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Número 45º - Octubre 2.003


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MANON LESCAUT VINO A BILBAO

Por Asier Vallejo Ugarte. Estudiante de piano.

Bilbao, Palacio Euskalduna, 23 de septiembre de 2.003. Manon Lescaut. Ópera en cuatro actos. Libreto: M. Praga, G. Illica, D. Oliva y G. Ricordi. Música: Giacomo Puccini. Estreno: Teatro Regio, Turín, 1 de febrero de 1.893.

Manon Lescaut: Miriam Gauci. Des Grieux: Fabio Armiliato. Lescaut: Marcin Bronikowski. Geronte: Giancarlo Tosi. Edmondo: Antonio Gandia. Posadero/Sargento: Fernando Latorre. Maestro de baile/Farolero: Antonio Gandía. Una cantante: María José Suárez. Un comandante: Xabier Lizaso.

Dirección Musical: Roberto Rizzi Brignoli. Dirección de Escena: Pier Francesco Maestrini. Coro de Ópera de Bilbao (dir: Boris Dujin). Bilbao Orkestra Sinfonikoa. Producción: Teatro Massimo de Palermo.

Si la noche era fría, tanto que presagiaba ya la cada vez menos lejana llegada del invierno, el espectáculo que se ofreció a los presentes en el Palacio Euskalduna no lo fue menos. Tuvo mucho interés, pero nada llegó a ser completo, por lo que el resultado global distó de serlo.

Se aplaudió con entusiasmo a Miriam Gauci, artista de hermosa y privilegiada voz. De ésta y de su sólida preparación técnica (reflejada de manera impresionante en la capacidad de crear contrastes de matices, así como en el perfecto domino del legato) se valió para crear una Manon enamoradiza, caprichosa y jovial; sin embargo, su instrumento carece del peso necesario para convencer al oyente en aquellas escenas que se propician a crear una sensación de emoción, puntos culminantes en la presente partitura. Es por ello que hablar de una gran Manon no sería corresponder a la verdad (tal vez sea preciso señalar que para quien esto escribe la única y verdaderamente gran Manon del siglo ha sido Renata Tebaldi).

Hay quien asegura que Fabio Armiliato es el tenor italiano más importante de su generación. Esta afirmación bien podría ser reflejo de la crisis de voces que sufre el mundo de la ópera en la actualidad, pues aunque el tenor genovés también logró convencer al público, mostró falta de uniformidad en el registro musical (sus agudos eran brillantes, pero no lo eran los registros medio y grave) y cierta tosquedad en el fraseo. No obstante, Fabio Armiliato es un artista inmenso, con un poder de convicción ciertamente admirable y una sensibilidad musical exquisita; es por ello que, a diferencia de la Gauci, los mejores momentos del tenor se dieron en aquellos de gran intensidad emocional, como la súplica “No, Pazzo Son!” del tercer acto, sensacional en su interpretación, o el extenso dúo final.     

Marcin Bronikowski y Giancarlo Tosi, Lescaut y Geronte respectivamente, hicieron un trabajo correcto, fiel a la partitura, aunque tal vez el primero acusó cierta falta de imaginación. Del resto del reparto destacó la mezzo María José Suárez, cuya intervención en el madrigal fue un derroche de talento y buen gusto.

La Orquesta Sinfónica de Bilbao, formación que en las temporadas precedentes ha venido demostrando su capacidad para afrontar con buenos resultados el género operístico, completó una actuación que podría calificarse de mejorable, pues el maestro Rizzi Brignoli expuso bien su propuesta, pero tal vez se centrara demasiado en el escenario, en detrimento del foso, algo descuidado.

El interés de la producción del Teatro Massimo de Palermo estribó en su valor documental, pues cuenta ya más de tres décadas de vida. La escenografía es resultona y se adecua al libreto, pero no tiene detalles imaginativos, ni tampoco permite mucho margen de maniobra a la dirección escénica, a cargo de Pierfrancesco Maestrini, limitada, en apariencia, al correcto movimiento de actores en escena.

Y una vez releído este escrito, da la impresión de que un lector objetivo tendría la sensación de que quien lo redacta salió disgustado de la representación; pero no fue así. Probablemente a día de hoy reunir un elenco del nivel del presentado en el Palacio Euskalduna esa noche no esté al alcance de cualquier teatro europeo, y por lo tanto el auditorio, firmante incluido, disfrutó. Pero tal vez ésa es la mala noticia: ni siquiera eligiendo entre los mejores artistas se puede conseguir representar una “Manon Lescaut” realmente buena en lo musical. Han sido tantos y tan grandes los nombre propios este siglo (hablábamos de Tebaldi) que vista la crisis actual hemos de resignarnos vagamente al conformismo. Es un discurso ciertamente catastrofista, pero la realidad es que nuestra esperanza se reduce esperar mejores tiempos para la lírica, pues habrá de haberlos.