web del mes
Buscar
 

 

De hojas y rábanos

Por Víctor Pliego de Andrés. Lee su curriculum. 

Wozzeck. Música de Alban Berg. Libreto del compositor basado en la obra de teatro de Georg Büchner. Reparto: Jochen Schmeckenbecher, Jon Villars, David Kuebler, Gerhard Siegel, Johann Tilli, Kurt Gysen, David Rubiera, Francisco Vas, Angela Denoke, Itxaro Mentxaka, África Adalia. Coro y Orquesta del Teatro Real. Coro de Niños de la Comunidad de Madrid. Director musical: Josep Pons. Director de escena: Calixto Bieito. Escenógrafo: Alfons Flores. Figurinista: Mercè Paloma. Iluminador: Xavier Clot. Director del Coro: Jordi Casas Bayer. Director del Coro de Niños: Félix Redondo. Nueva producción del Teatro Real y del Gran Teatre del Liceu de Barcelona. Teatro Real de Madrid, del 12 al 28 de enero de 2007.

El Wozzeck es una ópera impactante, intensa, angustiosa e inquietante. Su música expresionista acompaña un texto romántico, y da como resultado una obra maestra que nunca envejece. ¿Es necesario rejuvenecerla? A Calixto Bieito siempre le ha atraído la violencia, el sexo, la provocación y el arrebato. Lo ha incorporado a títulos que no lo tenían con desiguales resultados artísticos y gran notoriedad mediática. Wozzeck contiene grandes dosis de esos  crueles elementos que tanto atraen al célebre director de escena. El interés puesto en su trabajo sobre el este material era muy grande y, en cierto modo, no ha defraudado, pues ha conseguido escandalizar a parte del público. Sin embargo, no percibo a Bieito muy cómodo con el trabajo: la intensidad de la ópera supera con creces los añadidos que ha podido incorporar y que, a mi modo de ver, no han aportan nada valioso, sino que más bien interfieren y restan fuerza al espectáculo. La provocación a la que nos tiene acostumbrados el director es previsible y frívola, en claro contraste con la profunda intensidad de la obra de Alban Berg. Es particularmente pobre la resolución que Bieito da a la terrible escena final, con el crimen y luego la canción del niño. La desolación que sugiere la ópera se pierde ante la aparición, que me resultó incomprensible, de una muchedumbre completamente desnuda. Hay en la puesta en escena algunos detalles estimables, pero el trazado general es completamente inadecuado. Es demasiado obvio el esfuerzo que ha hecho el director para adquirir notoriedad personal a través de sus caprichos, antes que por servir al arte. Eso es lo único que puede escandalizar, y solo es una cuestión de talante profesional; eso puede molestar mucho más que exhibir culos o sugerir felaciones y relaciones necrófilas. Los cantantes hacen un trabajo excelente, tanto en lo vocal como lo interpretativo. Tienen unas condiciones vocales excepcionalmente buenas y cantan sus respectivos y siempre difíciles papeles con absoluta seguridad. Jochen Schmeckenbecher, que encarna al protagonista, se entrega completamente, como poseso, y acaba la función exhausto, sin que la calidad de su buen hacer decaiga en ningún caso. Ángela Denoke ofrece una interpretación de Marie creíble y delicada. Johann Tilli es el doctor necrófilo, que arrastra muertos, infatigable, mientras canta. Los cantantes siguen con entusiasmo todas las indicaciones de una complicada puesta en escena, que tiene sus mejores aportaciones en este trabajo interpretativo sobre los personajes. Josep Pons dirige a la Orquesta Titular con aplicación, pero sin entrar en muchos detalles y con escasos contrastes. La acción se sitúa en las entrañas de una planta química llena de tubos, en una solución modernilla que hace tiempo que dejó de ser original. A pesar de este ambiente industrial, la puesta en escena tiene un esteticismo que no establece una buena sintonía con el estilo de la pieza. Hay más belleza que sordidez, y hay muchos efectos tan curiosos como innecesarios que convierten los medios en un fin. La producción ha cumplido su principal objetivo: dividir opiniones y causar un pequeño escándalo, para mayor gloria del director de escena. Con todo ello se resucita un debate que parecía superado hace un siglo: la relación entre forma y fondo.