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Número 87º - Enero-febrero 2.008


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ARREBATADOR GAVRILOV

 

Jerez, Teatro Villamarta. 9 de febrero de 2008. Chopin: Sonata para piano nº 2. Rachmaninov: Étude-tableau op. 39 nº 5, Prélude en Sol sostenido menor, op. 32, nº 12, Prélude en Mi bemol mayor, op. 23, nº 6, Prélude en Sol menor, op. 23, nº 5. Prokofiev: Sonata para piano nº 8. Suggestion diabolique. Andrei Gavrilov, piano.

Por Fernando López Vargas-Machuca.  

Hacía tiempo que no se tenían apenas noticias discográficas de Andrei Gavrilov, pese que a principios de los noventa fue, con toda justicia, una de las más grandes estrellas de la Deutsche Grammophon. Desde luego en el mercado no está el horno para bollos y cada día son menos los artistas que consigan realizar grabaciones, pero hay también quien aseguraba por ahí que el pianista de Moscú anda atravesando una etapa de crisis técnica. Su recital en el Teatro Villamarta con obras de Chopin, Rachmaninov y Prokofiev nos ha permitido comprobar que, efectivamente, los dedos no están en su mejor momento: hay pasajes que no suenan con la suficiente limpieza y de vez en cuando tropieza con alguna nota falsa. ¿Importa eso? En semejante artistazo, muy poco.

De Gavrilov siguen impresionando la fuerza y rotundidad de su sonido, la abrumadora gama dinámica que extrae del piano y la amplia gama de colores que despliega, como también la capacidad para diferenciar planos sonoros, incluso con la habilidad digital un tanto mermada. Desde el punto de vista creativo el moscovita sigue siendo el de siempre, esto es, un pianista sincero y apasionado que sabe construir enormes edificios sonoros sin que la tensión decaiga y que se mantiene especialmente alejado de cualquier cosa que se aproxime al devaneo sonoro, la blandura o el amaneramiento.

Ahora bien, dentro del altísimo nivel que -pese a las ya referidas asperezas digitales- Gavrilov sigue ofreciendo, hay que realizar algunas matizaciones. Su Sonata nº 2 de Chopin no ofreció particular interés, toda vez que le faltó ese punto “amoroso”, de “confesión íntima” con frecuencia dolorosa que caracteriza la genial música del polaco; todo estuvo en su sitio pero faltó emoción, lo que en la sección central de la celebérrima marcha fúnebre no es de recibo. Mucho mejor la selección de piezas de Rachmaninov, en la que el pianista optó no tanto por la evocación lírica y el decadentismo bien entendido como por la rebeldía y el apasionamiento. Particularmente impresionante el Prélude en Sol menor, op. 23, nº5.

Su Sonata nº 8 de Prokofiev fue, salvando las relativas limitaciones técnicas apuntadas, muy parecida a la del disco Deutsche Grammophon grabado hace diecisiete años: una interpretación que acentúa la vertiente más trágica y aristada de la obra -que para el pianista nos habla de los totalitarismos- sin perder nunca el trazado de la arquitectura, quedarse en los menor efectos sonoros ni menguar los importantísimos aspectos líricos de la pieza, los cuales, eso sí, suenan mucho antes irónicos, fantasmagóricos e inquietantes que nostálgicos y evocadores. ¿Discutible? Seguramente. ¿Genial? Desde luego. Los aplausos del respetable fueron recompensados por una interpretación llena de humor negro de Suggestion diabolique, tan arrebatadora que hizo salir humo del magnífico Steinway del Villamarta. O quizá fuera azufre.

                                                                            

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