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Número 85º - Octubre 2.007


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LA “TERCERA” DE PROKOFIEV:
MUCHO MÁS QUE RUIDO

Por Fernando López Vargas-Machuca.  

Hace poco tuve la oportunidad de acudir a Londres para escuchar a mi orquesta favorita, la Sinfónica de Chicago, bajo la dirección de uno de los pocos directores realmente grandes de la actualidad, el ya veterano Riccardo Muti. En los atriles se encontraba una partitura que adoro especialmente, la gótica y expresionista Tercera Sinfonía de Prokofiev, que es en gran medida una suite sinfónica de su perturbadora ópera El ángel de fuego, que el compositor nunca pudo estrenar en vida. Semanas antes había podido escuchar, asimismo en Londres, a Valery Gergiev interpretando la Séptima Sinfonía, y por las mismas fechas me pude hacer con la integral sinfónica del autor que el director ruso ha registrado recientemente para Philips. La diferencia entre los criterios interpretativos de las dos batutas me lleva a realizar algunas reflexiones.

Gergiev ofrece el Prokofiev más tópico y vulgar, el del puro espectáculo sonoro. Cierto es que Prokofiev absorbió plenamente el espíritu de la vanguardia de la época, tanto la francesa como la soviética, y de ahí que haya en su música mucho del ruido, la fuerza bruta, el mecanicismo y la rítmica implacable del Futurismo, como también de la extrema tensión interna, la deformación grotesca, la crispación y las disonancias del Expresionismo; la influencia de -entre otros- un Stravinsky resulta más que evidente. Pero nuestro autor es asimismo, y en no poca medida, un heredero del Romanticismo ruso, de su cantabilidad melódica, de su vuelo lírico y de sus sonoridades opulentas, oscuras y aterciopeladas. Sobre tales ingredientes, Prokofiev construye un universo sonoro en el que una de las principales señas de identidad es una dosis de ironía y mordacidad, de comicidad a veces rayana con el humor negro, que intenta disimular la fuerte melancolía puramente “romántica” que subyace en el fondo de su espíritu, y que sale a flote muy especialmente en su genial Romeo y Julieta, quizá la música para ballet más bella jamás compuesta, o en sinfonías como la Séptima.

Es precisamente en dicha obra en la que más se le ve el plumero a Gergiev: como aquí no hay mucho ruido que meter, el director moscovita intenta parecer lírico y sensible edulcorando la interpretación y ofreciendo sonoridades lánguidas y evanescentes. En vano, claro. Su insinceridad se nota tanto como su incapacidad para construir correctamente el edificio sonoro. El resultado es profundamente aburrido, y me refiero tanto a su registro discográfico como a la interpretación que le pude escuchar este verano en los Proms, en ambos casos con una desaprovechada Sinfónica de Londres a su servicio. En la Tercera sí que da el pego, porque ahí destapa la caja de los truenos y, dejando a un lado aspectos tales como la claridad en la ejecución o la creación de atmósferas, se dedica a lanzar cañonazos a diestro y siniestro para epatar al personal, con una batuta nerviosa y agitada que, eso sí, sabe ser brillante y espectacular como pocas.

Pero hete aquí que Muti nos enseña que esta partitura es otra cosa. O mejor dicho, que es mucho más que ruido, frenesí y descargas de adrenalina. Lo hizo ya en su excepcional grabación con la Orquesta de Philadelphia realizada para Philips en 1991, hoy bochornosamente descatalogada, y lo volvió hacer en 2003 frente a la Orquesta de la Radio Bávara, en una toma televisiva que de tarde en tarde se puede pillar en algún canal alemán vía satélite. Claro que en la interpretación que le pude escuchar en el renovado Royal Festival Hall -ahora con excelente acústica, por cierto- el pasado seis de octubre, el maestro milanés va aún más allá. Ha perdido quizá un poco de la extraordinaria fiereza e incisividad de su registro discográfico, pero ahora la partitura está más minuciosamente analizada aún, hasta el punto de que nunca se había escuchado con semejante claridad el complejísimo entramado orquestal de esta partitura; un milagro que sólo se explica por la prodigiosa técnica de la batuta y por el extremo virtuosismo de la orquesta norteamericana.

Pero Muti no desatiende en absoluto la fuerza expresiva. Lo que ocurre es que, al contrario que Gergiev, entiende que ella no reside tanto en el contraste entre masas sonoras y en la radicalización de las dinámicas, como en la construcción progresiva de tensiones mediante un minucioso trabajo de planificación previa y de control durante la ejecución. El resultado es así menos vistoso, pero a la postre resulta mucho más implacable e irresistible. Atiende además a un aspecto tan fundamental como el de la textura sonora, que a ratos ha de ser aristada, pero también mórbida e “impresionista” en determinados momentos. Como además nuestro director sabe hacer volar las melodías como buen italiano que es, consigue momentos realmente fantasmagóricos, de atmósfera enrarecida y no poco sensual, que enriquecen esta compleja partitura y recrean bien las ensoñaciones místico-eróticas de Renata -desdichada protagonista de la ópera- y el turbio aire que se respira en el convento al que ésta va a parar.

Fue sin duda este de Muti con la Sinfónica de Chicago (interpretaron asimismo la suite nº 2 de El sombrero de tres picos, la Rapsodia Española y el Bolero de Ravel) un concierto no sólo memorable sino también revelador de cómo se puede sacar partido a un compositor que alberga en su seno muchas más posibilidades expresivas de lo que los tópicos hacen pensar. Ojalá que al sello de la CSO se le ocurra editar alguno de estos conciertos con Muti. Mientras tanto, resulta imprescindible que la grabación de Philips se reedite cuanto antes. Por desgracia, no hay muchas realizaciones discográficas a la misma altura que nos sirvan para conocer el auténtico, poliédrico y fascinante rostro de las sinfonías del autor. Realicemos en cualquier caso un breve repaso de las integrales que se encuentran o han estado alguna vez disponibles en formado de CD, por si al lector le pudiera servir esta información.

De las nueve que, si no nos fallan las cuentas, han circulado por el mercado, la más recomendable es la de Rostropovich (Erato). La Nacional de Francia no es la mejor de las orquestas posibles, ni el mítico chelista posee la capacidad analítica ni el sentido del color de las batutas realmente grandes, pero es él quien más sabe descubrir el contenido expresivo que subyace tras los a veces muy aparatosos ropajes sonoros que despliega el compositor. En este sentido, las sinfonías Cuarta (en su segunda versión: la original no le sale tan bien) y Séptima son en sus manos verdaderos descubrimientos, sin duda referencias absolutas por su emoción y sinceridad. La integral de Seiji Ozawa (DG) es otra gran opción: menos profunda que la de su amigo Rostropovich, también menos cálida y comunicativa, pero increíblemente bien tocada, de gran claridad y refinamiento, y dotada de un sentido del color admirable. El bache de una floja Quinta no es mancha demasiado grave en una integral que se beneficia del virtuosismo de la Filarmónica de Berlín. Estas dos integrales están hoy disponibles a muy buen precio.

De Gergiev (Philips) ya hemos hablado: aparatosidad, violencia gratuita, superficialidad y brocha gorda son sus señas de identidad, alcanzando el punto más bajo en las dos versiones de la Cuarta. Por si fuera poco no está del todo bien grabada. En absoluto recomendable, pues, como tampoco lo es la plana, flácida y aburridísima de Walter Weller (Decca). Más interés tiene la irregular de Jean Martinon (Vox), bien intencionada aunque no siempre llevada a buen puerto, siendo francamente flojas Primera y Tercera. La de Järvi (Chandos) sigue estando muy bien valorada por parte de la crítica, pero a mí las interpretaciones que conozco -Tercera, Sexta y Séptima- me parecen primas hermanas de las de Gergiev: mucho ruido y pocas nueces. Puro tópico en el que también cae Rozhdestvensky (Melodiya), aunque en este caso el gran talento del director para ofrecer tensión, garra, incisividad e ironía son una gran baza a su favor y consigue resultados admirables en una sinfonía muy adecuada a tales características como es la Segunda; una lástima que orquesta y grabación dejen que desear. Ojalá llevara al disco estas sinfonías otra vez -y de paso también las de Shostakovich-, pero el horno discográfico no está para bollos. Las integrales de Kosler (Supraphon) y Kuchar (Naxos) no las conozco. En el próximo número ofreceremos algunas recomendaciones de versiones sueltas para ahondar aún más en estas siete obras maestras.

 

ENLACES RECOMENDADOS

The Prokofiev page: http://www.prokofiev.org/