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Número 8º - Septiembre 2000


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LA SECCIÓN DEL APÓCRIFO

Nota del Editor: Este artículo contiene un mensaje apócrifo... ¡descúbranlo!

Por Antonio Pérez Vázquez

Resonando aún en mis oídos los últimos ecos de la Feria de Málaga (con pregón de Antonio Banderas incluido) me encuentro aquí, en este mes de septiembre que tiene el negro papel de comenzar con el curso y arrebatarnos los placeres de las vacaciones de verano.

Obcecado en intentar conseguir un buen artículo que resolviera en parte el duro reencuentro con la rutina diaria me rebané los sesos hasta encontrar una solución que estaba delante de mis narices: la asociación de temas inverosímiles entre sí. Uno de ellos tenía que ser la música (faltaría más), el siguiente podría ser el amor...ya sé lo que están pensando; que esos dos temas están íntimamente relacionados y su asociación no es nada del otro mundo. Para remediarlo aparece en escena el último y más polémico de mis temas inverosímiles la ducha.

Comenzaré hablando de cada uno de ellos por separado para luego trenzarlos en una sola línea de pensamiento (¿también un filósofo apócrifo? ¡por el amor de Dios!).

Íntimamente, la música es una de las mejores cómplices que tenemos en nuestras vidas. Nos acompaña en los momentos de gloria, en los momentos de angustia, en la calle, en el coche,...en fin, en tantas ocasiones que podría considerarse una constante en nuestras vidas (y mucho más en sus vidas, señores lectores no-apócrifos). Si nos quieren vender un coche nos ponen música, si es un seguro médico pues también; incluso cada cierto tiempo agrupan todas esas canciones en un disco y las venden aparte. Toda una vida llena de música. La música nos tiene rodeados por todas partes y pide que salgamos con las manos en alto para que nos rindamos ante la evidencia: no se puede vivir sin música.

Oculto en casi todas las acciones que desarrollamos en nuestras vidas se encuentra el segundo de los temas inverosímiles: el amor. Ese estado de ánimo, esa forma de vida para algunos, eso que se nos niega, eso que se nos regala en ocasiones, eso sin lo que no podemos vivir..., nadie puede definir el amor. No se puede definir pero sabemos cuáles pueden ser sus efectos: falta de apetito (que desde luego no es mi caso), falta de atención en el resto del mundo, falta de sueño..., muchas faltas que parecen agruparse en torno a la palabra calvario. Pero desde luego no es así. El amor mueve montañas (entre otras cosas) y por amor estaríamos dispuestos a hacer lo imposible. El que lo inventó se quedó en la gloria, como suele decirse.

Como colofón a la tripleta nos queda el último y más polémico de mis temas la ducha. Ese trocito de cuarto de baño que siempre nos espera para ser el confesor (y con el extendido uso de las mamparas en verdad parecen confesionarios) y testigo del estado de ánimo en el que nos encontremos. Si estamos contentos cantamos de alegría, si estamos tristes...pues hacemos otras cosas (no digo nada aquí porque me gusta ser positivo ¿de acuerdo?). Al final o al principio del día siempre nos está esperando para darnos un festival de agua y espuma (esto parece una campaña de sanidad para niños pequeños: ¡la ducha es nuestra amiga! ¡vamos todos a ducharnos!) que nos deja a punto. En definitiva, un lugar donde los sentimientos van y vienen sin dueño.

Una vez llegados a este punto llega el momento de comenzar a trenzar el material expuesto cual afluentes que se unen con el largo río que termina desembocando en el inmenso y ancho mar bajo la mirada atenta del astro rey en los largos días del verano que se fue pero volverá (ups, creo que estoy divagando).

En serio, no me digan que ahora no consiguen ver la relación entre la música, el amor y una buena ducha. Vamos, no me digan que no es porque salte a la vista. Casi tanto que le puede saltar un ojo a más de uno. Sólo es cuestión de unir todas las piezas del rompecabezas.

No quedan fuerzas para nada, el día ha sido demoledor. Sueltas las llaves encima de la mesa, te pones cómodo y enciendes el termo. Conectas el equipo de música y de él brotan las primeras notas de tu canción favorita (en mi caso es el Canon de Pachelbel, aunque eso ya lo saben de sobra); esto va mejorando. El vapor que sale por encima de la ducha indica que todo está a punto.

El primer chorro de agua caliente que cae sobre la cara parece aumentar el volumen de la música y ahora sólo se sienten sensaciones en estado puro. Cuando pasan unos minutos y estás totalmente embriagado por la música y la agradable temperatura del agua, comienzas a entrar en el siguiente nivel: es el turno de ella. Esbozando una sonrisa vuelves al parque por donde paseáis, bromeáis y os queréis. El conjunto está al completo y en pleno funcionamiento, es maravilloso.

Cuando se termina (porque uno no puede estar en la ducha eternamente, a pesar de que algunos sean unos auténticos maestros en su utilización, sobre todo cuando no están solos...¿verdad señor...? pero eso es otra historia que ya contaré en otra ocasión) el efecto es más que reparador, se diría que es incluso milagroso. Todo se ve de otra forma. Quizás un poco melancólico, pero no pasa nada, recuerda que has quedado para dentro de una hora ¡y aún estás en ropa interior!. "¡Que huev... tienes!" Nos diría nuestra madre. "¡No ha tenido tiempo de ducharse desde que llegó!" concluiría de forma categórica.

A veces es bueno ver la vida desde un punto de vista diferente. Por cierto, que quede claro que este artículo sirve como un agasajo de la celebración de la efeméride del alumbramiento de una de las colaboradoras de la revista. Va por usted.