La heterodoxia en el Lied

Víctor Pliego de Andrés. Lee su curriculum. 

Recital de Ian Bostridge (tenor) y  Julius Drake (piano). Obras de Franz Schubert. XII Ciclo de Lied. Teatro de la Zarzuela, Madrid, 19 de diciembre de 2005.

En el recital de Ian Bostridge la música de Schubert fue la triunfadora, pero el intérprete no me convenció, aunque dio varias propinas en agradecimiento por los aplausos. El cantante se anuncia como tenor, pero lo cierto es que su registro resulta dudoso y ambiguo. Aunque tiene agudos fáciles y poderosos, son de un color extraño y poco natural, con tendencia irresistible al falsete. La afinación tampoco fue precisa. Cada voz es única y distinta a las demás, y la de este tenor es tan personal como su heterodoxia. Quiso convertir sus defectos en virtudes expresivas, al modo de la Callas, empeñando su particular técnica vocal en unas interpretaciones vehementes y teatrales. Las desigualdades, rudezas y contrastes estuvieron en algún momento más cerca de la ópera bufa y sus efectistas recursos, dicho sea esto sin menoscabo del género, que del estilo liderístico, mucho más austero e íntimo. También hubo en el recital algún momento de delicadeza, algo lastrado por el amaneramiento tímbrico al modo inglés: muy de cabeza y con poco pecho. El cantante lució unas maneras escénicas seguras pero rebuscadas, donde el gesto de mayor naturalidad e intimismo consistió en cantar con lánguida actitud y las manos en los bolsillos por largo rato. El pianista estuvo pendiente de no tapar la voz de su compañero y de encadenar las canciones sin dar respiro, haciendo del concierto un chorro ininterrumpido de música. El programa dedicado a Schubert estaba excelentemente concebido, siguiendo ideas programáticas y musicales que llevaban de una pieza a la otra a través de la naturaleza, la vida y la muerte, el amor y la música. La propuesta era un bello recorrido por la geografía y la poesía del espíritu romántico. Sin embargo, la violenta sucesión me causó la misma desagradable impresión que mezclar los sabores y los platos de una exquisita cocina, deglutidos con precipitación, y entorpeció la debida degustación de los bellos Lieder de Schubert. Fue una velada extraña y accidentada en la que los intérpretes no lograron ponerse a la altura del estupendo repertorio que habían seleccionado para la ocasión con tan buena inteligencia. Hubo rigor, seriedad y mucha heterodoxia.