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Número 88º - Marzo-mayo 2.008


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ZEMLINSKY EN SEVILLA: BELLEZA Y EMOCIÓN

Sevilla, Teatro de la Maestranza. 25 de mayo de 2008. Zemlinsky: Una tragedia florentina. El enano. Robert Künzli, James Johnson, Karolina Gumos, Astrid Weber, Sonja Mühleck, Jürgen Freier, Peter Bronder, Marta Ubieta, Anja Fidelia Ulrich, Vanessa Barkowski, Aurora Gómez, Rocío Botella. Real Orquesta Sinfónica de Sevilla. Pedro Halffter, dirección musical. Udo Samel, dirección escénica. Producción escénica del Teatro de la Ópera de Fráncfort.

Por Fernando López Vargas-Machuca (blog)

 

Lo primero: independientemente de los (magníficos) resultados artísticos obtenidos, es un acierto programar estas dos óperas de Alexander von Zemlinsky sobre sendos textos -una obra de teatro y una narración- de Oscar Wilde. Es verdad que el libreto de Una tragedia florentina (1915) puede hacerse algo pesado con tan largas intervenciones de Simone, el mercader que encuentra a su esposa en situación comprometida con el príncipe Guido Bardi -al que el atribulado marido terminará estrangulando-, pero el tejido orquestal es una maravilla y la obra se escucha con muchísimo placer. El enano (1921) es por su parte una obra maestra. La historia del bufón que se cree un atractivo noble hasta que un espejo le descubre la cruda realidad -no es más que un regalo de cumpleaños para la infanta de España- es altamente conmovedora, los personajes están definidos con mano maestra, la orquestación vuelve a desplegar colorido y sensualidad, y en esta ocasión, además, la música resulta menos “decorativa” para encontrarse más al servicio del drama. Una joya que apenas se graba (sólo hay un registro, el excelente de James Conlon) y casi nunca se lleva a escena. El Maestranza, ofreciendo los estrenos en España, ha dado así un paso con el que consigue convertirse en un referente dentro del aún rancio panorama lírico nacional.

Musicalmente el nivel ha sido altísimo, en gran medida por obra y gracia de un Pedro Halffter que realizado una labor que sólo podemos calificar como Sobresaliente. Para alcanzar la Matrícula de Honor le faltaría quizá una tímbrica algo más aristada y matizar con mayor incisividad determinadas intervenciones solistas. Por lo demás, se ha tratado de una dirección llena de sensualidad, de calidez, de sentido del color, de morbilidad en el fraseo, de claridad y de brillantez sonora, todo ello sin caer en la blandura decadente ni, menos aún, en la espectacularidad gratuita. En los momentos más líricos (el “dúo” de los amantes en el primer título, los arrebatos amorosos del enano en el segundo) el director madrileño se ha elevado hasta lo sublime por encima de sus competidores discográficos, tanto como lo hizo en los movimientos lentos de sus magníficas grabaciones de la Segunda de Rachmaninov y de la Sinfonía de Korngold.

Mención aparte merece la Sinfónica de Sevilla. ¿Hay muchos teatros españoles que puedan presumir de contar en el foso con una orquesta superior? Porque lo del Real es bochornoso. Y no digamos lo que tenemos que aguantar en teatros sin dinero como el Villamarta… La cuerda sevillana se mostró sedosa como en sus mejores noches, las maderas se movieron -con algún despiste muy aislado- en su habitual nivel de musicalidad, los metales empastaron a la perfección y la percusión fue puro virtuosismo. Admirable el arpa de la estupenda Daniela Iolkicheva. Magnífico además al concertino invitado para la ocasión, Ingo de Haas. La adecuación de la ROSS a este repertorio resulta además admirable, mucho antes que con el Clasicismo, que sigue siendo su talón de Aquiles.

Altísimo nivel vocal, sin ningún fiasco aunque con una relativa insuficiencia: la voz de James Johnson no es de gran calidad, no corre con la facilidad de la de sus compañeros en la escena y se encuentra algo gastada. Claro que, ¿cuántos barítonos hay por ahí que se sepan el rol de Simone? La otra opción hubiera sido la de Albert Dohmen, uno de los Scarpias de la anterior temporada, que lo ha grabado con Chailly y Jordan: hubiera lucido un mejor instrumento vocal pero quizá no hubiera matizado con la perspicacia de Johnson, que no sólo dio las notas, sino que también supo ofrecer la permanente ironía del mercader hacia el príncipe sin caer en exageraciones, moviéndose además de manera muy adecuada por la escena. La mezzo Karolina Gumos lució una voz de primer orden y sólo se mostró estridente en algunos agudos comprometidos, mientras que Robert Künzli encarnó francamente bien al antipático Guido Bardi.

Quien más aplausos despertó fue Peter Bronder, que no sólo tiene la voz (tenor “tipo Mime”) para encanar al enano sino que además, a despecho de algunas tiranteces en la zona más aguda, cantó magníficamente su larga y dificilísima parte y se mostró tan entregado como sincero en lo expresivo; si unimos a esto su enorme talento para moverse en escena con credibilidad, comprendemos que su personaje resultara especialmente patético, entrañable conmovedor. Astrid Weber hizo una Doña Clara muy creíble en su mezcla de frivolidad, capricho y malevolencia, una auténtica serpiente que seduce al bufón para reírse de él y luego, sin el menor remordimiento, le parte el corazón hasta la muerte al describirle toda su fealdad. Sonja Mühleck debía haberle puesto un poco más de calidez a sus intervenciones como la doncella Ghita, el único personaje que se apiada del protagonista, aunque vocalmente estuvo muy bien. Y sensacional Jürgen Freier en el relativamente importante rol del chambelán. Muy dignas las doncellas y damas de la corte.

La producción escénica se estrenó hace un par de años en la Ópera de Fráncfort. En Una tragedia florentina Udo Samel apostó por el Simbolismo (el personaje de Bianca parecía sacado de un cuadro de Klimt o Redon), trasladó la acción al siglo XX y, aun acertando a crear una atmósfera inquietante y opresiva,  convenció sólo a medias. Que al final el matrimonio no se reconciliase sino que, una vez muerto el príncipe, Bianca apuñale a su esposo, supone una traición a las intenciones de Wilde y de Zemlinsky, colisionando además plenamente con los compases finales de la música. El señor Samel no es nadie para enmendarle la plana a los dos artistas citados. Lo mismo es aplicable, sin ir más lejos, al final inventado por Mario Gas para el Don Giovanni visto aquí el mes pasado, y a todos esos directorcillos que intentan hacerse un nombre a costa de servirse a sí mismos en lugar de a la música.

Redonda, por el contrario, la propuesta del mismo director escénico para El enano, intemporal en su ubicación cronológica, realizada con sentido del ritmo, atenta a la definición de personajes y en general, salvo algún detalle aislado, muy bien resuelta en las diferentes situaciones. Se benefició además de una muy hermosa escenografía de Tobias Hoheisel y de la admirable luminosidad ofrecida por Joachim Klein. Las cosas claras: igual que hemos escrito en esta misma revista que el Holandés Errante flaqueó un tanto en lo musical, que no tenía sentido hacer Werther y que el Don Giovanni fue un verdadero muermo, ahora nos toca decir, con voz bien alta, que con Una tragedia florentina y -sobre todo- El enano, hemos pasado una de las más bellas y conmovedoras noches operísticas de toda la historia del Maestranza. Sin la menor duda. ¿Qué quedan entradas sin vender? ¡Ellos se lo pierden!

Fotografías: Guillermo Mendo

 

ENLACES RECOMENDADOS

Web de Peter Bronder: http://www.peterbronder.com/

Web de Pedro Halffter: http://www.pedrohalffter.com/

Web de la ROSS: http://www.rossevilla.com

Web del Teatro de la Maestranza: http://www.teatromaestranza.com/