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Número 83º - Abril, mayo y junio 2.007
 


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ORQUESTAS JÓVENES: UN RETO PARA EL DIRECTOR

Por Margarita Lorenzo de Reizábal. Leer su curriculum.
 

 

Palabras clave/Keywords: Joven orquesta, Director de orquesta, Orquesta profesional

0. INTRODUCCIÓN

“Se necesita mucho tiempo para encontrar los océanos de la música; aún más para aprender cómo navegar por ellos”, escribió Berlioz en la “Introducción” a su Tratado de instrumentación. La verdad que subyace en esta afirmación sigue siendo hoy tan válida como en el momento en que fue escrita, en los primeros años del siglo XIX.

Hoy en día, “navegar” satisfactoriamente a través de la música requiere un arte altamente especializado que, si hablamos del repertorio orquestal, debe serlo aún más, porque uno no surca los mares musicales solo sino con toda una tripulación a las órdenes de un capitán. Para llegar a buen puerto no puede haber amotinamientos, todo el engranaje físico del barco ha de funcionar, cada marinero debe saber hacer su trabajo y realizarlo cuando se le ordena, la bodega ha de estar bien aprovisionada de víveres... y el capitán, un auténtico lobo de mar, debe manejar muy bien las cartas marinas y el sextante; reconocer, oteando el firmamento, las estrellas y el horizonte, la venida de las marejadas, de las tempestades o de las calmas chicha. Pero, sobre todo, lo que hace que el buque llegue a puerto sin contratiempos tiene que ver con la convivencia de toda la tripulación durante la travesía, la ilusión de todos en la empresa, el gusto por surcar los mares e impregnarse del salitre que empapa el aire y la confianza en el patrón.

Pues bien, el símil anterior sirve para ilustrar de un modo gráfico la tarea de dirigir una orquesta. Ahora bien, si se trata de una orquesta formada por jóvenes, el símil toma significados todavía más específicos, que iremos desgranando a lo largo de este artículo.
 


1. EL DIRECTOR ANTE UNA ORQUESTA JOVEN

La formación de un estudiante de dirección de orquesta aborda cuestiones musicales y técnicas pensadas específicamente para hacer frente a la dirección del repertorio orquestal de diversos estilos. Todo estudiante de dirección se imagina dirigiendo una orquesta, pero casi nunca se plantea el tipo de orquesta que tendrá delante. Esto es, se imagina a sí mismo dirigiendo en abstracto a un conjunto que responderá invariablemente a todos esos detalles gestuales que con tanto ahínco ha ido ensayando delante del espejo hasta hacerlos naturalmente suyos.

Curiosamente, en los sueños de los directores recién graduados no aparecen orquestas llenas de caras jóvenes; en realidad, no aparecen caras, sino instrumentos y posiciones en el escenario, obviando que esos instrumentos son personas, músicos, con mayor o menor talento, con diferentes grados de competencias instrumentales y distintos niveles de experiencia. Es cierto que las premisas básicas para dirigir son las mismas en todos los casos, pero no es menos cierto que el modo en que uno dirige (o puede dirigir) depende en gran medida del colectivo humano que tiene delante. Y esto, desafortunadamente, no se suele enseñar a los estudiantes de dirección.

Cualquier director de orquesta, especialmente si está bien cualificado, aspira a dirigir una orquesta profesional, entendiendo por tal no sólo el estatus laboral de sus miembros, sino la trayectoria amplia y experimentada del conjunto. Puede parecer que dirigir una orquesta joven es una tarea de principiantes, y que estar al frente de una de ellas es sinónimo de no disponer de un nivel artístico suficiente para estar al frente de una orquesta “de verdad”. Nada más lejos de la realidad.

No olvidemos que la preparación instrumental de nuestros jóvenes ha dado un salto cualitativo muy importante en la última década y la destreza técnica y la formación musical de muchos de ellos es altamente cualificada a pesar de su juventud, por no hablar del alto grado de competitividad que existe entre el colectivo de jóvenes que aspiran a formar parte de una orquesta joven. Es cierto, por un lado, que les falta experiencia de atril y maduración personal, que va inevitablemente ligada a la maduración musical, pero, por otro lado, destilan entusiasmo y energía, cuestiones éstas que son imprescindibles para hacer música y que desafortunadamente están ausentes en algunas orquestas profesionales. Por tanto, dirigir una joven orquesta no debe constituir una frustración para las ambiciones profesionales de un director, sino más bien un estímulo para sus aspiraciones, sabiendo que va a tener delante un grupo que le va a seguir con ilusión y con ganas de hacer música dando lo mejor de sí mismos.
 


2. EN CUANTO AL REPERTORIO

Conviene tener presente que con una orquesta joven no siempre es posible abordar cualquier repertorio (o el repertorio que un director desearía). Esto puede ser motivo de frustración personal, especialmente si uno cree que la labor del director y la proyección de sus habilidades personales sólo es posible medirla a través de obras de gran complejidad instrumental o con un grupo orquestal excepcionalmente amplio. Esto no es así, obviamente, ya que el nivel de competencia artística de un director es francamente visible a los ojos y oídos de músicos y público con sólo unos pocos compases de, pongamos por ejemplo, la Pequeña Serenata Nocturna de Mozart. Por tanto, las frustraciones de este tipo tienen más que ver con una imagen distorsionada de lo que significa ser director y que tiene más que ver con los antiguos modelos megalómanos del pasado (que todos conocemos), en los que la orquesta y la música quedaban al servicio del director, cuando debe ser precisamente lo contrario: el director y los músicos al servicio de la música.

Es importante no confundir conceptos: no existe repertorio fácil o difícil, en términos generales, porque cualquier música que se interprete puede ser lo uno o lo otro, en función del grado de profundización que uno esté dispuesto a realizar en el texto musical. Lo importante, en último término, es ser capaz de extraer de la partitura todos los detalles relevantes (y los que no lo son tanto, también) y esto siempre es difícil. Así pues, el director de una orquesta joven es posible que tenga que renunciar a ciertas obras en su programación, pero nunca renunciar a lo que debe ser su máxima ambición: hacer de cada obra, por pequeña que sea, una interpretación artística y musical de altura.
 


3. EL TRABAJO CON UNA ORQUESTA JOVEN

Trabajar con jóvenes músicos es siempre estimulante porque se aprende continuamente de ellos, de sus reacciones, de sus respuestas ante los gestos del director. No negaremos que la técnica con la que uno afronta la dirección de un grupo joven puede sufrir en ocasiones ciertas “modificaciones” porque la falta de experiencia del grupo interpretando los gestos de un director obliga con cierta frecuencia a tener que explicitar los “mensajes” de una manera no siempre muy ortodoxa desde el punto de vista de la técnica de dirección. Esto es especialmente cierto al comienzo de la interacción con una orquesta joven; después, con el tiempo, todos aprenden a descifrar el código de gestos que hace posible la comunicación entre el director y el grupo. Entonces, se produce el milagro: una simbiosis entre todos los músicos que responden de manera unánime a los requerimientos del “capitán”.

Al comienzo, el director de una joven orquesta necesita explicar lo que quiere e incluso indicar cómo lo va a mostrar gestualmente. No se puede obviar el hecho de que parte de la labor que se realiza con este tipo de agrupaciones tiene una componente pedagógica y formativa importante. No está de más, por tanto, explicarles todo aquello que les sea de utilidad, tanto en lo referente a la música como al modo en que se espera que respondan ante determinados gestos.

Cuando se está frente a una orquesta de jóvenes ansiosos por saber, por demostrar sus capacidades, por aprender, en definitiva, es importante estar bien preparado para poder fundamentar nuestras actuaciones y persuadir cuando sea necesario sobre la conveniencia de interpretar un pasaje de una determinada manera.
En una orquesta profesional experimentada esto no sucede porque están acostumbrados a “seguir” las indicaciones del director sin necesidad de explicaciones que, por otro lado, no precisan. Cuando se mira a los ojos de los músicos profesionales desde el podio se ven generalmente miradas de sumisión, aceptación y/o comprensión de los mensajes musicales enviados. En los ojos de los músicos jóvenes, además, se observa muy a menudo el brillo que otorga el haber hecho un descubrimiento o el experimentar, quizás por primera vez, una emoción determinada.

Podríamos decir que dirigir una orquesta joven es, en cierto modo, más complicado que dirigir una orquesta profesional. Todo está por hacer con ellos y cualquier logro es celebrado por todos. No se puede experimentar una satisfacción íntima mayor que la de conseguir que durante la presentación en público de un programa salgan bien todas aquellas cosas que, por pequeñas que puedan parecer, han llevado mucho tiempo de ensayo (una entrada bien conjuntada después de una cesura, una buena afinación en un pasaje en octavas de la madera, por poner algunos ejemplos). Realmente se producen en esos momentos auténticos guiños de complicidad entre director y músicos y, aunque no son visibles desde el exterior, son los que ayudan a mantener al grupo cohesionado y preparado para afrontar cualquier reto musical futuro. Y estos son solo algunos de los momentos felices que brinda el dirigir una orquesta joven.

Por último, otro de los aspectos más relevantes y enriquecedores para un director al frente de una orquesta joven lo constituye el continuo feedback que recibe de los músicos y que le obliga a replantearse de manera crítica y constante algunas cuestiones. Los jóvenes pueden no tener experiencia, pero son extremadamente sensibles e intuitivos. Es posible aprender con ellos a entender una obra de diferente manera y, a través de sus respuestas sonoras, replantearse los tempi, las dinámicas...Se aprende con ellos y se abre una miríada de posibilidades interpretativas, enriqueciendo las experiencias sensibles vividas hasta el momento y mostrándonos una visión caleidoscópica de la música, exenta de convenciones y tradicionalismos obsoletos: en definitiva, nos ayuda a hacer una música fresca, directa y abierta al mundo.
 


4. LA APORTACIÓN DE LAS ORQUESTAS JÓVENES A LA MÚSICA

Aparte de los conservatorios y escuelas de música, donde tocar en una orquesta forma parte del currículo, la proliferación de orquestas sinfónicas, de cámara y otras formaciones más reducidas, compuestas en su totalidad por jóvenes músicos, es un fenómeno reciente. Dados los enormes beneficios emocionales y sociales experimentados por los músicos, no es nada sorprendente que la popularidad de las jóvenes orquestas se haya incrementado tan rápidamente. La mayoría de los músicos y, del mismo modo, el público todavía considera esta práctica un ejercicio puramente educativo: la oportunidad para los jóvenes instrumentistas de aprender algunos ejemplos del gran repertorio orquestal desde dentro y poder tocar bajo la guía de profesionales experimentados.

Sin duda esta es una de las razones fundamentales para su existencia, pero la creencia de que ésta es la única función de una orquesta de jóvenes debe ser cuestionada. Debemos reconocer la aportación musical que, sin duda, ofrecen este tipo de agrupaciones jóvenes al panorama musical de nuestro entorno. Las orquestas jóvenes ofrecen la posibilidad de comunicar ideas y emociones profundas a través de las interpretaciones frescas, inocentes si se quiere, pero honestas, de un repertorio que en ocasiones se enmohece por convenciones interpretativas tradicionales, a las que pueden dar lustre destacando sutilezas que sólo pueden ser puestas de relieve al ser interpretadas desde los ojos de una generación emergente. Esta generación es el futuro de nuestras orquestas profesionales. Merece la pena mimarla.