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Número 88º - Marzo-mayo 2.008


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DE LA CANCIÓN POPULAR AL LIED

Por José Manuel Brea Feijóo. Licenciado en Medicina y colaborador de World Music, Etno-olk, Ir Indo, etc.  

 

  La canción popular, la forma más sencilla de música vocal, ha cautivado a los compositores “cultos” de todas las épocas. Es sabido que en las misas del Renacimiento se introdujeron melodías populares, que grandes creadores del Clasicismo y del Romanticismo hicieron arreglos de canciones populares y que, iniciado el s. XX, la recopilación de estas piezas folklóricas, emanadas del pueblo de manera anónima, influyeron decisivamente en la creatividad de importantes músicos. Son la base sobre la que se forjó la canción culta, artística o del arte. 

 ORÍGENES Y FORJA DEL LIED 

Si nos remontamos a la Edad Media, comprobamos que junto a la música religiosa convivió otra profana y menos elaborada, la monódica (de una sola voz con acompañamiento instrumental) de los poetas-músicos itinerantes, los trovadores, cuyas composiciones marcan el comienzo de la “canción culta”; pensemos en las canciones provenzales, baladas u otras acompañadas del laúd. Pero la canción culta, elaborada a partir de la popular o tradicional, no adquirió respetabilidad hasta el s. XIX, cuando los grandes compositores románticos del ámbito germánico consiguieron situarla en paridad artística con la ópera y la cantata religiosa (en las que el “aria” impera con su mayor complejidad y exigente virtuosismo), haciéndola pasar del menosprecio inicial al ensalzamiento definitivo. 

Desde entonces, se impondría el término alemán Lied (Lieder en plural), literalmente canción, como denominación de la canción culta o composición a una o varias voces, con acompañamiento instrumental, generalmente pianístico; el origen de este vocablo lo hallamos en un breve poema medieval alemán: daz Liet. Existen precedentes del género en los inicios del Barroco musical, pudiendo señalarse a Heinrich Albert (1604-1651). Posteriores compositores barrocos transformaron la canción popular (Volkslied) en culta (Kunstlied), caso de Carl Philipp Enmanuel Bach (1714-1788), hijo del gran Johann Sebastian, o de Christian Gottfried Krause (1719-1770). Sin embargo, la verdadera evolución del Lied, sin calificativos, comienza en la época clásica y culmina en la romántica. 

Los grandes clásicos, Haydn, Mozart y Beethoven, dejaron muestras de su talento creador en el género del Lied, el primero con acompañamiento de cámara y los otros dos de piano. Los Lieder de Joseph Haydn (1732-1809), próximos a la cincuentena, están en su mayor parte agrupados en colecciones y escritos sobre textos alemanes. El menor legado de Wolfgang Amadeus Mozart (1756-1791), entregado a la consecución de obras operísticas, se acrecienta con algunas arias de sus últimas óperas que tienen características del Lied. En cambio Ludwig van Beethoven (1770-1827) fue bastante prolífico; además de componer 86 canciones para voz y piano, este creador único realizó alrededor de 200 arreglos de cantos populares, sobre todo de Escocia, Irlanda y Gales. Fue también el primero en agrupar los Lieder en ciclos o “Liederkrais”.  

En el Clasicismo germánico quedaron establecidos los principios para que el Romanticismo que habría de venir los aprovechase y, justamente, pudiese ser considerado la edad dorada del Lied. 

 

EDAD DE ORO Y EXPANSIÓN DEL LIED 

Grandes compositores románticos, principiando por los excelsos Schubert y Schumann, supieron extraer la música dormida en poemas de Heine, Goethe y otros poetas, preeminentes o no, elevando el género del Lied a su máximo esplendor. Estos autores de canciones –que las consideraron como unidades independientes, agrupadas en colecciones o integradas en ciclos– recogieron el testigo de los clásicos y, a su vez, dejaron el terreno abonado para que otros músicos, de habla alemana y de otras lenguas, siguieran su melódica senda. ¿Qué decir de los dos gigantes señalados? Franz Schubert (1797-1828) es el creador del Lied romántico y el mayor compositor del género, con más de 600 Lieder que, por su extraordinaria calidad, le aportan un lugar privilegiado en la historia de la música. Liberó al Lied de todo exceso y estableció su definitiva forma canónica. Igualmente, el corpus de las canciones de Robert Schumann (1810-1856), unas 250 piezas, le bastaría para asegurarle la gloria. Consiguió que el Lied romántico adquiriese un nuevo y esplendoroso brillo poético, adentrándose en los textos y dominando la técnica del ciclo o “Liederkrais”. 

Dentro del Romanticismo son ineludibles otros creadores de canciones, germánicos –alemanes y austriacos– y no germánicos, fundamentalmente franceses y rusos. Compositores alemanes como Weber, Loewe, Mendelsshon, Brahms... Compositores franceses como Berlioz, Gounod, Fauré, Duparc… Compositores rusos como Borodin, Musorgski, Tchaikovski, Rimski-Korsakov… Compositores de otros países europeos, como Liszt en Hungría, Grieg en Noruega, Dvorak  en  Bohemia… Incluso el polaco Chopin compuso algunos Lieder, olvidados por el peso de su música para piano, en la que volcó sin palabras toda su fuerza poética. Fueron pocos los músicos del s. XIX que no se adentraron en el terreno del Lied; la mayoría lo empapó de particular emoción. De entre los músicos citados, valgan tres de muestra representativa: Johannes Brahms (1833-1897), el hombre que renunció a la ópera, merecedor de un lugar destacado al haber compuesto unos 200 Lieder plenos de equilibrio y emoción contenida; Edvard Grieg (1843-1907), autor de 143 canciones, sobre textos noruegos, daneses y alemanes, emocionantes miniaturas que presentan la sencillez y la espontaneidad de las canciones populares; y Gabriel Fauré (1845-1924), creador de 96 canciones, independientes y en ciclos o colecciones, siendo estas las que le han proporcionado un lugar excelso.  

La llama creativa de la canción culta no se apagó con el Romanticismo; continuó viva en el postromanticismo y en el s. XX, con el dominio de los músicos germánicos, la continuidad de franceses y rusos, y la entrada en escena de compositores de otras naciones, a mayor o menor escala. En el ámbito germánico, donde a veces se impuso el acompañamiento orquestal sin que el Lied perdiese su esencia, surgieron continuadores de una gran tradición y a la vez innovadores del lenguaje musical: Wolf, Mahler, Strauss, Schönberg, Webern, Berg… Detengámonos en los tres primeros, que brillan con luz propia en el firmamento del Lied. Hugo Wolf (1860-1930), con un catálogo que se aproxima a los 350 Lieder, cercanos a Schumann en estilo y capacidad de penetración en los textos poéticos, es uno de los más grandes “liederistas” de la historia. Gustav Mahler (1860-1911) es el iniciador del Lied contemporáneo y autor de unos 50 Lieder, la mayoría en ciclos, para voz con piano o acompañamiento orquestal –donde consigue sus mayores logros–, sin contar los integrados en sus sinfonías. Richard Strauss (1864-1949) es autor de más de 200 canciones para voz y piano, diecisiete de ellas orquestadas, y la mayor parte ordenadas en veintiséis colecciones, alcanzando en las más inspiradas una suprema maestría.  

Los franceses, que desde Berlioz adoptaron el término Mélodie, mantuvieron su tradición compositiva: Debussy, Ravel, Poulenc… Los rusos tampoco perdieron su lugar: Rachmaninov, Stravinski, Prokofiev… Otros países del continente europeo dieron sus propios frutos: Sibelius en Finlandia, Bartok en Hungría, Enescu en Rumania… Los británicos comenzaron a tener compositores relevantes en el género: Elgar, Vaughan-Williams, Britten… Entraron en escena compositores americanos: Villa-Lobos, Gershwin, Barber, Ginastera… Todos ellos merecen atención. En lo concerniente a España, con su riquísima tradición de música popular, comprobamos cierta continuidad compositiva de canciones, ligada al folklore propio y al de las respectivas culturas coloniales: Albéniz, Falla, Mompou, Toldrà, Montsalvatge... Y pese a sus altibajos, la llama permanece viva.   

SINGULARIDAD Y FUERZA DE ATRACCIÓN DEL LIED 

Se da por supuesto el profundo conocimiento de la poesía que los compositores de Lieder revistieron de melodía, porque de lo contrario no sería posible llegar a esa adecuada conjunción íntima, lírica, de música y palabra. Es cierto que en ocasiones los textos elegidos, o concebidos por ellos mismos, están por encima de la música que les fue asignada y que, por contra, en otras el ropaje musical supera al contenido poético; pero cuando se logra el perfecto emparejamiento que alcanza la cumbre suprema, el artístico milagro hace que texto y música sean ya inseparables. No debemos olvidar que los Lieder envuelven argumentos intemporales, que tratan de la vida, del amor y de la muerte, que besan la naturaleza, loan la libertad y lloran el abandono; generalmente alzan una voz doliente que busca la liberación, considerando la poesía como clamor del desaliento, grito desesperado por la incomprensión circundante y canto de indescriptible belleza.  

Merece la pena adentrarse en la obra de los principales compositores del género y, si hay posibilidad, explorar los Lieder de otros músicos no tan divulgados pero dignos de atención, por la originalidad de sus creaciones o por cualquier singularidad. Se hace indiferente hablar de Lied o de canción (culta), englobando otros términos, como melodía o balada, escogidos por algunos músicos; en definitiva estamos haciendo referencia al mismo tipo de composición vocal acompañada, si bien diversa en sus límites. Los Lieder pueden invitar al recogimiento, ser evocadores o contener historias compendiadas, revelar mundos en unos pocos minutos de sonora hermosura, de manera íntima y sencilla –que no simple–, sin efectismos vanos. A los no conocedores de espíritu sensible, el descubrimiento de maravillosas canciones insospechadas habrá de proporcionar un enorme deleite cuando se entreguen a su placentera escucha. 

Quien se acerque sin prejuicios a los Lieder probablemente se quedará atrapado, al comprobar que se disfruta con estas miniaturas literario-musicales tanto como con obras operísticas o composiciones sinfónicas de gran envergadura. Si como unidades independientes pueden ser plenamente satisfactorias, los buenos ciclos de canciones colman los apetitos musicales más voraces. No creamos que la canción culta se sustenta en el instrumento natural y que es insustancial el acompañamiento; cuando se dice que el piano acompaña a la voz, debe entenderse que participa en paridad de la interpretación artística, que su intervención es decisiva, que no va de comparsa. Así debe ser, y así sucede al menos con las piezas maestras. 

Son múltiples las formas de las sonoridades y diversos los colores que irradian de las canciones desde los primeros tiempos; e infinitas las posibilidades futuras, a pesar de que se hable de crisis del Lied, por haberse perdido en parte la esencia de la canción artística, simple, breve y cantabile. Aguardemos la luminosa expansión de los Lieder, en la confianza de que su fuego no se extinga jamás.

  

Dedicatoria 

A Alejo Amoedo, excelente pianista y extraordinario ser humano.

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 Referencia de interés

 “The Lied and Art Song Texts Page” (Textos de Lieder)

http://www.recmusic.org/lieder/