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Número 85º - Octubre 2.007


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MÚSICA Y NATURALEZA

Por José Manuel Brea Feijóo. Licenciado en Medicina y colaborador de World Music, Etno-olk, Ir Indo, etc.  

RESUMEN

No pocos compositores han vertido en partituras sensaciones y pensamientos suscitados por la entrada en su sensible sentido del cielo, de la tierra, de las aguas, de los estrépitos, de los murmullos, de los silencios, de la mayor fuente de inspiración musical desde los albores creativos. Unos pretendieron simplemente describir la Naturaleza, imitando los sonidos naturales o reproduciendo el fenómeno físico-acústico; otros crearon originales sonoridades que, por efecto sinestésico, nos evocan sus paisajes. En lo natural parece hallarse la clave de la música humana, desde su primitivo significado territorial y sexual hasta el de refinamiento emocional y espiritual.

PRELUDIO: LOS PAISAJES SONOROS 

Con oídos atentos podemos percatarnos de que el sonido armónico forma parte del mundo que nos ha tocado vivir. El gorjeo de los pájaros, el zumbar de las abejas, el rumor del mar, el altivo canto de las cascadas o el quejido del viento, están integrados en los ecos de nuestro entorno natural y su efecto es evidente. El estado anímico cambia fácilmente por el influjo de los naturales estímulos sonoros, de modo que uno sosiega si vienen acariciadores o se tensa cuando anuncian peligro o amenaza, como sucede con el estruendo espeluznante del huracán o el estallido poderoso de la tormenta. En una primera experiencia nos cogerán por sorpresa pero en un futuro identificaremos su contenido, de modo que el cuerpo no sufrirá los mismos sobresaltos. Sin embargo, siempre permanece en los espíritus sensibles la capacidad de asombro frente a los inextinguibles compases de la asombrosa orquesta que la Naturaleza nos brinda. 

Las diferenciadas voces nacidas desde el mismo parto telúrico y de la natural evolución, indujeron a muchos músicos de diversas épocas a intentar reproducirlas artificialmente mediante instrumentos sonoros. En la música del ballet La Consagración de la Primavera, de Igor Stravinsky, tenemos la impresión de que estallaran las entrañas del planeta, por el incisivo ataque de las cuerdas, los enloquecidos metales y el furibundo percutir de los timbales; no remeda nada pero nos recuerda las imponderables fuerzas que despiertan. Por otro lado, la Sinfonía Pastoral (Sexta sinfonía) de Beethoven nos presenta la cara plácida y amable: la dulce campiña, los verdes prados, las aguas mansas, los ciervos del bosque, el piar de las aves... en un entorno de tranquilidad infinita, sólo quebrada por una efímera tormenta tras la cual retorna felizmente la atmósfera de quietud. Sublime arte de los sonidos; mucho más que simple música descriptiva. 

Valgan estas magníficas muestras de la capacidad evocadora de la orquesta sinfónica, suficiente para generar visiones de un mundo atrayente y despiadado, que atemoriza y que fascina. De manera más íntima, también se pueden captar las imágenes del entorno sonoro; y así nos lo demuestran, sin ir más lejos, dos autores hispanos en sendas escrituras pianísticas: Joaquín Turina en La playa, de Sanlúcar de Barrameda “Sonata Pintoresca”, y Federico Mompou en El lago, de Paisajes; ambas obras con otras partes inspiradas en objetos y figuras.  

Veamos los sonidos y escuchemos los cuadros naturales. En oídos adiestrados, las sonoridades son paisajes y los paisajes son sonoros. 

 

LOS ARPEGIOS DEL MAR 

Sin duda el medio natural más loado por los músicos –como los poetas– es el mar, la benefactora y temible belleza, fuente de vida y seno de muerte. El mar o la mar, que se ama y que se teme por esa inmanente dualidad subyugante; dios y diosa que alimenta los cuerpos y los espíritus que maman de sus ubres plateadas, sin dejar por ello de engullirlos. Inconmensurable matriz y gigantesco féretro de música inequívoca.  

La devoción marina impulsó a Claude Debussy a componer tres esbozos sinfónicos: Del amanecer al mediodía en el mar, Juego de las olas y Diálogo del viento y el mar, recogidos bajo el título genérico y sin ambages de El mar (La Mer), en el que el maestro del impresionismo musical dibuja un tríptico lírico, colorista y épico. Tampoco obvió el finlandés Jean Sibelius la fascinación oceánica, recogiendo el misterio de las profundidades en un poema sinfónico basado en la mitología griega y no menos inspirado que el del francés: Las Oceánides. Quizás a menor nivel, Félix Mendelssohn halló con anterioridad inspiración en una visita a Escocia para componer la obertura Las Hébridas o La gruta de Fingal, la impresión sonora de su viaje a ese archipiélago y en particular a una famosa gruta o cueva marina en la isla de Staffa.  

En otro plano, Edward Elgar compuso Cuadros marinos (Sea Pictures), para contralto y orquesta, basándose en cinco poemas de su esposa Alice. Con posterioridad, el también británico Benjamin Britten elaboró Cuatro interludios marinos, pertenecientes a la ópera Peter Grimes, en los cuales nos transmite sensaciones de soledad, de desolación y de la furia del mar. Y la primera sinfonía de un sinfonista y compatriota de los anteriores, Ralph Vaughan Williams, lleva por algo el subtítulo de Sinfonía del mar (A Sea Symphony). Incluso nuestro Joaquín Turina dejó inacabada su propia Sinfonía del mar.  

Más cercano en el tiempo, George Crumb ha conseguido capturar el canto de la ballena en Vox Balaenae, una obra de cámara para flauta, cello y piano, de sonoridad próxima a Messiaen, que vale como muestra representativa de la vida que los mares albergan: nada menos que el mayor de los seres vivos que el mundo jamás ha conocido. 

Pero además de las obras de compositores clásicos, no hay que olvidar otros legados, como el de Martín Códax, juglar del siglo XIII y único poeta gallego medieval del que heredamos siete composiciones incluyendo letra y música: Cantigas de amigo; desde la primera, Ondas do mar de Vigo, late un mar –como otros mares– que es un compendio de las distancias, de las ausencias, del amor inextinguible. Ni debemos omitir las anónimas Cantigas populares que tienen como motivo o trasfondo el mar. 

 

EL CANTO DE LOS PÁJAROS 

Del mismo modo que afirmamos que el ambiente marino domina el espacio de la Naturaleza en la música, podemos asegurar que los animales más imitados son los pájaros, especialmente porque poseen una cualidad de la que otros seres vivos carecen. Una cualidad digna de admiración… y de emulación. Así que, asombrado con las florituras de cantores como el ruiseñor o el jilguero, el hombre primitivo intentaría en los albores de la imitación sonora reproducir sus trinos de territorialidad o de cortejo. ¿Acaso cuesta imaginar a individuos de nuestra especie, de fino oído, maravillados con los gorjeos de las aves cantoras referidas, o con los del mirlo, del reyezuelo, del pinzón o del verdecillo, pretendiendo por primera vez hacer lo mismo con sus labios o mediante primitivas flautas? 

Importantes músicos se inspiraron en los alados para crear obras singulares e intentaron atrapar su canto en el pentagrama. Valgan los siguientes ejemplos representativos: la suite para orquesta Los pájaros (Gli uccelli), de Ottorino Respighi; El despertar de los pájaros (Réveil des oiseaux) para piano y orquestra y Catálogo de pájaros (Catalogue d’oiseaux) para piano, ambas obras de Oliver Messiaen; El remontar de la alondra (The Lark Ascending) para violín y orquesta, de Ralph Vaughan Williams, poema sinfónico en el que el compositor –citado también en el apartado marino– consigue describir a la sorprendente calandria entonando un aria desafiante mientras asciende en la libre infinidad; o Al escuchar el primer cuco en primavera (On Hearing the First Cuckoo in Spring), de Frederick Delius, rapsodia orquestal basada en una canción popular noruega y convertida en espléndido poema musical.  

Aunque no se puede considerar el cacareo un bello canto, Jean-Philippe Rameau realizó una singular representación del ave de corral en la pieza para clave La gallina (La Poule), muy diferente de la refinada imitación del canto de los pájaros que habría de realizar con posterioridad su paisano Messiaen. Tampoco el cisne emite una melodiosa sonoridad –si negamos el mítico canto anunciador de su final, que relataron los poetas romanos Virgilio y Marcial–, pero su elegancia fue retratada por Camille Saint-Saëns en la suite El carnaval de los animales (Le carnaval des animaux), siendo la parte que lo describe –titulada precisamente El cisne (Le Cigne)– interpretada a menudo independientemente del resto de la obra, en la que desfilan gallos y gallinas junto al cuco; una “fantasía zoológica”, como la llamó el compositor, en la que al lado del león, el elefante, los mulos, las tortugas, los canguros y los peces, no falta la parodia de los humanos. El cisne es asimismo una de las cinco partes de Historias naturales (Histoires naturelles), obra menos conocida de Maurice Ravel, para voz y piano sobre textos de Jules Renard, donde además se retratan otras aves (ver Apéndice).  

Entrando en el ámbito de la simbología, cabe citar en este apartado la obra orquestal de Toru Takemitsu Una bandada desciende en el jardín pentagonal (A Flock Descends into the Pentagonal Garden)

Y si compositores reconocidos brindaron su homenaje al espectáculo sonoro y visual de la Naturaleza que las aves representan, la canción popular catalana El canto de los pájaros (El cant dels ocells) se ha hecho famosa por la adaptación que Pau Casals realizó para el violonchelo y que interpretó en la sede de la ONU en 1971, permaneciendo desde entonces como un emblema antibelicoso.           

 

ACORDES DE LOS BOSQUES Y DE LOS GRANDES ESPACIOS 

La solemnidad de los espacios abiertos y de las umbrías vegetales se respira en la música de algunos maestros, con diferenciación de ecos y rumores. Hay un ritmo propio en las entrañas de los nórdicos bosques bretemosos y otro diferente en las refulgentes selvas tropicales. Revelan las montañas blancas su genuina voz y otra distinta, que no menor, las llanuras infinitas. Y cada particular visión de esos paisajes sonoros recrea el entorno natural que la ha imbuido de su peculiar fragancia.    

La frialdad de las enormes soledades y la oscura belleza de las densas masas arbóreas palpitan en muchas composiciones sinfónicas del ya citado Jean Sibelius, tal vez de modo más sublime –descartando sus sinfonías por supuesta música pura o absoluta– en los poemas sinfónicos Tapiola y Cabalgata nocturna y amanecer; entre compases tenebrosos y resplandecientes, se entrevén las nórdicas brumas, los misteriosos bosques y la mortecina luz de Finlandia. En otro sentido, Richard Wagner ya había elaborado una mágica escena de Naturaleza en los Murmullos del bosque, de la ópera Sigfrido, y, a su manera, Anton Dvorak trató de plasmar la armonía del hombre con su entorno natural, quizás el de Bohemia, en una obertura de título explícito: En la Naturaleza.  

A gran escala, Gustav Mahler quiso mostrar en su Tercera Sinfonía los prados, las flores, los animales, el anochecer y el amanecer, como frutos de la creación divina o dones del Amor supremo. También Richard Strauss construyó un aparatoso cuadro sonoro con los colores de la alta montaña que le era familiar: Sinfonía Alpina (Eine Alpensinfonie), mientras que Aaron Copland hizo su particular ofrenda a las montañas Apalaches con el ballet Primavera Apalache (Appalachian Spring). 

Ni que decir tiene que la música escénica, para el cine y el teatro, está nutrida de abundantes creaciones destinadas a remarcar escenarios naturales, en ocasiones empleando instrumentos genuinos o modulaciones armónicas propias de la cultura musical de la región geográfica en cuestión. Las sabanas y selvas africanas son probablemente los enclaves preferidos a lo largo de la historia de la cinematografía; pero tampoco son infrecuentes los bosques holárticos o las áreas polares como ámbitos de narraciones cinematográficas aderezadas con convenientes armonías, que nos ponen en situación aun privados de la visión de los fotogramas. No acabaríamos de referir películas enmarcadas en escenarios naturales de los cuatro puntos cardinales del globo.  

En lo referente a la música original compuesta para series televisivas dedicadas a la Naturaleza, no podríamos proporcionar una relación significativa sin consultar fuentes específicas. No obstante, permanece viva en nuestra memoria la serie documental El Hombre y la Tierra, dirigida y presentada por Félix Rodríguez de la Fuente, que contó con el compositor Antón García Abril para crear su popular sintonía.

 

LAS MELODÍAS FLUVIALES 

Los ríos también son elementos de la geografía física que han dado pie a la creación de espléndidas páginas musicales; la savia que nutre la tierra y que no detiene su curso hasta fundirse con la marina inmensidad, favoreciendo la vida vegetal y animal y, en consecuencia, el asentamiento humano en sus orillas, es algo que los compositores no podían ignorar. Se escuchan voces solistas y cánticos corales alternando en el curso de la armoniosa y, en ocasiones, disonante corriente. Sin detenerse, suenan, indómitos y mansamente, hasta ser abrazados por el mar, otro gran ejecutante. En un estuario sinfónico o en un delta concertante, los ríos afinan del mismo modo, fundidos en lúbrica coda terminal. 

Por su difusión y excelencia sonora, dos obras musicales dedicadas a ríos toman un lugar de privilegio: El bello Danubio azul (An der schönen blauen Donau), uno de los más famosos valses de Johann Strauss, que reiterado cada nuevo año ya forma parte del acervo musical común, y El Moldava (Vltava), de Bedrich Smetana, una fascinante descripción sinfónica del río que atraviesa las tierras de Bohemia y Moravia, en la República checa, sonoramente pintado desde su nacimiento en las montañas hasta su majestuosa llegada a Praga.  

A parte de estas dos obras decimonónicas, en el siglo XX varios compositores americanos hicieron su ofrenda musical a las corrientes naturales de agua dulce. Ferde Grofé compuso la suite Mississippi, río que enseguida relacionamos con el escritor Mark Twain y sus inmortales personajes, y la Suite del Gran Cañón (Grand Canyon Suite), inspirada en la escarpada garganta excavada por el río Colorado. En Sudamérica, Heitor Villalobos concibió la partitura orquestal Amazonas, embebida del exuberante colorido de la selva brasileña. Y Alberto Ginastera creó el ballet Panambí, su primera obra numerada, que comienza con el Claro de luna sobre el Paraná, río que al recibir las aguas del Iguazú –el de las maravillosas cataratas– marca el límite entre Argentina y Paraguay. 

Otras músicas desarrolladas al margen de la música culta occidental también han dado frutos sonoros inspirados en los ríos. Pensemos en culturas lejanas y en la importancia de áreas geográficas que abruman por la inmensidad de sus territorios, como India o China; tienen sus ríos y, por supuesto, sus reverentes. Adentrarse en otros ámbitos obligaría a salirse de los límites de este escrito. Por lo tanto, hemos de conformarnos con el reconocimiento su existencia.  

 

LA MÚSICA Y LOS CICLOS   

Las distintas épocas del año terrestre, con sus referentes de eclosión de vida, sol dominador, doradas hojas caídas y frío blanco, también se intentaron atrapar en las partituras. O al menos los momentos que despertaron una determinada emoción, expuestos al ardor astral o bajo la lluvia, a plena luz o en el misterio de la noche. Supone una forma más difusa de representar la Naturaleza y, sin embargo, más amplia, no limitada a espacios concretos o acotamientos geográficos. 

Nos viene de súbito a la memoria Las cuatro estaciones, conciertos de violín de Antonio Vivaldi, pero las diferentes estaciones tomadas por separado son excusa para situar o rememorar un acontecimiento, especialmente amoroso. Tenemos buenas muestras en los lieder: La última primavera y Tormenta de otoño de Edvard Grieg, el ciclo de canciones Noches de verano (Nuits d’été) de Hector Berlioz y el ciclo Viaje de invierno (Winterreise) de Franz Shubert. Incluso la primera sinfonía de Robert Schumann es conocida como Sinfonía “Primavera”, por la explosiva energía y belleza que irradia desde su inicio.  

La noche y la mañana, o el anochecer y el amanecer, están bien representados. Baste citar La mañana de la obra escénica Peer Gynt del mentado Grieg –que pinta el amanecer en el desierto del Sahara y no, como muchos podrían suponer, en los fiordos de Noruega–, la obertura Amanecer en la selva tropical (Alvorada na floresta tropical) de Heitor Villalobos, la canción Crepúsculo (Crépuscule) de Isaac Albéniz o Nocturnal de Edgar Varèse, su última obra, para voces y orquesta de cámara. 

Asimismo son muchos las cantos populares que tienen como motivo las labores del hombre en su medio natural y en cada ciclo estacional: la siembra, la recogida de los frutos de la tierra (la siega, la vendimia) y de los frutos marinos; un patrimonio imperecedero que incluso a los moradores del asfixiante asfalto le transmiten un hálito vital. Sería absurdo extenderse tratando de abarcar el folklore musical y otras culturas, con su particular música imitativa o descriptiva, incluso en territorios aparentemente silenciosos. De lo propio, cada individuo guarda imborrables melodías en su memoria, como parte de la considerada colectiva. 

Detrás de cada paisaje, de lo que los ojos alcanzan a ver, hay algo más que no todos saben desentrañar. Si para la mayoría un desierto sólo encierra arena que cambia de forma modulada por el viento, para algunos esconde historias, fábulas o leyendas, tanto como el bosque más umbrío o cualquier lugar henchido de su particular magia. Dijo Debussy que “hay que escuchar el viento, que narra la historia del mundo”, pero los hallazgos habrán de depender de la capacidad de escucha; con buena aptitud, entenderemos los paisajes sonoros. En cualquier caso, nada es inmutable. Todo cambia para volver al punto de partida. Todo es cíclico.  

 

APÉNDICE 

Relación incompleta de compositores y de composiciones vinculadas de algún modo con la Naturaleza (citadas o no en el texto):

ALBÉNIZ, Isaac (1860-1909). En el mar y En la playa, de Recuerdos de viaje, para piano. Crepúsculo (Crépuscule), canción de Deux moreceaux en prose.  

BARRIOS MANGORÉ, Agustín (1885-1944). Un sueño en la floresta, Las abejas y Vals de Primavera, piezas para guitarra. 

BEETHOVEN, Ludwig van (1770-1827). Sexta Sinfonía “Pastoral”

BERLIOZ, Héctor. (1803-1869). Noches de verano (Nuits d’été), ciclo de canciones para voz y orquesta. 

BRITTEN, Benjamin (1913-1976). Cuatro interludios marinos, de la ópera Peter Grimes.

 

CÓDAX, Martín (Mediados s. XIII-Comienzos s. XIV). Ondas do mar de Vigo, de las siete Cantigas de Amigo.

 

COPLAND, Aaron (1900-1990). Primavera Apalache (Appalachian Spring), ballet

 

CRUMB, George (1929). Vox Ballaenae (Voice of de Whale), para flauta, cello y piano.

 

DEBUSSY, Claude (1862-1918). El Mar (La Mer), tríptico sinfónico.  

DELIUS, Frederick (1862-1934). Al escuchar el primer cuco en primavera (On Hearing the First Cuckoo in Spring). 

DVORAK, Anton (1841-1904). En la naturaleza, obertura. 

ELGAR, Edward (1857-1934). Cuadros marinos (Sea Pictures), para contralto y orquesta. 

GARCÍA ABRIL, Antón (1933). El Hombre y la Tierra, sintonía de la serie documental del mismo nombre. 

GINASTERA, Alberto (1916-1983). Claro de luna sobre el Paraná, del ballet Panambí

GRIEG, Edvard (1843-1907). Última primavera, Un canto de pájaro y Tormenta de otoño, canciones. La mariposa, de Piezas líricas para piano. La mañana, de la obra escénica Peer Gynt. 

GROFÉ, “Ferde” o Ferdinand Rudolph von (1892-1972). Mississippi y Suite del Gran Cañón (The Grand Canyon Suite), suites orquestales. 

HINDEMITH, Paul (1895-1963). El axis del cisne

JANACEK, Leos (1854-1928). La zorrita astuta *, ópera.   

LUTOSLAWSKI. Witold Roman (1913-1994). Chantefleurs et chantefables, ciclo de canciones para soprano y orquesta. 

MAHLER, Gustav (1860-1911). Tercera sinfonía

MENDELSSOHN, Felix (1809-1847). Las Hébridas o La gruta de Fingal

MESSIAEN, Oliver (1908-1992). El despertar de los pájaros (Réveil des oiseaux), para piano y orquesta. Pájaros exóticos (Oiseaux exotiques), para piano, 2 clarinetes, xilófono, percusión y orquesta de viento. Catálogo de pájaros (Catalogue d’oiseaux), para piano.  

MOMPOU, Federico. (1893-1987). El lago, de Paisajes, para piano (I. La fuente y la campana, II. El lago, III. Carros de Galicia). 

RAMEAU, Jean-Philippe (1683-1764). La Gallina (La Poule) y La llamada de los pájaros (Le rappel des oiseaux), piezas para clave. 

RAVEL, Maurice (1875-1937). Historias naturales (Histoires naturelles), para voz y piano (I. El pavo real Le paon, II. El grillo Le grillon, III. El cisne Le cygne, IV. El martín pescadorLe martin-pêcheur, V. La pintadaLa pintade). 

RESPIGHI, Ottorino (1879-1936). Los pájaros (Gli Uccelli), suite orquestal.  

RIMSKY-KORSAKOV, Nicolai (1844-1908). El vuelo del moscardón, de la ópera La leyenda del Zar Saltan

ROUSSEL, Albert (1869-1937). El festín de la araña (Le festin de l'araignée), ballet. 

SAINT-SAËNS, Camille (1835-1921). El carnaval de los animales (Le carnaval des animaux), suite de retratos de animales o “fantasía zoológica”, para dos pianos y pequeña orquesta (Introducción y marcha real del león, Gallos y gallinas, Mulos, Tortugas, El elefante, Canguros, Acuario, Gente con largas orejas, El cuco en las profundidades del bosque, La pajarera, Pianistas, Fósiles, El cisne, Final). 

SCHUBERT, Franz (1797-1828). La trucha (Die Forelle), canción. 

SCHUMANN, Robert (1810-1856). Escenas del bosque (Waldszene), para piano. El nogal (Der Nussbaum), canción. Primera  Sinfonía “Primavera”. 

SIBELIUS, Jean (1865-1957). Cabalgata nocturna y amanecer, Las Oceánides ** y Tapiola, poemas sinfónicos. 

SMETANA, Bedrich (1824-1884). El Moldava (Vltava), poema sinfónico, de Mi patria (Má vlast). 

STRAUSS, Johann (1825-1899). El bello Danubio azul (An der schönen blauen Donau). 

STRAUSS, Richard (1864-1949). Sinfonía alpina (Eine Alpensinfonie)

STRAVINSKY, Igor (1882-1971). La consagración de la Primavera, ballet.  

TAKEMITSU, Toru (1930-1996). Una bandada desciende en el jardín pentagonal (A Flock Descends into the Pentagonal Garden), para orquesta.

TURINA, Joaquín (1882-1949). La playa, de Sanlúcar de Barrameda “Sonata Pintoresca”, para piano (I. En la torre del Castillo, II. Siluetas de la Calzada, III. La playa, IV. Los pescadores de Bajo de Guía). Sinfonía del Mar (inacabada).

VARÈSE, Edgar (1885-1965). Nocturnal, para voces y orquesta de cámara. 

VAUGHAN WILLIANS, Ralph (1872-1958). El remontar de la alondra (The Lark Ascending), para violín y orquesta. Sinfonía del Mar (A Sea Symphony) y Sinfonía Antártica, Nº 1 y Nº 7 respectivamente. 

VILLALOBOS, Heitor (1887-1959). Amazonas, ballet y poema sinfónico. Amanecer en la selva tropical (Alvorada na floresta tropical), obertura. 

VIVALDI, Antonio (1678-1741). Las cuatro estaciones, conciertos para violín. 

WAGNER, Richard (1813-1883). Murmullos del bosque, escena de la ópera Sigfrido

Notas:

* Fábula sonriente sobre “los animales y los hombres”, e himno entusiasta a la vida y la Naturaleza.

** En la mitología griega, las Oceánides son unas ninfas (espíritus femeninos de la naturaleza), hijas de Océano y Tetis.

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FUENTES BIBLIOGRÁFICAS Y DOCUMENTALES 

BLANCO, E: En qué consiste la imitación de la naturaleza en música.  Disponible en:

http://www.wikilearning.com/en_que_consiste_la_imitacion_de_la_naturaleza_en_musica-wkccp-2198-12.htm 

DUFOURCK, N (Editor): La Música (Los hombres, los instrumentistas, las obras) Ed. Planeta. Barcelona, 1976. 

RUSSOMANNO, S: Monos, ranas y otras faunas polifónicas. Rev. Doce notas, nº 17. Pág. 35-36. Madrid, 1999. 

SANDVED, K.B: El Mundo de la música. Ed. Espasa Calpe. Madrid, 1962. 

SONNEX G: El canto de la tierra (Documental de Naturaleza). BBC Worldwide Ltd 2000.  

WIKIPEDIA: Paisaje sonoro. Disponible en:

http://es.wikipedia.org/wiki/Paisaje_sonoro

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