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Número 86º - Diciembre 2.007


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ZIMERMAN Y BARENBOIM
EN LOS CONCIERTOS DE BEETHOVEN

 

Por Ángel Carrascosa Almazán.   

Con sólo una semana de diferencia se han editado en España las dos interpretaciones más importantes en DVD de los 5 Conciertos para piano de Beethoven: la de Krystian Zimerman y Leonard Bernstein con la Orquesta Filarmónica de Viena (Deutsche Grammophon) y la de Daniel Barenboim tocando y dirigiendo la Staatskapelle de Berlín (EuroArts). No sólo son importantes en DVD; en CD apenas hay versiones de este calibre.

Zimerman, como todo el mundo sabe, es uno de los gigantes actuales del piano. A propósito de la publicación de estos cinco Conciertos en CD (versión en la que, debido a la muerte de Bernstein, el propio pianista dirigió los dos primeros), Anabel García Hurtado escribió en “Ritmo”: “Barenboim es uno de los más grandes pianistas vivos y el artista más grande entre ellos, y Zimerman es el más grande pianista actual y uno de los más grandes artistas entre ellos”; opinión que puedo suscribir, si bien aquella crítica se refería a las grabaciones anteriores del argentino, las dirigidas por Klemperer y por él mismo (EMI 1968 y 1987, respectivamente). Pues bien, retomando lo dicho sobre Zimerman al comienzo de este párrafo: sí, el polaco es un coloso del piano (quizá sólo Kissin toca tan apabullantemente bien como él), pero también es inocultable que no es un beethoveniano de pro. Eso se le nota, y ahí se halla en clara desventaja frente a Barenboim, que está a más no poder en su elemento (es “su compositor”, por encima de cualquier otro, Mozart y Wagner incluidos): téngase en cuenta que es el artista que más música de Beethoven ha grabado hasta la fecha.

Zimerman posee unos dedos prácticamente infalibles (será poco menos que imposible encontrar un roce en estas grabaciones suyas en público: lo son las de los tres últimos Conciertos, no las de los dos primeros). El polaco “las da todas” y, por descontado, su musicalidad es de primer orden, si bien no es en Beethoven donde esta última se desenvuelve con mayor libertad y acierto (la interpretación de estos Conciertos no me parece del nivel estratosférico de sus Baladas de Chopin, de su Sonata en Si menor de Liszt, sus Sonatas y Conciertos de Brahms con Bernstein o de sus Preludios de Debussy, por poner algunos ejemplos).

Pero ¿es que acaso se pueden tocar mejor estos Conciertos de Beethoven, se dirá más de uno? Tocar quizá no; pero interpretar, sí. ¿Quiénes? Quizá sólo Claudio Arrau y Barenboim. Comparado con éstos, Zimerman resulta un poco inflexible, falto de la variedad en el fraseo de esos dos musicazos sudamericanos. Esto se aprecia sobre todo en los movimientos iniciales de los Conciertos, particularmente en los dos primeros (quizá contribuya la ausencia de Bernstein: la “dirección” del polaco es  algo metronómica); esto ocurre menos en los finales, y aún menos en los movimientos lentos, en los que en general se explaya con mayor libertad métrica y agógica. Aun así, hay que admitir que, en ocasiones, Zimerman emplea esa relativa inflexibilidad como arma: por ejemplo, para conseguir una sensación de “lo inexorable” en el sensacional primer movimiento del Tercer Concierto que logran Bernstein y él. 

Técnica y mecanismo

Barenboim no posee un mecanismo de ese calibre: su mano es bastante más pequeña (lo que le impide tocar, por ejemplo, y con gran disgusto por su parte, el Segundo Concierto de Bartók), más cortos sus brazos, y tampoco ha cultivado nunca esa habilidad como un fin en sí mismo (jamás ha practicado, ni siquiera en su niñez, con ejercicios; siempre con música). Por eso es más falible que Zimerman y que otros virtuosos. Aun así, Barenboim ha llegado como pianista donde ha llegado -mal que les pese a algunos- en un mundo en el que difícilmente se toleran fallos mecánicos. Este es el principal motivo -aparte de manías personales- por el que no es ídolo en los conservatorios. Ya se sabe cuál es el punto de vista más extendido entre los instrumentistas: el violinista más grande es Jascha Heifetz, un ejecutante prácticamente perfecto. ¡Qué más da que como músico sea muy inferior!... ¿Saben acaso muchos melómanos que en no pocas escuelas de canto es opinión extendida que Fischer-Dieskau es una nulidad? Y esto lo sostienen “hasta la muerte” gente que canta como el culo, con perdón. No miento: podéis preguntarlo.

La técnica pianística de Barenboim es excepcional. Porque ¿qué es técnica? Es algo así como el dominio del instrumento con el objeto de expresar a través de él todo cuanto se pretende. Por eso su técnica es excepcional: su diversidad en los ataques y formas de pulsar una tecla es ilimitada, increíblemente amplia su gama dinámica, con infinidad de grados entre fff y ppp; nadie trina tan bien como él, de modo menos mecánico y capaz de reguladores dinámicos y agógicos en una serie de ellos. Su técnica le permite una increíble variedad de articulación en las sucesivas reapariciones de un mismo tema: escúchesele, por ejemplo, el Rondó del Tercer Concierto. La comparación con la -magnífica- interpretación de ese movimiento por Zimerman es elocuente: el polaco queda muy por debajo del argentino; a su lado es una máquina de escribir.

La técnica de Zimerman me parece también, por supuesto, superlativa, pero en lo que es superior a Barenboim es en el mecanismo, que es fabuloso y de una seguridad aplastante. Porque mecanismo es algo así como la capacidad de que se oigan todas las notas con nitidez y limpieza. Pero ¿es eso tan importante para la Música, con mayúscula, como la técnica? De ninguna manera: para hacer música no basta, ni mucho menos, con tocar limpiamente cada nota. Hay miles (miles, sí: acudid a un buen concurso de piano) de pianistas con un mecanismo de gran seguridad. A Zimerman se le oyen más nítidamente todas las notas, a lo que, además de su superior destreza, contribuye también su estilo de ejecución, que es por lo general mucho más incisivo y recortado y mucho menos legato.

Por eso a los pianistas de otras escuelas o estilos no se les oyen tan individualizadas todas y cada una de las notas; entre otras razones, porque no es eso lo que persiguen. ¿Quién le niega a Arrau una técnica fantástica? Pero, al igual que Barenboim, no perseguía por encima de todo esa nitidez, un empeño que en algunos resulta casi obsesivo. 

La sintonía con Beethoven

Barenboim es, como decía arriba, mucho mejor conocedor de Beethoven que Zimerman, y esto se aprecia casi constantemente. Ni siquiera Bernstein es tan beethoveniano como Barenboim director. ¡A éste se le oyen en estos Conciertos cosas que no se habían percibido nunca hasta ahora, y siempre bien traídas! La grabación, que es fenomenal, tiene parte de la “culpa”, pero no basta para explicar la maravilla. Y, para colmo, si consiguiéramos escuchar sin prejuicios juzgando la actuación de cada una de las orquestas, creo que la conclusión sería que, aquí, la Staatskapelle de Berlín, de sonoridad beethoveniana a más no poder, no tiene que envidiar a la Filarmónica de Viena, aunque ésta sea una orquesta aún mejor.

Como ya me he extendido más de la cuenta, quiero brevemente terminar con algunas puntualizaciones: los dos primeros Conciertos de Zimerman están menos bien que los tres últimos, sobre todo que el Tercero, cima (como en Barenboim) de la serie. En el Cuarto la dirección me parece más romántica de la cuenta, con atisbos de sentimentalismo, sobre todo en la introducción. En el Rondó del Quinto Bernstein defrauda un pelín: me esperaba mayor entusiasmo, esa cualidad que Barenboim derrocha a manos llenas, arriesgando sobremanera (¡qué valor!).

En Barenboim hay siempre (o esa impresión es la que se percibe) mayor espontaneidad, y desde luego mayor libertad -siempre ¡siempre! certera, nunca caprichosa o arbitraria-, dictadas con asombrosa naturalidad por un conocimiento incomparable del universo beethoveniano. Me parece globalmente la mejor de sus grabaciones del ciclo. De todas las cadenzas el argentino saca mucho más partido, mucha más música que el polaco o que cualquier otro pianista. Nada más lejos que la mera exhibición: la del primer movimiento del Tercero roza lo milagroso. La versión de las suyas más discutible o polémica pueda que sea la del Cuarto, menos sereno y lírico y más dramático que de costumbre (incluidas sus anteriores versiones, las dos de EMI y la de RCA dirigiendo a Rubinstein, en el ciclo de 1975); el segundo movimiento es particularmente hosco y no es seguro que alcance la paz, y la alegría desbordaba del Rondó tiene algo de salvaje.