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Número 8º - Septiembre 2000


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LA GRANDEZA MUSICAL DE UN TRISTE SEMBLANTE: HEINRICH SCHÜTZ.

 

Por Juan Luis de la Montaña Conchina.

Una rápida mirada al retrato de Heinrich Schütz (1585-1672) nos sirve para adivinar la melancolía y la tristeza que rodeó la vida de tan insigne maestro. Efectivamente, la vida de Schütz no fue un regazo de alegrías y placeres sino un cúmulo de tristezas y desgracias que sin duda modelaron la personalidad del maestro y condicionaron su creación musical. Nacido en Köstricht (Turingia) en 1585 y tras un inicio musical a la sombra de Morizt de Hesse, viajó a Venecia donde contactaría y trabajaría a la sombra de uno de los maestros más significativos de la cristiandad latina de la época: Giovanni Gabrieli, de quien fue su alumno favorito. Bajo la protección y enseñanza de Gabrieli y la majestuosidad de la música creada por este insigne italiano, Schütz vivió una parte de sus más intensos años desde la perspectiva musical (1609-1613). Posteriormente regresaría Italia una década después interesado por las tendencias musicales que estaba popularizando Claudio Monteverdi donde, además, contactó con Alessandro Grandi, vicemaestre de la capilla ducal.

Su vida musical se desarrollaría básicamente en Dresde, aunque se sabe de algunas estancias cortas en otros países como es el caso de Dinamarca. En dicha ciudad alemana pudo poner de manifiesto la impronta de la fastuosidad dejada por Gabrieli y el dramatismo monteverdiano. Ambas particularidades de la música de Schütz son fácilmente perceptibles en la música compuesta años después. Sin embargo, lo más interesante de la música de Schütz es la facilidad con la que conjuga retazos de los viejos estilos aprendidos en Venecia y las nuevas tendencias que se impondrán en la totalidad de la música europea del siglo XVII. En este sentido, fue uno de los últimos representantes de los viejos estilos dominantes durante el Renacimiento fusionados con las tendencias alemanas y un innovador en las formas musicales que comenzaban a imponerse por la totalidad de Europa.

Para hablar de Schütz no tendríamos espacio suficiente y quizá tendríamos que dedicarle varios trabajos, pero si hay una característica que define al autor y la totalidad de su obra es su grandiosidad y profundidad. Y es que hablar de Schütz es hacer referencia directa a una de las tres “S” que abrieron el camino del cambio en la música alemana del siglo XVII, y cuyo testigo recogió J.S. Bach. Nos referimos a los contemporáneos suyos Samuel Scheidt y J. Hermann Schein, de los que fue amigo personal.

Efectivamente, las influencias italianas están presentes en las obras de sus primeras etapas compositivas. De entre ellas podemos destacar la colección de madrigales (Opus Primum), impresa en 1611 e incluso los famosos Salmos de David, compuestos con motivo de su matrimonio en 1619. Tampoco podemos olvidar las Symphoniae Sacrae (1629) y Cantiones Sacrae (1628). No son menos importantes esas mismas influencias en la música compuesta para grandes celebraciones religiosas o políticas. Es ahí donde precisamente el estilo italiano heredado de su maestro Gabrieli estuvo siempre presente. Esta realidad se manifiesta con esplendor en la Historia de la Natividad compuesta en 1664. En dicha composición la técnica veneciana se materializa en la división de coros, conocidos como Cori Spezzati, de cantantes e instrumentistas, así como un tratamiento madrigalístico en el que se conjuga la monodia habitual del siglo XVII y el contrapunto.

Por otro lado, tampoco podemos olvidar que fue uno de los maestros precursores del estilo musical alemán al conjugar las influencias italianas de las que hablamos y mostrar una personalidad muy definida en la música creada. Ello se refleja con claridad en la selección de voces y especialmente de instrumentos que acompañan a los grupos de voces.

Sin embargo, no nos interesa tanto la definición técnica de su obra, pues ya existe una amplia y completa bibliografía al respecto, como la personalidad que se esconde tras la grandiosa producción musical, que sólo ha sido considerada por los especialistas (estudiosos e intérpretes) en estos últimos años. Schütz fue una persona bien tratada y arropada en el plano profesional, pero sufrió en su persona los avatares de un duro siglo XVII en el que las guerras, epidemias y enfermedades, acompañadas de duras hambrunas fueron realidades cotidianas. Sirva como ejemplo que durante su dilatada vida vio morir a su mujer (1625) y a sus dos hijas (1638 y 1635). La muerte y el sufrimiento fue una eterna compañera suya.

La realidad política y socioeconómica que rodeó a la vida del maestro Schütz fue determinante en la conformación de una personalidad endurecida por las circunstancias que tuvo que vivir, sin embargo, ello lejos de ser un elemento que condicionara su producción musical, la reforzó poderosamente, de ahí la profundidad, la grandeza y la transparencia de sus composiciones. Schütz, como el resto de los hombres y mujeres del siglo XVII acostumbrados a vivir con la trilogía del terror, aprendieron a vivir con el significado de lo esencial que no es más que aquello que la muerte no puede arrebatar, lo que queda, lo que permanece, de lo eterno. Es quizá dentro de este contexto histórico en el que podemos entender la creación musical de un compositor sin igual.