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Número 87º - Enero-febrero 2.008


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LOS MALOS CRÍTICOS

 

Por Ángel Carrascosa Almazán.  

 

Los malos críticos musicales son un gran desprestigio para toda la “profesión”. La afición a la música ha crecido en España sólo moderadamente en los últimos lustros; sin embargo, el número de “críticos musicales” se ha multiplicado por cien. Hace un cuarto de siglo sólo había un par de revistas musicales “clásicas”, con no más de una veintena de críticos en total. Aparte, naturalmente, de los críticos “oficiales” de los principales diarios, y poco más. No me refiero a los musicólogos, que sí alargarían bastante la lista, sino a las personas, más o menos amateurs, que se dedican a criticar conciertos u otras manifestaciones musicales “en vivo” y discos.

Algunos miran esta última actividad por encima del hombro, sin darse cuenta de que a lo largo de los últimos cuarenta o cincuenta años cien veces más personas (o mil) han escuchado música en disco que “en vivo”. Y que su labor es mucho más útil para orientar a los melómanos, pues son pocos los conciertos que se repiten (y los que sí, mayormente las óperas, nunca salen exactamente igual de unas funciones a otras). Mientras que los discos, que son por así decirlo documentos “objetivos”, se pueden comprar y escuchar después de que uno haya leído su crítica (en los conciertos las críticas son sólo “a posteriori”).

Bueno, pues lo que iba diciendo, que mientras hace veinticinco años éramos cuatro gatos, hoy hay cientos de “críticos musicales”: ciñéndose sólo a las revistas de música, que se han multiplicado como hongos en un otoño lluvioso, si se suman todos salen varios centenares... de desconocidos la mayoría, incluso para los más acostumbrados a leer críticas (también los hay recientes y buenos, por supuesto). Claro, así se leen las críticas que se leen... una cantidad tremenda de insensateces, de juicios de valor nada fiables. ¡Pobres de los aficionados que harán caso de sus afirmaciones, casi siempre bastante dogmáticas! Apañados van. Así se venden considerables cantidades de algunas interpretaciones malas y hasta horribles, y en otras ocasiones poquísimas de otras que son excelentes.

Sí, ya sé que no se puede demostrar objetivamente que El sueño de una noche de verano por Klemperer es sublime y que el de Toscanini con la Orquesta de Filadelfia es horrible. Ése es un problema insoluble. Pero eso no significa, en absoluto, que todo vale y que nada es evaluable. ¿Cómo se puede demostrar que Shakespeare es superior a Alfonso Paso? No se puede, sencillamente. Pero, entonces, ¿tenemos que resignarnos a que alguien pueda tener razón afirmando que Beethoven y Hummel son igual de grandes artistas? ¡¡Claro que no, demonios!! Hay que rebelarse rotundamente contra eso.

Sin embargo, para fiarse de las críticas hay que armarse de valor. Por muchas razones: si uno consulta las más reputadas guías internacionales de grabaciones, o se guía por las revistas especializadas más reputadas del orbe, puede llevarse unos chascos horribles. Por una parte, están los prejuicios, la arbitrariedad, hasta la falta de gusto musical que destilan multitud de opiniones, y por otro, más grave aún, cuando hay dinero inconfesable de por medio. Entonces la independencia de juicio está en entredicho. ¿Cómo va a decir una pobre revista, que depende de la publicidad, que el último recital de Cecilia Bartoli es una patata? Sería muy atrevido por su parte.

No se olvide una cosa: las compañías fonográficas planifican cuáles de sus lanzamientos van a ser “discos-objetivo” con años de antelación, ¡antes de que se hayan grabado! Seis u ocho de discos de estos discos pueden suponer en un año la mitad de la venta de todo el catálogo de esa marca (que a lo mejor cuenta con 500 referencias). Y, mira por dónde, todos resultan ser buenísimos... a juzgar por las temerosas críticas de las revistas.

O sea, que mucho ojo con fiarse. Ni de esas críticas, ni de tantas otras. Recomiendo que alguien que se quiera guiar de las reseñas para comprar sus discos se fije en un crítico y compruebe a lo largo de un tiempo si está de acuerdo con él, si muestra solidez de criterios, si le parece fiable. Porque hay críticos muy conocidos que no son nada dignos de confianza, por venalidad o simplemente porque carecen de ideas claras o tienen el gusto en tal parte. O, incluso, porque mienten en lo que escriben. Fuera del campo de los discos: ¿quién no ha oído en un corrillo decir a sesudos críticos que La Atlántida de Falla les parece un rollo? ¿Y hay alguien que haya leído escrito en alguna parte a alguno de esos críticos esa misma opinión?

Hay una prueba para la cual la radio no falla: cuando uno la pone sin saber qué versión suena la juzga con casi total ausencia de prejuicios. ¡Y qué chascos se lleva uno a veces, diría que hasta con frecuencia! Pone uno Radio Clásica y se encuentra con una versión gris o abiertamente mala de una obra, y cuando al final te dicen quiénes eran los intérpretes grita uno, solito, haciendo eso que se dice que es propio de locos: “¡Vaya mierda! ¿Éste es Sir Thomas Beecham, Pierre Monteux, Stephen Bishop, Maurizio Pollini, Claudio Abbado o Sir Simon Rattle? ¿Entenderá el reputadísimo Josef Greindl lo que está diciendo en tal monólogo wagneriano? ¿Se puede cantar con mayor cursilería tal lied de Schubert que el que le acabo de escuchar a Irmgard Seefried, o a Barbara Bonney? ¿Este despistadísimo cuarteto de cuerda es el Emerson, que ha grabado todos los de Beethoven para la prestigiosísima Desutsche Grammophon? ¡Ésta, aquélla y la otra son las versiones a las que tal conocidísima y reputada guía pone la más alta calificación! ¡Toma ya!”

El mes que viene, en la próxima entrega, si estáis interesados en seguir leyendo algo más sobre este asunto, os hablaré, entre otras cosas y con la debida discreción, de algunos “malignos” experimentos que he hecho, en los que algún que otro crítico ha caído en sus propias trampas.