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Número 51º - Abril 2.004


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Saber música, privilegio para ser monja en el siglo XVII

 Por David Martín Sánchez (Licenciado en Historias y Ciencias de la Música, Ávila).

        

            El presente artículo trata del privilegio del que disfrutaban algunas mujeres que querían ingresar en un convento en el siglo XVII y no tenían posibilidades económicas; el requisito que debían cumplir era saber música, lo que les permitiría no sólo entrar sin dote sino además tener una posición ventajosa con respecto a las demás monjas.

            En la historia de los conventos españoles, y concretamente en el siglo XVII, las mujeres que querían ser religiosas se veían obligadas a entregar una “dote”, es decir, pagar una cantidad de dinero o entregar bienes que contribuyeran al sostenimiento económico de la congregación.

            Ante esta necesaria medida había dos excepciones posibles: por un lado, que el obispo fundador eximiese del pago a determinadas personas y por otro, que las monjas que deseasen ingresar en la orden supieran música; según Sánchez Lora, “fuera de estos casos, la legislación canónica no contempla otro eximente”[1].

En el caso del “Real Monasterio de Santa Ana de Ávila” –estudiado por don Alfonso de Vicente- se produjeron ambas situaciones excepcionales que evitaron el pago de una dote a algunas monjas, quienes “habrían de tener una voz educada, leer bien la partitura a primera vista y saber improvisar un acompañamiento que aunara a un coro de varias voces”[2].

            Este monasterio se forma a comienzos del siglo XVI con la unión de los tres conventos femeninos que existían en la ciudad (Santa Escolástica, San Millán y Santa Ana) y desde sus comienzos estuvo formado por monjas de las familias más poderosas de la ciudad, hecho que explica la gran riqueza que tuvo, debido principalmente a las donaciones que realizaban los familiares de las mencionadas religiosas.

            Con respecto al tema que nos ocupa hay que destacar que su obispo fundador, Carrillo de Albornoz, estableció que cualquier persona de su familia –los Dávila- pudiera ingresar en el monasterio que él había fundado aunque no tuviera dote[3], con lo que nos encontramos con la primera de las exenciones de pago mencionadas.

            La segunda forma de evitar la dote consistía en dedicarse a la música ya que, como señala De Vicente, el monasterio de Santa Ana admitía sin dote a jóvenes que se dedicasen a la música debido a la necesidad de que hubiera personas encargadas del canto en el convento. De esta forma, aquellas mujeres que tuvieran “aptitudes musicales” y quisieran dedicarse a la vida religiosa sabían que no estarían condicionadas por la falta de recursos porque al tiempo que se evitaban la dote, recibirían un salario por su trabajo.

A diferencia de lo que pudiera pensarse, las monjas que ingresaban de esta forma no eran mal vistas por sus compañeras sino todo lo contrario, eran muy valoradas y tenían ciertos privilegios como librarse de determinadas tareas para “no malograr su voz con el trabajo”[4].

            El  monasterio de Santa Ana fue uno de los que más monjas músicas tuvo, quienes tenían procedencia muy diversa y generalmente habían recibido clases particulares de música con anterioridad; a esto hay que añadir que dentro del monasterio continuaban ampliando su formación, tanto con otras religiosas como con músicos de la catedral o de la ciudad de Ávila lo que, en opinión de Alfonso de Vicente, explicaría que se conserven tratados y métodos de canto llano, órgano, arpa, solfeo, piano, etc. A medida que fue pasando el tiempo, la capilla musical del monasterio fue decayendo y se hizo necesario recurrir a músicos del exterior.

            Como conclusión podemos señalar que el convento de Santa Ana de Ávila -y en general los conventos femeninos de clausura durante el siglo XVII, puesto que no era algo exclusivo de esta institución- representan un importante foco de cultura musical por el hecho de contar con una capilla estable en la que se interpretaban repertorios novedosos; al frente de ella había una monja cualificada que cobraba un sueldo por su trabajo -lo que se suma a la exención del pago de la dote al ingresar en el convento- y que se traducía en independencia económica con respecto a la familia [5].

NOTAS:


[1] SÁNCHEZ LORA, José L.: Mujeres, conventos y formas de la religiosidad barroca, Fundación Universitaria Española, Madrid, 1988, pp. 111 – 112. Citado por  OLARTE MARTÍNEZ, Matilde: “Las monjas músicas en los conventos españoles del Barroco. Una aproximación etnohistórica”, en Revista de Folklore, nº 146, 1993, p. 57.

[2] OLARTE MARTÍNEZ, Matilde: Op. Cit. p. 56.

[3] Cfr. VICENTE DELGADO, Alfonso de: La música en el Monasterio de Santa Ana de Ávila (s. XVI – XVIII), Sociedad Española de Musicología, Madrid, 1989, p. 13.

[4] Escrito por el obispo abulense fray Pedro de Ayala, citado por VICENTE DELGADO Op. Cit. p. 15.

[5] OLARTE MARTÍNEZ, Matilde: Op. Cit. p. 56.