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Número 51º - Abril 2.004


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PETER SCHREIER, LA VOZ DORADA

Por Ignacio Deleyto Alcalá. Lee su Curriculum.


 

La carrera de Peter Schreier como cantante se situó en la órbita de tres géneros musicales: el oratorio, la ópera y el lied. Heredero de una tradición de tenores alemanes que se remonta a Karl Erb y pasa por Julius Patzak y Anton Dermota, Schreier fue un gran “Evangelista” y colaboró con especialistas en Bach como Eduard Mauersberger, Hans-Joachim Rotzsch y Karl Richter. Considerado en su día como el sucesor de Fritz Wunderlich en Mozart, su voz de tenor lírico vistió a los papeles mozartianos (y en menor medida a los straussianos) con una categoría y elegancia admirables siendo “Tamino” uno de sus roles más característicos (con el que se retiraría de los escenarios en Junio 2000). El lied alemán ocupó también un lugar prioritario en su carrera con una voz inconfundible de ribetes tornasolados, perfecta dicción, natural legato y amplia dinámica.

Peter Schreier, que debutaría en la Ópera de Dresde en 1959 en un pequeño papel de Fidelio tras haber estudiado canto y dirección en la Dresden Musikhochschule, perteneció a una generación de cantantes alemanes que dominaron la escena operística y los estudios de grabación durante décadas y conformaron una auténtica edad de oro del canto alemán, nombres que hoy quitan el hipo a cualquier aficionado: Fritz Wunderlich, Hermann Prey, Walter Berry, Karl Ridderbusch, Gundula Janowitz, Edith Mathis, Christa Ludwig, Brigitte Fassbaender, etc. Al igual que la mayoría de ellos, compañeros en tantos discos, fue un gran liederista como lo atestiguan sus numerosas grabaciones de lieder de Beethoven, Mozart, Schubert, Schumann, Wolf, Hindemith, etc. 

El próximo año Peter Schreier cumplirá setenta años y llegará a esa edad en la que llueven los homenajes. Universal se adelanta ahora con la reedición en una caja de los tres ciclos de canciones de Schubert que realizara para Decca entre 1989 y 1991 junto a András Schiff. El tenor había grabado anteriormente versiones de Die schöne Müllerin y Schwanengesang con Walter Olbertz, testimonio del tenor en plenitud vocal. El primero fue reeditado por Berlin Classics; el segundo, salvo error, nunca llegó al disco compacto. De Winterreise existe una versión en vivo con Sviatoslav Richter (Philips, 1985) y también hay un Die schöne Müllerin con Konrad Ragössnig a la guitarra (Berlin Classics, 1988). Sin embargo, las versiones con Schiff tienen varias ventajas: concepto unitario por la proximidad entre las grabaciones, complicidad entre ambos artistas, acompañamiento de un auténtico especialista en Schubert y una toma sonora sensacional. 

Evidentemente en estos años su voz no podía mostrar la lozanía y frescura de antaño pero Schreier, cantante de gran inteligencia, siempre cuidó mucho su voz -de hecho sigue haciendo recitales- y en estas versiones para Decca muestra un instrumento en plena forma. En cualquier caso, si algo se ha perdido en brillo o frescura, se ha ganado en madurez e introspección interpretativas. Su timbre es destellante y afilado, su magistral media voz seduce como pocas, su fraseo es de libro, su dicción es un modelo de claridad y su musicalidad innata. Podemos poner pequeños reparos: algunas notas graves difíciles de mantener, algún que otro deje personal y una paleta tonal no excesivamente amplia pero la voz de Schreier envuelve de tal manera que su canto emocionante, sin efectos ni maquillajes, nos arrastra hasta el final en un estilo de canto que a veces parece hablarnos o susurrarnos al oído. 

En Die schöne Müllerin es obligada la comparación con la versión de Fritz Wunderlich (DG, 1966) registrada poco antes de su muerte en un fatal accidente. El malogrado tenor revela un timbre más cálido, suave y sensual, su canto es más amable, más acariciante pero en cuanto a experiencia interpretativa Schreier le supera sin contar con que el piano de András Schiff está a años luz del de Hubert Giesen. (No debemos olvidar que Wunderlich era aún muy joven y quién sabe lo que nos habría legado de haber vivido más años.) Schreier muestra tal identificación con este mundo de imágenes y colores que el oyente se ve involucrado en la felicidad o el sufrimiento del protagonista de la historia. Su voz no es particularmente bonita, no encandila sola por lo que el artista debe hacer el esfuerzo de interpretar, de recrear la partitura y convencer. Más allá de una sólida técnica o una madurez interpretativa evidentes nos encontramos con un sentido innato para el drama, una voz hecha para transmitir los estados de ánimo del enamorado a través de un sutil intervencionismo que nos lleva de la alegría a la angustia sin apenas darnos cuenta. La versión de Schreier se hace hueco entre las grandes y, en conjunto, supera a las de tenores como Peter Pears, Fritz Wunderlich u otras más recientes como la de Christoph Prégardien.

Pocas son las obras en el mundo del lied que supongan una experiencia musical del calibre de un Winterreise. Mientras una versión mediocre resulta insoportable y uno acaba por abandonar, una buena versión suele dejar al oyente en un estado de fría y desolada quietud, especialmente si el artista, como hace aquí Schreier, hace un equilibrado retrato emocional y espiritual del caminante. El tenor alemán sabe combinar los momentos de reposo y calma con los de angustia y tensión. No hay sobreactuación, no hay desfallecimientos, no hay concesiones; su concentración exige mucho al oyente que no queda impasible ante una lectura que atrapa de principio a fin pero que nunca llega a pesar demasiado. Su dicción es magistral como también lo es su capacidad para que una palabra o una sílaba cobre vida propia a través de un atinado uso de los reguladores. Su media voz en canciones como “Das Wirtshaus” o esa forma de decir cantando, en un hilo de voz, al final de “Der Wegweiser” son marcas de la casa. Seguramente voces como las de Hüsch, Hotter, Fischer-Dieskau o Prey se adecuen mejor a los recovecos de la partitura pero pocos artistas habrán recorrido los fríos parajes del Winterreise con la templanza, intensidad y uniformidad de nuestro tenor.

Schwanengesang no fue concebido como un ciclo. Poco después de la muerte del compositor, su hermano Ferdinand mandó 13 canciones de Heine y Rellstab al editor vienés Tobias Haslinger quien añadió “Die Taubenpost” para evitar el fatídico número. El romántico título “El Canto del Cisne” fue también invención del propio editor. Para su grabación Schreier incluyó una canción con textos de Rellstab, “Herbst”, tres canciones más con poemas de Seidl y adoptó el orden del poeta en el grupo de las de Heine. No hay que olvidar que Schubert compuso todas estas canciones para la cuerda de tenor aunque el tiempo y la tradición las hayan convertido en pasto para barítonos. Pocos tenores se han atrevido con este ciclo quizás por la dificultad de canciones como “Der Atlas” y “Der Doppelgänger” que piden una voz de mayor peso. Schreier lo suple con su incisivo fraseo, su impresionante legato y su capacidad para crear drama. Estamos ante una versión a la altura de las de Hotter, Dieskau, Prey o Fassbaender.

Concluiremos ya. Grabaciones que siempre han estado a precio alto, algunas ya descatalogadas, pasan ahora a precio medio, en una sola caja, con una presentación muy digna que incluye textos en alemán e inglés, un breve artículo y foto de los artistas. Quien quiera tener los tres ciclos por un tenor de categoría y un excelente pianista no debe dudar en hacerse con este álbum, un imprescindible para todos los amantes del lied alemán.

 

 

REFERENCIAS:

F. SCHUBERT: Die schöne Müllerin D 795, Winterreise D 911, Schwanengesang D 957 + Lieder. Peter Schreier, tenor. András Schiff, piano. DECCA 457 268-2. 3 CDs.
 

Página web: www.deccaclassics.com