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Número 57º - Octubre 2.004


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MAESTROS DE CAPILLA: ¿OFICIO O SERVIDUMBRE?

Por Ernesto Oviedo Armentia. Musicólogo y diplomado en Educ. Musical (Soria).

 
Fotografía de un coro

Como bien es sabido, en otros tiempos, las circunstancias sociales de los músicos eran muy distintas a como lo son ahora. Un buen ejemplo de ello lo tenemos en la gran pléyade de maestros de capilla y en los distintos testimonios manuscritos que han sobrevivido hasta nuestros días y que olvidados y dispersos podemos encontrar en los distintos tipos de archivos de la geografía española. Casi todas las partituras que se han conservado son manuscritas y el aspecto que tienen, son en muchos casos, el de papeles viejos y arrugados.

            El maestro de capilla o Kapellmeister era un cargo que reunía en una sola persona quehaceres tan diferenciados como pueden ser hoy en día director de orquesta, profesor de música, relaciones públicas, coordinador de las buenas relaciones entre  músicos y cantores, compositor y principal violín, clavecinista u organista de una capilla musical religiosa o cortesana con vida musical propia.

            La persona que ocupaba este cargo se encargaba de organizar íntegramente la producción e interpretación musical de todos los músicos que estaban al servicio de dicha capilla, también tenía la obligación de componer música para los distintos actos sociales si era una capilla cortesana o bien componer música para las distintas festividades religiosas si era una capilla eclesiástica.

            Si nos centramos en España podemos observar que tras el matrimonio de Fernando e Isabel (1469), las capillas musicales de ambos conservaron su autonomía. Ninguna de las dos capillas quisieron renunciar a una situación de privilegio que les permitía contratar los servicios de los mejores músicos españoles de la época. A partir de la muerte de Isabel la Católica en el año 1504, su esposo Fernando unifica las dos capillas, formando lo que hoy conocemos como la “capilla real española”.

            Lo normal en esta época era que los reyes tuviesen a su servicio sus propias capillas musicales de la misma manera que los demás personajes de la casa real tenían sus propias instituciones musicales. Esto es un síntoma indudable del prestigio social que provocaba el disponer de una capilla de músicos en el contexto de la nobleza española de este período.

            En el siglo XV las capillas cortesanas son estables en cuanto a su funcionamiento y están formadas por músicos entre los que hay cantores e instrumentistas nacionales y extranjeros.

            Louis Jambou nos da la siguiente definición de capilla musical: “Dentro del  Catolicismo y en sus templos mayores o catedrales, es el conjunto de músicos que forman parte o son criados (dependientes) de la entidad (Cabildo) y participan del culto divino para mayor gloria de Dios”. Esta definición sigue siendo válida para la organización oficial catedralicia de los siglos posteriores. Así, este tipo de música forma parte de los oficios litúrgicos y como tal no es un espectáculo, aunque mucha gente de esta época acudía a las iglesias con el fin de poder escuchar música interpretada por músicos profesionales.

             En muchos casos el maestro de capilla estaba obligado a componer música o si no a traerla de la corte de Madrid, esto demuestra la enorme dependencia que tenían las capillas de música del centro madrileño. El consumo de música procedente de la corte daba prestigio a la catedral. De hecho la música de la corte española del siglo XVII ha llegado hasta nosotros gracias a que las catedrales se preocupaban de conseguirla y difundirla en los numerosos cultos litúrgicos.

             En estas catedrales se realizan las copias de estos manuscritos para ser guardados allí o bien para ser interpretados dentro de esa capilla, aunque en algunos casos, estas copias son realizadas por copistas profesionales que trabajan en la ciudad de Madrid y que de esta manera se ganaban un sobresueldo magnífico.

            Los maestros de capilla del siglo XVII tienen una formación menos humanística e individualizada ya que su función es la de prestar un servicio dentro de la sociedad a la que pertenecen. Pocos músicos, en esta época, pueden vivir de un solo oficio: el organista de una capilla será también cantor en una basílica, maestro de música de los hijos de un príncipe, copista de partituras, etc.  

Dado que el modo de subsistencia de estos maestros de capilla era muy precario, en muchos casos, se veían en la obligación de atender a un número elevado de alumnos en su propia casa, donde los niños de coro tenían la posibilidad de aprender los conocimientos rudimentarios para leer e interpretar música y en otros casos, también tenían que desempeñar el oficio de copista que les producían sustanciales ingresos económicos a los que lo practicaban. Lo normal es que se utilizase el borrador cuando la música se copiaba de unos músicos a otros. Ésta era una práctica muy utilizada ya que el elevado coste del papel y de la tinta provocaba que cuando un músico enviaba una obra a otro usara la menor cantidad posible de papel.

Por tanto la música se va alejando; cada vez más; del conjunto de las ciencias tradicionales, en concreto del quadrivium, que estaba formado por las ciencias de la Aritmética, la Geometría, la Astronomía y las Matemáticas dentro de la cual estaba comprendida la Música. Por lo que el Maestro de Capilla, poco a poco, iba adquiriendo la condición servil que le confería la prestación de un servicio para producir un bien de uso común.

            Por otra parte el uso y la difusión de la imprenta musical fue un acontecimiento importante en la sociedad del siglo XVII, aunque hay que decir que ésta no anula totalmente la tradición manuscrita, sí que funciona como vehículo oficial para aquellas obras musicales a las que se las desea preservar en un futuro. Así mismo la imprenta es un instrumento fundamental de difusión para garantizar una uniformidad en el repertorio de todas las capillas musicales.

            Durante este siglo XVII las únicas producciones conocidas de nuestra imprenta se reducen a un corto número de libros de polifonía, música instrumental sobre todo de órgano y guitarra, libros de canto llano y textos teóricos.

            Además hay que tener en cuenta que la posterior desamortización de Juan Álvarez de Mendizábal en el año 1836 cambia la fuerte influencia social y económica de la Iglesia en España con el cierre de conventos, colegiatas y numerosas capillas musicales. Por otro lado, el Concordato de 1851 restringirá el número de los miembros que pertenecían a las capillas de música existentes ya que exige a sus miembros la condición de ser clérigos.

            Por tanto, el que ejercía el puesto de Maestro de Capilla estaba obligado a una serie de requisitos sociales que implicaban, dentro del “oficio” que desempeñaba, un rango de servidumbre hacia el que ofrecía sus servicios, bien fuera de rango nobiliario o de rango eclesiástico.

            El Kapellmeister estaba obligado a “complacer” las peticiones a la hora de realizar las composiciones, si bien era un cargo bastante apetitoso económicamente ya que permitía la mediana subsistencia del que lo desempeñaba, de ahí que a este oficio, en muchos casos, se accediese mediante una fuerte oposición pública en la que había que demostrar las dotes artísticas y compositivas del futuro aspirante.

            Hablar de oficio o servidumbre en el maestro de capilla, no tiene quizás demasiado sentido, ya que en muchos casos se producían las dos situaciones. Era un medio de ganarse la vida (oficio) y por otro lado, los maestros de capilla estaban sometidos a una servidumbre compositiva a lo largo de su trayectoria musical.