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Número 70º - Noviembre 2.005


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LA ESCUCHA Y LA DIRECCIÓN DEL TIEMPO

Breve aproximación interdisciplinar al fenómeno de la contemplación musical a través del concepto de Tiempo y alguna de sus características y curiosidades.

 

 

Por Alejandro Pardo Zapatero (desde Berlín, Alemania). 

 

Que el alba fría y silenciosa siempre llega es algo que a veces fascina. Como cuando se acaba un concierto que nos ha gustado y se encienden las luces de la sala. O tras escuchar un disco con auriculares, a media luz en tu sofá favorito... Momentos así nos dejan fascinados y a la vez descolocados.  Esta desorientación es debida a que acabamos de salir de un nuevo tiempo creado por la estructura sonora. Nos hemos dejado llevar de la mano por las cadencias, por el ritmo, la melodía... y los silencios nos han dicho que sigamos caminando hasta llegar a la esperada resolución.[1]

Es una cuestión fenomenológica, una cuestión de atención a “la cosa”[2] que no es sólamente algo externo al sujeto, sino que forma parte de él. Es un salto de la referencia objetiva a la vivencia subjetiva. Este salto puede proceder de dos lugares:

 

·        Del pasado, algo así  como la memoria involuntaria de Proust en su Recherche O el aroma de ese perfume, casi masticable y lacrimógeno que nos evoca aquella noche con aquella mujer.Una rememoración; unos recuerdos que aparecen como un periodo temporal en este instante presente.

·        Pero también, puede proceder del futuro. El ansia de la noche antes del esperado evento: como la llegada de los reyes magos, un examen decisivo, un viaje a un destino desconocido. Se manifiesta así la espera como estructuración del tiempo por-venir a través de los deseos y esperanzas, apareciendo una eternidad delante nuestro.

 

En ambos casos creamos nuevos ejes temporales. O lo extraemos de la memoria, como en el caso de la famosa magdalena, algo así como si nos girásemos sobre lienzo cubista del pasado. O lo proyectamos sobre la esperanza de lo que venidero, volcando en ello nuestros deseos y nuestras ilusiones.

 

Esto nos lleva a pensar en la dirección del tiempo.

 

¡Ayer tenía tantas flores ese árbol!

hoy miro el caer de sus hojas y

mañana veré en sus ramas dibujar quebrantadizas el cielo.

 

Tenemos la idea de que el tiempo es una flecha que va desde el pasado hacia el futuro. Debido quizás a la influencia de la física, al no poder remediar algo que ya pasó, a la aparición de la Historia como disciplina da almacenaje de algunos acontecimientos sucedidos y su institucionalización.

Sin embargo nos encontramos que es igual de lógico su contrario.

En la edad media el tiempo se entendía como un flujo de Potentia a Actum. Es decir, el paso desde una posibilidad real a su realización. Esto manifiesta una direccionalidad poco contemplada en la actualidad. Es decir, que la flecha del tiempo procede de lo posible, que en una linealidad temporal la situaríamos en el porvenir, y se mueve hacia la acción de dicha posibilidad, que es el presente. Por lo que la dichosa flecha nos está apuntado constantemente. La forma de poder esquivarla es tejiendo un plan.

 

Según Xavier Zubiri, el ser humano se encuentra siempre en una situación en la que hay problemas de algún tipo y debe solucionarlos. Para esto utiliza las posibilidades que tiene al abasto para cambiar la situación. Así va construyendo el tiempo de la vida.

Vemos en este caso que dada una línea temporal el presente viene después de futuro por que el proyecto (para salir de la situación) se manifiesta mediante las posibilidades que representan el futuro y el llevarlas a cabo sucede en el presente.

J. L. Borges también percibió esta variante de la direccionalidad del fluir temporal y nos dice recordando unos versos de Unamuno:

 

                             Nocturno el rio de las horas

                              Fluye desde su manantial

                              Que es el mañana eterno“[3]

 

 

Sucede pues como si el tiempo nos empujase hacia delante (hacia la muerte) a través de estos proyectos que se anclan en el futuro. Y a la vez los constantes recuerdos, la memoria y la nostalgia nos estuviesen estirando hacia atrás. Creando así un vaivén, descripción del transcurrir de la vida y esquema que puede también describir la estructura temporal de la música.

 

 

La música es una estilización del tiempo. Pero ese tiempo no es más que una suspensión provisional del tiempo amorfo y descuidado, prosaico y tumultuoso de la cotidianidad. El tiempo estilizado es un interrupción no solo temporal, sino temporánea de la duración sin estilo, es decir, este tiempo estilizado se vive como un eterno ahora, una eternidad provisional…”

 

Jankélévitch: la música y lo inefable

 

 

En la contemplación estética musical (¡la escucha!) nos hallamos en un presente eterno, donde notamos que los acordes se van, desaparecen, es decir, dejan de existir para formar parte del pasado. Algunos se acomodarán en la balsa de memoria que navega contracorriente el Leteo. Estos acordes serán los que creen las expectativas de continuación, los anclajes para seguir escuchando. Como diría Bergson “el pasado va royendo el porvenir y se va hinchiendo al avanzar...” [4]

 

Al sonar un acorde de séptima, los armónicos nos hacen “roer” la resolución. Pues ese momento es más rico cualitativamente, podríamos decir que es un ahora dilatado, un ahora que ha sucedido y que hace que al aposentarse en el pasado empuje al presente hacia el devenir. Nos ha dado una información y nuestra intuición e inercia nos hace pre-sentir el reposo-resolución. En otras palabras, la contemplación musical no es pues mera sucesión de momentos sino además una ampliación del ahora.

 

Escuchar música es mecerse en una hamaca que cuelga desde nuestros anhelos sobre aquella balsa en medio del océano que nos inunda, mientras absortos en las estrellas, recibimos el mensaje musical enrollado dentro de una botella.

Algún autor ha acusado a la música de engañosa, de impregnar la realidad de mentira, debido a ese imperativo de dejarse llevar hedonistamente en el fluir del nuevo eje temporal. 

Una mentira tan real como la vida misma. Juego de deseos, ilusiones, abandonos y olvido.

Esa es la magia de la escucha, la combinación entre la temporalidad física, es decir, la sucesión de los sonidos, su misterioso decir y el intento de anticipar el presente a través de nuestros proyectos.

Una ficción. Sí, y un arte más-allá-de-la-física y a la vez más-acá.

Una flecha apuntando a nuestro pecho.

 

 

                         “Y si por fin ha amanecido,

                             no se si es aun pronto o...

                               ya no importa“

                                                                  

          

 

Bibliografía:

·        Espacio. Tiempo. Materia. Xavier Zubiri. Alianza editorial, fundacion Xavier Zubiri. Madrid ,1996

·        Enrahonar. Quaderns de filosofia, 15. Publicacions de la Universitat Autonoma de Barcelona, Bellaterra 1999

·        Filosofia de la nueva música obra completa. Th.W. Adorno. editorial Akal, Básica de bolsillo. Madrid, 2003.

·        Historia y narratividad. Paul Ricouer. Ediciones Paidos. Barcelona, 1999

·        Historia de la Eternidad. Jorge Luis Borges. Alianza editorial. Madrid, 1984

·        La música y lo inefable. Vladimir Jankélévitch. Edición Alpha Decay S.A, Barcelona, 2005


 

[1] Voy a referirme únicamente a la música tonal occidental, que a través de la estructura armónica, melódica y rítmica crea una inercia que nos sienta en una especie de carrusel o noria.

[2] Alusión a Husserl, padre de la fenomenología y su intención de „volver a las cosas mismas“, huyendo de psicologismos y preparando una nueva relación entre sujeto y objeto.

[3] Historia de la Eternidad. Ver bibliografía.

[4] Cita extraida de los estudios de Xavier Zubiri sobre Tiempo.Espacio y materia.-ver bibliografía-