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Número 86º - Diciembre 2.007


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LAS SINFONÍAS DE PROKOFIEV:
UNA APROXIMACIÓN DISCOGRÁFICA

 

Por Fernando López Vargas-Machuca.  

En el número anterior hacíamos un repaso de las escasas grabaciones discográficas existentes de las sinfonías de Prokofiev. Allí decíamos que la de Rostropovich (Warner), sin ser ni mucho menos la mejor tocada ni la de mayor claridad, es la que más profundiza anímicamente en este apasionante universo sonoro. Que, siendo menos emocionante, la de Ozawa (DG) es una buena alternativa, sobre todo por la deslumbrante intervención de la Filarmónica de Berlín. Que las de Martinon (Vox, muy difícil de encontrar) y Rozhdestvensky (Melodiya) resultan excesivamente irregulares, que la de Walter Weller (Decca) es puro aburrimiento y que las de Järvi (Chandos) y Gerviev (Philips), muy ensalzadas por algunos sectores de la crítica, nos parecen pura vulgaridad y efectismo. Hagamos ahora un repaso, sinfonía a sinfonía, de las versiones sueltas más recomendables.

 

PRIMERA

La Sinfonía Clásica es una página extremadamente difícil de interpretar, pues necesita de un gran refinamiento, y virtuosismo por parte de la orquesta, pero también de una extraordinaria capacidad por parte de la batuta para aunar elegancia, vuelo lírico y humor socarrón sin cae en lo frívolo, en lo superficial ni en lo pimpante. La grabación que realizó Giulini al frente de la Sinfónica de Chicago para Deutsche Grammophon es en este sentido la número uno, no ya por estar prodigiosamente tocada y por su asombrosa claridad, sino por lograr el milagro de ser muy “clásica” (sobria, equilibrada, elegante, ajena al efectismo y alejada del arrebato), sacando al mismo tiempo todo lo que la partitura tiene de tanto de lirismo y de evocación como de ironía y mala leche. Por desgracia el registro es hoy casi imposible de conseguir, ya que nunca ha conocido una edición oficial europea en CD exceptuando la que realizó en España la editorial Salvat para una enciclopedia de venta a domicilio. La única opción es comprar la edición japonesa: ¡ojo con los gastos de envío y con la aduana!

Mucho más personal y discutible, pero desde luego apasionante, es la realización de Sergiu Celibidache al frente de la Filarmónica de Munich, en una excelente edición oficial en compacto realizada por EMI al margen de aquella sesión con ensayos que ofreció Teldec hace años en Laser Disc y de la que no se ha sabido nada aún en formato DVD: una dirección lenta y diseccionadora, pero no pesante ni carente de fuerza, llena de matices y de espléndido sentido del color, que posee un peculiar sentido del humor y que canta el segundo movimiento con el mayor lirismo. Magnífica asimismo la de Riccardo Muti al frente de la Filarmónica de Viena, en una edición limitada en CD realizada por la propia orquesta, por encima de su en cualquier caso notable interpretación con Philadelphia en Philips.

Muy buena la interpretación de la Orquesta de Cámara Orpheus (DG), poética y luminosa, así como las dos últimas de las grabadas por el siempre idiomático André Previn (EMI y Philips respectivamente). La de Ozawa es muy singular y discutible, pero es una interesantísima aportación. Y resulta muy atractiva la alegre y espiritosa de Igor Markevitch con la Philharmonia (Testament). A partir de ahí el nivel baja considerablemente, encontrándonos con un buen puñado de interpretaciones de sólida factura pero alejadas del ideal (Kurtz, Weller, Simonov, Ashkenazy, Bernstein, Gergiev o el propio Rostropovich), y otras muchas mediocres (Martinon, Ormandy, Tilson Thomas, Karajan, Abbado) o incluso abiertamente malas (Koussevitzky, Rozhdestvensky).

 

SEGUNDA

Dentro de una visión puramente maquinista y agresiva de la obra, las poderosas e incisivas interpretaciones de Rozhdestvensky (Melodiya) y Leinsdorf resultan ideales. Esta última, registrada por RCA y editada por Testament, pertenece a una integral iniciada en los años sesenta al frente de una magnífica sinfónica de Boston que, de haberse concluido, podía haberse convertido en la referencia. Rostropovich y Ozawa, en sus integrales, nos enseñaron por el contrario que esta partitura esconde una buena dosis de carácter atmosférico, e incluso de vuelo lírico que es necesario sacar a flote; el oriental, concretamente, realiza una singular aproximación de extraordinario sentido del color y del ritmo, en la que consigue texturas muy interesantes en los pasajes “nocturnales”.

El resto de las interpretaciones que conocemos no presentan mayor interés, aunque la teatralidad y el gusto por la parafernalia sonora de un Gergiev por una vez consiguen vistosos resultados. La peor de todas es quizá la de Weller, quien aunque en principio puede parecer resultón termina aburriendo mucho por la ausencia de claridad, color y, sobre todo, de contraste entre los diferentes pasajes, culminando con un final desinflado.

 

TERCERA

La obra es en gran medida una suite sinfónica de su ópera El Ángel de Fuego, por lo que es necesario atender tanto a la fuerza y estridencia del expresionismo como a la creación de ambientes sonoros góticos y opresivos. Y ahí Muti, en su grabación con la Orquesta de Philadelphia para Philips en 1991, no ha encontrado rival. Es la suya una lectura poderosa, arrolladora y brillante, pero también muy atmosférica, que cuenta con una fabulosa orquesta y una batuta de sonido muy Prokofiev. La disección de las texturas orquestales es extraordinaria, aun sin llegar quizá a la claridad de un Ozawa. Con Muti la tensión es implacable en todo momento, aunque nunca se confunde con el ruido ni el efectismo. A destacar especialmente el “lirismo siniestro” del segundo movimiento y la fuerza desasosegante del tercero. Diríamos que se trata de una lectura insuperable si no fuera porque, como explicábamos en el número anterior, en su interpretación londinense frente a la Sinfónica de Chicago el italiano logró llegar aún más lejos.

Imposible de encontrar hoy en el mercado, la única alternativa casi a la altura de Muti es la de Leinsdorf, que ya anuncia a la del milanés en su capacidad para lograr la mayor tensión y rusticidad sin caer en el efectismo ni en la tosquedad, como también de crear atmósferas malsanas y dejar volar el lirismo cuando es necesario. Un poco por debajo de ambos, Rostropovich y Chailly (Decca) consiguen notabilísimos resultados, como también el citado Ozawa, quien sabe poner de manifiesto sus puntos fuertes: excepcional ejecución de la orquesta, admirable claridad, elevadísimo sentido del color y de las texturas, tensión interna perfectamente planificada, conocimiento del lenguaje y, sobre todo, un encomiable equilibrio entre brutalidad -jamás efectista ni ruidosa- y refinamiento, entre estridencia y belleza sonora. Alto nivel el de Kondrashin  al frente de la Sinfónica de Chicago, en una edición limitada a cargo de la propia orquesta. El resto es más bien poco interesante, aunque de nuevo Gergiev se mueve puede impresionar, más que convencer, con su despliegue de magma sonoro. Especialmente flojos Martinon y Weller.

 

CUARTA

Hay dos versiones distintas de la página: la de 1930, francamente mediocre, y la muchísimo más convincente de 1947. Martinon, Rostropovich, Järvi y Gergiev se cuentan entre los poquísimos directores que han animado a grabar su versión original; el chelista es quien obtiene mejores resultados, pero con algunos baches notorios. De la revisada sí que hay una interpretación redonda: la de Rostropovich, que -ahora sí, con mucho mayor convencimiento- consigue un resultado muy lírico y evocador, intenso y sentido, sobre todo el clímax del primer movimiento, mientras que en el tercero renuncia un tanto al humor para sacar a la luz aspectos ocultos. Ozawa es algo blando en su elegante y evocadora interpretación, mientras que Rozhdestvensky, en una lectura vibrante, impetuosa, ácida y grotesca, resulta algo superficial. Particularmente horrendo Gergiev, quien va a todo correr pasando de largo ante cualquier elemento lírico y reduciéndolo todo a un cúmulo de atropelladas explosiones sonoras; sólo se salva el tercer movimiento, donde aporta interesantes detalles humorísticos, pero la explosión final que da sentido a la obra no resulta con el ruso trágica sino vulgar.

 

QUINTA

La mejor interpretación que conozco de la Quinta la pude grabar de la radio hace muchos años: Lorin Maazel al frente de la Filarmónica de Viena, en uno de esos conciertos radiofónicos de intercambio internacional. Pero como ésta no ha conocido edición comercial y el registro de estudio del propio Maazel en Cleveland (Decca/DG) no llega ni mucho menos a semejante altura, no hay nada que hacer. El primer puesto discográfico quizá lo ocupe la grabación digital de Leonard Bernstein al frente de la Filarmónica de Israel, una interpretación especialmente trágica y oscura en la que el primer movimiento es más lento y ominoso que nunca; el resto es de una gran tensión, con un final vibrante pero lleno de dramatismo. Esperemos que Sony se decida a reeditarla de una vez, porque la que circula del norteamericano al frente de la Filarmónica de Nueva York no es más que un borrador de la que señalamos.

Menos difícil resulta de encontrar en el mercado la sensacional interpretación de Leinsdorf registrada en 1963. Desde el primer momento asombran la perfección de la orquesta y la claridad de la batuta, a lo que contribuye una notable grabación. El sonido que extrae de la Sinfónica de Boston es ideal por la carnosidad de las maderas y la estridencia de los timbres, y el enfoque resulta certero en todo momento, aunque más del lado del Prokofiev brutal que del lírico. El desarrollo del primer movimiento es algo extraño, pero se llega a un clímax de terrible tensión. Extraordinarios los otros tres, con todo el sarcasmo y la negrura necesarias, no cayendo en la tentación de la trivialidad ni el triunfalismo en el último.

Aunque hasta hace pocos años no podíamos disfrutar de ningún acercamiento a esta obra por parte del maestro rumano, hoy son dos las grabaciones que podemos encontrar a cargo de Sergiu Celibidache: una con la Sinfónica de la Radio de Stuttgart (DG), espléndida y de línea ortodoxa aunque con detalles tan creativos como convincentes, y otra con la Filarmónica de Munich (EMI), una interpretación singular y desigual, que sorprende por su introversión y carácter atmosférico, y que por ello no resulta muy sarcástica, trágica o rebelde; sobresale un genial tercer movimiento, siniestro y nocturno. En las dos interpretaciones, por desgracia, se echa de menos una orquesta de mayor calidad.

Otra magnífica interpretación es la soberbiamente grabada de Previn con la Filarmónica de Los Ángeles, restos de una integral que, como la de Leinsdorf, de haberse concluido podía haber sido de referencia. Fabulosamente tocada y planificada, llevada con un magnífico progreso de las tensiones, no es una especialmente oscura, ni sarcástica, tampoco muy lírica, pero convence por completo por el perfecto equilibrio de sus ingredientes. Más heterodoxo pero muy interesante resulta aquí Rozhdestvensky, que a pesar de contar con una orquesta mediocre y de ofrecer una realización tosca consigue una lectura de gran fuerza en la que se anteponen el sarcasmo, la incisividad y la aspereza al lirismo y al misterio, pero convenciendo con su enfoque dramático y su certero sonido Prokofiev.

Conocemos otras tres grabaciones más no redondas pero sí de gran altura. Una es la de George Szell (Sony), una interpretación sobria, clara, incisiva, tensa y ajena a efectismos, en la que por desgracia los veloces tempi se llevan por delante la “grandeza pesimista” y el vuelo lírico del primer movimiento. Otra sería la tomada en vivo en 1968 nada menos que a Mravinsky (Russian Disc), quien deja por completo a un lado lo ominoso, lo ácido y lo sarcástico, así como el sonido más adecuado al autor, para decantarse por una lectura descaradamente romántica; en este sentido es magnífica, muy fogosa e intensa, con una Filarmónica de Leningrado que aporta su típico sonido. Y finalmente estaría la de Rostropovich; como siempre, se puede decir que las hay mejor tocadas, más claras, más brillantes y más incisivas, pero el chelista termina convenciendo por la comprensión del mensaje último de las partituras.

En el pelotón de cola se encontrarían un montón de interpretaciones que se quedan a medio camino, como las de Martinon, Karajan, Ashkenazy, Temirkanov, Muti, Tilson Thomas, Dutoit, Gergiev e incluso -sorprendentemente- la de un aquí blando y descafeinado Ozawa. Y luego vendrían los fracasos rotundos: Ansermet, Weller, Kletzki, Levine, etc. Intérpretes algunos de los cuales son grandes en otros repertorios, pero que en esta obra maestra se quedan muy cortos.

 

SEXTA

En esta algo deslavazada pero apasionante partitura interesa muchísimo el enfoque de la interpretación de Leinsdorf, porque alberga el lirismo melancólico y la atmósfera malsana necesarias pero no renuncia al sarcasmo, la incisividad y la brillantez propias del autor. En el tercer movimiento, por fortuna, no se deja llevar por lo jovial ni lo pimpante. Con un poco más de negrura y rebeldía en el final sería de referencia. A su misma altura estaría la de Ozawa, clarísima y sumamente equilibrada, que profundiza en la parte oscura de la obra sin excederse en el componente expresionista; resulta quizá algo distante quizá en el último movimiento, aunque concluye con acertado pesimismo.

No hay mucho más donde escoger. Están bien a secas las grabaciones de Martinon, Weller -quien por una vez acierta en el clima enrarecido de la partitura- y Rostropovich, este último algo falto de tensión, y por ello menos interesante que en otras ocasiones. La emocionante y “romántica” interpretación de Mravinsky (Praga/Harmonia Mundi) puede discutirse por subrayar lo que puede los aspectos afirmativos de la partitura y no profundizar en la tragedia, lo que evidencia sobre todo en un tercer movimiento en exceso optimista. Aparentes pero insinceras las de Ashkenazy -muy descafeinado y superficial en el Largo-, Järvi y Gerviev.

 

SÉPTIMA

Dos opciones existen a la hora de interpretar el final de esta nostálgica y evocadora partitura. Una es hacerlo con el breve y forzado “happy ending” que el autor incluyó tras el inesperado y acongojante retorno del melancólico tema del primer movimiento y la pesimista disolución que le sigue. La otra, que se ha ido imponiendo en tiempos recientes, es eliminar semejante parche; de hecho el propio Rostropovich aseguró al autor de estas líneas, durante una firma de autógrafos, que Prokofiev lo había incluido sólo para asegurarse la obtención del premio Lenin, y que le rogó que cuando él falleciese se encargase de eliminarlo de la partitura.

Es precisamente el chelista quien ha logrado la interpretación más emotiva, la que más llena de confesión personal las notas. En ella Rostropovich emociona sobremanera con el tema principal, borra buena parte de la ironía y acidez y se queda con una reflexión tan nostálgica como pesimista. Pierde gas, eso sí, en el último movimiento, pero la disolución es la más tremenda y nihilista de todas. Por ello su audición es imprescindible.

Otra importante interpretación sin “final feliz” es la intensa y sincera de Ozawa, quien de nuevo sobresale por su gran sentido del color y admirable claridad. El maestro oriental saca a relucir la parte dramática de la obra, pero contemplándola con sobriedad, y al igual que Rostropovich acierta más en los momentos líricos que los trepidantes. Alcanza un muy alto nivel Ashkenazy (Decca), que aunque a veces sucumbe al efectismo y no alcanza toda la claridad deseable logra cantar con gran belleza el tema principal y consigue dos excelentes movimientos centrales. Por desgracia la marcha del último movimiento se la pasa de largo, mientras que no le da sentido a la disolución final. Gergiev también opta por el final trágico, pero su interpretación es superficial e insincera.

Ya con la edición tradicional de la partitura habría que citar los dos registros de André Previn, quien como siempre ofrece un sonido cien por cien Prokofiev al frente de la Sinfónica de Londres y de la Filarmónica de Los Ángeles respectivamente (EMI y Philips); la primera es una interpretación eminentemente lírica, a veces en exceso contemplativa y falta de rebeldía, mientras que la segunda se muestra algo menos ensimismada, pero también menos clara en el tejido orquestal. La de Martinon es una excelente lectura, muy intensa y sentida tanto en los aspectos líricos como en los lúdicos y humorísticos, en la que sabe sacar partido a la marcha del último movimiento, pero sin apenas ver negrura en la disolución final. Weller intenta ser lírico, pero le sale una interpretación flácida y aburrida. Mediocre Järvi al frente de la insuficiente Nacional Escocesa: el director va aprisa y corriendo, sin detenerse en planificar correctamente ni en apuntar matices expresivos, y sin tener tampoco una idea clara la idea de la partitura. Es vistoso pero no emociona.

 

RECOMENDACIONES FINALES

Quien se quiera hacer de todas las sinfonías de un tirón lo mejor que puede hacer es comprar la integral de Rostropovich, que sale bastante barata (su precio no llega a 30 euros) y cuya adquisición es casi “obligatoria”. Pero haciéndose además con algunos discos sueltos puede uno poner en su estantería interpretaciones aún más interesantes. Teniendo en cuenta las ediciones que en el momento de escribir estas líneas se localizan en el mercado, recomendamos vivamente adquirir los dos compactos arriba citados de Erich Leinsdorf (difíciles de encontrar en tiendas pero asequibles a través de la distribuidora Diverdi) con las sinfonías Segunda, Tercera, Quinta y Sexta. Para Cuarta y Séptima, las dos mejores interpretaciones son las de Rostropovich, así que con la integral basta y sobra. Para completar la serie sólo queda la Primera, y a falta de la de Giulini lo mejor es llevarse la grabación de Celibidache en EMI: se repite la Quinta, pero es una interpretación tan singular de esta magnífica música, y tan diferente a las de Leinsdorf y Rostropovich, que la repetición merece la pena. Y si alguna vez se reeditan la Sinfonía Clásica del fallecido maestro italiano, la Tercera de Muti o la Quinta de Bernstein con Israel, ¡a por ellas!

 

ENLACES RECOMENDADOS

The Prokofiev page: http://www.prokofiev.org/