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Número 64º - Mayo 2.005


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Delicioso anticipo

Por Víctor Pliego de Andrés. Lee su curriculum. 

 

Concierto para clarinete en La mayor, KV 622; Tres arias para Aloysia Weber; Sinfonía núm. 40 en Sol menor, KV 550, de Wolfgang Amadeus Mozart. Orquesta del Siglo XVIII. Eric Hoeprich, clarinete. Cyndia Sieden, soprano. Director: Frans Brüggen. Ciclo de Primusic “Conciertos de la Tradución”. Auditorio Nacional de Música, Madrid, 11 de mayo de 2005. 

Se acerca el 250 aniversario del nacimiento de Mozart y este concierto fue un magnífico anticipo de las celebraciones que vienen. Muchos coinciden en calificar la música de Moaré como “celestial”, para destacar su claridad, transparencia y perfección. Los intérpretes que se enfrentan a su obra tienen el reto de ocultar el esfuerzo físico que, contradictoriamente, requiere alcanzar esa apariencia inmaterial. Nuestra visión romántica del existir y la adhesión del público y de los músicos a todo lo que nace de los sentimientos más viscerales, dificultan esta empresa. Pero Frans Brüggen y los virtuosos de su Orquesta del Siglo XVIII proceden de otro universo, proceden de ese siglo resplandeciente y luminoso anterior a la revolución y a la crisis del individuo. Sus versiones de Mozart fueron ejemplos de perfección y descubrimientos. Aparecieron, entre el sonido precioso y ligero de las cuerdas, aliñadas con los vientos, matices de un sutil y exquisito contrapunto entretejido de forma casi evanescente, sin ocultar las líneas principales. Hubo respeto al punto medio, con el necesario lirismo. Para empezar, escuchamos una bellísima versión del Concierto para clarinete y orquesta en La mayor, con el concurso del legendario Eric Hoeprich como solista, que extrajo de su sorprendente instrumento, con apariencia de pipa, un sonido de una dulzura e igualdad inesperadas. Luego llegaron las Tres arias para Aloysia Weber en las que la soprano Cyndia Sieden se enfrentó, desde el principio, con fuerza y seguridad sobecogedoras a la coloratura. Su demostración artística y técnica puso en pie a parte del público. La Sinfonía núm. 40 redondeó una faena perfecta. Brüggen hizo de esta página una lectura fuera de lo común por su preciosismo. No hubo propinas ni llenazo, pero fue un concierto memorable, como todos los de este ciclo, que reúne a los mejores aficionados de la capital y que se está convirtiendo, poco a poco, en una de las citas imprescindibles de la plaza.