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Número 73º - Febrero 2.006


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LA MUSICAL NACIONAL RUSA Y NEO RUSA

Por Alfredo Canedo (Argentina). 


Tchaikovsky

     Definir musicalmente lo ‘nacional’  o representativo de cada país es tarea ciertamente difícil. Hace casi dos siglos el palatinado Christoph Willibald Gluck escribía en un periódico parisiense que “aspiraba a eliminar las diferencias ridículas existentes entre los varios géneros de música nacional”(1). Pero lo que él deseaba en esos términos no era la solidaridad de la música al suelo patrio, sino descomponer las desigualdades formales y estilísticas en la música nacional; asunto, en tiempos del notable músico, por demás absorbente en conversaciones entre compositores y directores.

    Sea por lo que fuere, el principal componente de música folklórica, aplicado también a las artes dimensionales como la literatura y pintura, consistía en volcar a estados emocionales el borrascoso naturalismo, las cualidades místicas, además de la relación lógica de las ideas; aunque no menor, la sonoridad romántica, el color tonal, las progresiones armónicas y los golpes de gracia a las melodías.

    Realizaremos una breve excursión por los aledaños de la música nacional rusa, sumamente interesante desde todo punto de vista. Al promediar el siglo XIX coexistían dos géneros de la época denominada romántica, bien alejados uno del otro, los cuales ofrecían a la vez campo fértil a la cultura en general; uno, procuraba preservar con empeño tradicionalista las formas nacionales; el otro, se mantuvo solidario con la lujosa y exótica solaz de las clases superiores de la música de Occidente.

     De entre finales del siglo XIX y a las puertas del XX el nacionalismo de la música rusa fue cada vez más representativo en emociones subjetivas, en dramas líricos, en canciones folklóricas y en temas de románticos visos estilísticos. Y no menos acentuadamente patrióticos los repertorios historicistas en salones de concierto o en teatros de ópera sobre guerras nacionales libradas contra ejércitos invasores del lado europeo. Impresiones escénicas mayormente llevadas a la música por la literatura, como si compositores y directores hubieran esuchado a Ivan Serguelevich Turgueniev al inclinar la música a ‘la verdad nacional’, a la ‘autoestimación de la entidad étnico-racial’ y a `la constitución de una fuerza cultural’. ( ‘Un mes en el campo’)

    El primer compositor de asociaciones sensible a sonidos (al menos carecemos de suficiente información sobre alguien más que le hayan precedido) fue Mijail Ivanovich Glinka, quien, bajo la influencia del movimiento literario nacional, compuso la ópera ‘La vida por el Zar’, basada en un episodio de la historia rusa, y música para el cuento ‘Russlan y Ludmila’ de Alexander Pushkin; todas páginas de marcado acento romántico sobre temas añejos de la canción popular.

    Hubo de seguirle por ese camino Alexander Sergievich Dargomyki con expresiones genuinas del humor musical ruso, así en sus óperas ‘Convidado de piedra’, ‘Russalka’, ambas sobre cuentos de Pushkin, y melódicos recitativos en ‘Esmeralda’, poema de Víctor Hugo. Obras puramente musicales envueltas en dramas verdaderamente rusos, y, por momentos, notablemente concisos. 

    En la misma evolución musical, Modest Petrovitch Mussorgsky, a quien los melómanos le honran de fundador del realismo y naturalismo musical moderno en la Rusia de fines del siglo XIX, con los dramas operísticos ‘Boris Godunov’ de Pushkin y El matrimonio’ de Nicolai Vassillevitch Gogol. La idea cabal del nacionalismo musical de este compositor se manifiesta en su carta a Vladimir Stassov del 25 de diciembre de 1876:

          ...la intención que ahora me anima se vuelve hacia la melodía que participa
         de la vida, no hacia la melodía clásica. Exploro el discurso humano y llego así
         a la melodía creada por este tipo de discurso impresionista, a la encarnación
         del recitativo en la melodía (exceptuando, claro está, los pasajes de la acción
         dramática en los que cada interposición puede ser importante) Cabría decir    
         que se trata de una melodía purificada por el sentido. Esta clase de trabajo
         supone un goce para mí; de pronto, e inesperadamente, suena algo que se
         opone a la tan amada melodía clásica y que, no obstante, todo el mundo
         comprenderá de inmediato. Si alcanzara esta meta consideraría haber logrado
         una conquista artística”.

             
( Láng, Henry Paul. ‘El cambio hacia elpresente musical’)

    Por desgracia, su otro tema popular y de notable sonoridad rusa, ‘Kovanchina’, en el cual trabajó entre 1872 y 1880, está inacabado; lo mismo su ópera cómica ‘La feria de Sorotchinski’ con escenas de la vida campesina ucraniana.

    Demás exponente del orgullo nacional, Vladimir Nikitich Kashoperov autor de temas sobre la tradición del campesinado ruso; por ejemplo, su ópera ‘La tormenta’ del escritor moscovita Nikolaisvich Ostrovsky, y Alexander Sergeievitch Tanelev con su poema sinfónico ‘Alesha Popovitch’, perspicaz pintura de la clase media de San Petersburgo, del dramaturgo Feodor Ivanovich Tiuchev, custodio celoso del poder ilimitado del Zar.

    Otro de los sinfonistas propiamente folklóricos fue el sanpeterburgués Alexander Porfirevitch Borodin. En sus tres sinfonías (en si mayor, en si menor y la mayor) desarrolló la típica técnica rusa de la repetición y transformación constante de pequeños motivos musicales, sin faltas de melodías líricas populares, y aún más típicas sus obras ‘En las espetas del Asia central’ y El príncipe Igor’, basada en una antigua leyenda, ambas de notables sentimientos de tradición rusa. Pero también habrá de decirse del Borodin desertor de sus convicciones nacionalistas, cuando, años más tarde, bajo los influjos de la música occidental, tildara a sus antiguos camaradas musicales de ‘simples consumidores de hábitos y sentimientos del vulgo nacional’.

    Pero la intensa admiración a la academicista música de Occidente, contrastante a la de tonalidad marcadamente nacionalista, había de contagiar a los músicos aristocráticos y liberales de la Rusia de los zares. Primeros apóstoles de esta escuela, conocida entonces por ‘ de los neo rusos’, Alexander Nicolaevitch Serov, entusiasta adicto a Richard Wagner, como a Giacomo Meyerbeer, con su ópera netamente de estilo británico ‘Las alegres comadres de Windsor’, basada en la comedia de William Shakespeare; y Antón Grigorevitch Rubinstein, imitador de Félix Mendelsshon y Robert Schumann, en el drama musical ‘El paraíso perdido’, del poeta inglés John Milton, además de sus canciones sobre temas del ‘Fausto’ de Johann Wolfgang Goethe.

    Pertenecía a esa misma constelación de compositores Peter Ilyitch Tchaikovsky, quien por sentirse ‘músico de envergadura universal’ recurrió, cuanto menos en teoría, a la grande influencia de los esquematicismos clasicistas y europeístas en su patria natal; razón de que no se le puede reconocer, a pesar del tono patriótico de muchas de sus piezas, el título de compositor ruso por excelencia. Como prueba, su ‘Obertura 1812’, o sus sinfonías ‘Hamlet’, ‘Romero y Julieta’ y ‘Manfredo’ o las piezas para ‘Cuarteto’ en re menor, en fa mayor y en si bemol mayor;  otras, por lo general, con artificios contrapuntísticos inspirados en las escuelas musicales de París y Florencia.

    Leal hermano de armas de Tchaikovsky fue Alexseievich Balakierev, cuyo lenguaje musical en la fantasía ‘Islamey’ y en el poema sinfónico ‘Tamara’ ejercitado con imitaciones en las brillantes y pictóricas melodías del romanticismo francés.

    Contraste al diletantismo nacionalista había de estar también en las obras orquestales y operísticas de Nicolai Andreievich Rimsky-Korsakov, quien si bien bajó a la arena en defensa de la música de sabor típicamente ruso, empero, sus composiciones no inspiradas en la vida real sino en encantos centellantes, fosforescentes y, a menudo, opulentas. En ese sentido, las más arrebatadoras piezas orquestales, ya por colorido y embriaguez de mundo fantástico, ‘Scheherazade’ , la ‘Suite romántica’, los ‘Cuatro poemas sinfónicos’ y la ‘Suite de ballet’, esta última algo influida en la escritura ‘debussysta’

 

BIBLIOGRAFÍA

(1) Hamel, Fred y Hûrlimann, Martín. ‘Enciclopedia de la música’.