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Número 81º - Febrero 2.007


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 RECITAL DE MATTHIAS GOERNE Y WOLFRAM RIEGER
Un remanso de paz en el fragor de la polémica

Por Elisa Rapado. Lee su curriculum.  

El pasado 13 de Enero de 2007, un día después del controvertido estreno de la visión de Calixto Bieito sobre el Wozzeck bergiano en el Teatro Real, tuvo lugar en el mismo marco un emocionante recital de Lied. La propuesta se situaba en el nuevo ciclo Contextos; un compendio de actividades completo e interesante que pretende ilustrar el ambiente sociocultural en que fueron compuestas algunas óperas que forman la temporada del Real.  

Esta recreación contextual incluyó la presencia del telón empleado para la puesta en escena del Wozzeck, decorado como un muro de graffitis, creando un espacio que, indudablemente, no congeniaba demasiado con el contenido del recital liederístico. Afortunadamente, y pese a que el público estaba un tanto resfriado (quizá por estar más acostumbrado a las efusiones vocales operísticas que a la introspección del Lied), la concentración de ambos intérpretes permitió crear un clima cálido y entregado, que facilitó la escucha. También contribuyó a esto el inteligente desarrollo del programa, que incluía Mahler en la primera parte (nueve canciones basadas en textos de Des Knaben Wunderhorn) y en la segunda dos ciclos; los Cuatro Lieder op 2 de Berg y los Wesendonck Lieder de Wagner.  

Tanto Goerne como Rieger han interpretado recientemente en nuestro país memorables veladas mahlerianas (el primero en el Festival de Santander y el segundo en el Ciclo de Lied madrileño). Su experiencia en estas lides les permitió crear una primera parte de concierto de gran coherencia estructural, que comenzó con la evocación soñadora de la Fantasía  sobre don Juan y discurrió en un ambiente de fábula y cuento infantil (no exenta de ironía en ocasiones) a través de Rheinlegendchen, Verlor’ne Müh o Um schlimme Kinder artig zu machen. A continuación se situaron lieder de mayor profundidad emocional; que se situaron entre lo mejor de la tarde, como el irreal y doliente Wo die schönen Trompeten blasen, interpretado con tal acierto que arrancó un sentido aplauso a alguno de los aficionados congregados en el teatro. El humor inteligente de la prédica de San Antonio a los peces dio paso a la trágica historia de Das irdische Leben; en la que una severa madre raciona como puede el escaso pan hasta dejar morir a su hijo. Estas dos canciones, junto con Revelge, incluían importantes retos y escollos técnicos, quizá los mayores de la primera parte. En este contexto, hablar de maestría o eficacia sería mucho menos preciso que hablar de trascendencia técnica; puesto que cantante y pianista supieron convertir las dificultades en momentos de gran impacto musical y expresivo.  

En Urlicht, la atormentada búsqueda del alma humana en busca de la trascendencia se plasmó con plena autenticidad, sin renunciar ni a la profundidad ni a la naturaleza sencilla del texto. Aun así, es cierto que la voz de Goerne resultó más apropiada al sugerir la llamada de auxilio rugiente y desesperada del tamborilero de Revelge, que al pintar la visión extática del ángel en Urlicht. En Revelge, último lied de la primera parte, no faltó narratividad ni fuerza en la historia guerrera y amorosa (dos extremos que ya desde Monteverdi parecen inevitablemente unidos). El expansivo pianismo sinfónico de Mahler brilló con una especial luz en este complejo y brillante lied, que fue recibido con gran calor por parte de la audiencia.  

Dos lieder sobre el mundo de los sueños siriveron para dar comienzo a la segunda parte del recital. Se trataba de los lieder opus 2 de Berg, sobre textos de Hebbel y Mombert. La voz de Goerne, perdido ya el encanto juvenil de su timbre baritonal, ha alcanzado nuevas cotas expresivas a través de un legato amplio y rotundo, que le sirvió para trazar con gran belleza las ondulantes líneas líricas de estos lieder. Aun así, la importancia dada a la dicción y a la expresión de las palabras en ocasiones pareció subordinada en exceso a esta entonación legato. Además, tal vez por cantar en su lengua materna, Goerne olvidó en ocasiones pintar las sonoridades de las palabras y su sugerente evocación del sueño de la muerte, aunque esto quedó compensado con la fiel expresión de las dinámicas extremas; habituales en el expresionismo musical y características de esta etapa de la obra de Berg.  

El melancólico viaje sentimental de los Wesendonck lieder supuso un punto de inflexión en la implicación del público del Real; más afín al lenguaje wagneriano que a los modos compositivos de los autores precedentes, y permitió que el final del concierto tuviese una atmósfera especialmente reflexiva. El material musical de estas piezas, relacionado de forma tan orgánica con el Tristán del mismo compositor, brilló especialmente en los momentos más introspectivos de los lieder Der Engel, Im Treibhaus o Träume, en los que sobresalió de nuevo la imaginativa versatilidad del pianista.  

Superada la primera barrera ante el género; el público reaccionó con generosidad y recibió de regalo el extenso lied An die Hoffnung de Beethoven y Selbstgefühl, del joven Mahler. El primero venía a ensanchar los límites temporales del programa; que apenas abarcaba cincuenta años de composición liederística, y el segundo a restablecer paralelismos entre los diferentes autores y cerrar el círculo abierto con Des Knaben Wunderhorn.  

Como resumen cabe comentar que se trataba de un programa muy bello, conducido con convicción y elocuencia y muy oportunamente situado en un ciclo al que deseamos una larga vida en la oferta cultural madrileña.