Revista mensual de publicación en Internet
Número 83º - Abril, mayo y junio 2.007


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THIELEMANN, BARENBOIM Y OTROS

   

Por Ángel Carrascosa Almazán.  

Un amigo me ha pasado hace unos días un doble CD con una grabación en público de una Octava Sinfonía de Bruckner anónima, para que le diera mi opinión sobre ella. Este es un juego que me apasiona, lo de dar mi parecer sobre unos intérpretes que no sé quiénes son. Le contesté un par de días después: la Orquesta es la Filarmónica de Viena, le decía (a mí me parecía claro, y en un buen momento, con su inconfundible y bellísima sonoridad), pero del director no me atreví a darle un nombre (si bien confieso que pensé, sin estar tan seguro como para aventurarlo, en Bernard Haitink). Lo que sí le dije es que me había gustado mucho, casi muchísimo: era una versión de un gran conocedor de Bruckner, porque el estilo es irreprochable; las sonoridades, netamente brucknerianas (algo que, como se sabe, algunos directores importantes no consiguen) y la realización, de alto nivel. La interpretación no me ha parecido especialmente personal (quiero decir como reflejo de una personalidad muy definida), pero sí, sin duda, fruto de una enorme solvencia. Versión en conjunto más bella, paladeada y dilatada que atravesada de grandes tensiones o cercana al abismo, no especialmente rebelde, me parece en todo caso excelente.

Entrando un poco en detalles, para llegar al último clímax del primer movimiento acelera un tanto (algo que hacía a menudo Jochum), lo cual no me parece necesario e incluso tal vez inconveniente. Un clímax bastante imponente, por cierto. Sólo un pequeño reparo, fruto del vivo: en el por lo demás magnífico Adagio, que mantiene a un tempo muy amplio, tras el estallido del gran clímax, una brevísima, momentánea pérdida de tensión que deja un pelín de frustración. Pero parece más que nada un leve accidente, una breve precipitación. En el finale, que logra momentos impresionantes y otros no del todo acertados, recurre a veces a ciertos cambios de tempo no muy justificados, incluso algo arbitrarios, y dilata, hincha en exceso el gran acorde conclusivo, que en pura lógica (y así lo hacen casi todos los grandes directores) ha de ser algo más seco y contundente.

Al saber que era Christian Thielemann quien la dirigía, y en fechas muy recientes, no puedo decir que me sorprendiera en extremo, porque lo considero un hombre de gran talento y muchas potencialidades, pero también es verdad que son muy pocas las interpretaciones que le haya escuchado que alcancen este tan alto nivel. Y, aunque algunos no lo crean, me alegré de saber que contamos con un director bruckneriano de tal calibre; no hay muchos, la verdad...

Digo lo de que me alegré porque procuro no ser incondicional de nadie, ni a favor ni en contra, aunque hay intérpretes que realmente me lo ponen muy difícil. Por ejemplo: sintonizando Radio Clásica, en el despacho o en el coche, me he topado más de diez o quince veces con obras, ya empezadas, cuyas versiones me han gustado poquísimo (casi siempre por banales o abiertamente vulgares), que han resultado estar dirigidas por una de mis bestias negras de la batuta: James Levine, quien rara vez me gusta. ¡Qué le voy a hacer, no es una manía!: una y otra vez, cuando no sé de quién se trata, me disgusta este señor, ¡que se dirige, él solito, más de la tercera parte de las óperas comercializadas en DVD!

También, en este juego que tanto me gusta practicar, otras veces algún amigo me pasa alguna grabación anónima de algún intérprete que suele gozar de mi admiración y, la verdad, casi siempre me gusta mucho. Es decir, que mis gustos son bastante firmes, aunque también procuro apreciar interpretaciones que no son de mi gusto personal pero que puedo entender que son buenas. Estoy seguro de que ésa, la de escuchar atentamente sin saber quién toca, canta o dirige, es la mejor forma de juzgar una interpretación sin prejuicios.

Por ejemplo, he pillado últimamente en la radio, unas Vísperas sicilianas (desde el “Bolero” hasta el final) irregularmente cantadas pero aplastantemente bien dirigidas. Resultó ser Fabio Luisi en la Staatsoper de Viena; tampoco esta vez he faltado a mis gustos: los Verdis que he comentado en “Ritmo” de este señor siempre me han parecido descomunales por lo que a él respecta; como también su Nabucco en DVD. Más adelante me gustaría hablar de otras jugosas experiencias al respecto.

Pero volviendo a lo anterior: me gustó muchísimo en su día el primer Meistersinger que Thielemann dirigió en Bayreuth, si bien no compartí el entusiasmo delirante que embargó a algunos, a los que les faltó tiempo para presentarlo a los cuatro vientos como la gran alternativa wagneriana a Barenboim: el alemán-alemán frente al judío-germanizado (que yo sepa, nadie lo dijo con esa crudeza, pero mucho me huelo que más de uno es eso justamente lo que pensaba). Ahora bien, ni el Parsifal ni el Tristán de Thielemann (me refiero a las grabaciones de D.G.) han confirmado la estatura de aquellos Maestros. En todo caso, la cierta decepción experimentada tiene como atenuante que ésas están entre las obras de mayor dificultad y complejidad interpretativa de toda la historia de la música, y Thielemann es aún relativamente joven para haber tenido tiempo de profundizar en tantas obras capitales como ha abordado. Pero sigo pensando que cualidades no le faltan... El tiempo dirá.

Lo que tampoco se puede olvidar es que, en cambio, Barenboim, jovencísimo, sentó cátedra (y más que eso) en dos colecciones tan menores como las 32 Sonatas de Beethoven y todos los Conciertos para piano de Mozart. Y que, cuando aún no llevaba tantos años dirigiendo, hizo en Bayreuth (a partir de 1981) un Tristán apabullante, absolutamente maravilloso. Quien lo dude, podrá comprobar que no exagero escuchando el DVD que D.G. va a lanzar en junio de este año, con la excelsa producción (tampoco exagero) de Jean-Pierre Ponnelle. ¡Ya era hora, vive Dios! En esta versión, de 1983, cantan admirablemente Kollo, la otra Meier (Johanna), Hanna Schwarz y Salminen, si bien no falta el borrón de Hermann Becht, tosco Kurwenal.

Volviendo a Bruckner, Thielemann no me entusiasmó en la Quinta del disco (con la Filarmónica de Múnich), si bien el gran finale me parece que está realmente muy, muy bien. Y, si no me falla la memoria, también alguien me pasó una Séptima que tampoco había despertado mi entusiasmo. Otro amigo me va a pasar en breve El Anillo dirigido por Thielemann el año pasado en Bayreuth: tengo gran curiosidad por saber cómo fue. Ya les contaré.