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Número 64º - Mayo 2.005


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EL REY Y LA REINA EN CÓRDOBA

Córdoba, Gran Teatro. 5 de mayo de 2005. Temporada de abono de la Orquesta de Córdoba. Marta Almajano, soprano. Orquesta de Córdoba, dirigida por Robert King. Obras de Haendel, Telemann y Bach.

Por Fernando López Vargas-Machuca.

 

Recibía el pasado 5 de mayo la Orquesta de Córdoba la muy esperada visita de Robert King, "rey" por apellido entre los pocos "reyes" de la interpretación del Barroco orquestal en nuestros días: por encima de meritorios pero hoy más que superados pioneros como Harnoncourt o Hogwood, de músicos manifiestamente irregulares como Koopman, Gardiner, Herreweghe o Brüggen y de auténticos mediocres aupados por la industria como Minkovsky, el fundador del King's Consort ha mostrado a lo largo de su ya dilatada carrera una coherencia y calidad interpretativa de altísimo nivel a la que seguramente no es ajena, como ocurre con otros colegas de igual mérito como Pinnock o Christie, su voluntad tanto de concentrarse en el repertorio que mejor conoce como de mantenerse ajeno a las concesiones al gran público y de epatar con determinadas "señas de identidad": el servicio al compositor es para King la tarea fundamental. En autores como Purcell y Haendel no hay hoy quien le tosa, y si algo hemos de lamentar es que no haya grabado aún páginas tan importantes como Dido y Eneas o El Mesías, que por increíble que parezca aún se hallan huérfanas de versiones discográficas de auténtica referencia.

Siguiendo su costumbre de los últimos años de acercarse de vez en cuando a determinadas orquestas "de instrumentos modernos" para hacerlas sonar "a la barroca" (¡aún habrá talibanes de uno y otro bando que le censuren por ello!), llegó King a la bellísima ciudad de Córdoba para ofrecer un programa de gran belleza que alternaba lo comercial y lo infrecuente con páginas de tres de los grandes: Haendel, Telemann y Bach. Del primero nos ofreció la obertura del Occasional Oratorio, las arias 'Di, cor mio' de Alcina y 'Mio caro bene' de Rodelinda y la cantata Silete venti; del segundo, su personal y sumamente atractiva Música Acuática; del tercero, nada menos que la Suite orquestal número 3. Contando con el concurso de Marta Almajano para las piezas vocales, el Gran Teatro consiguió el merecido llenazo y los músicos cosecharon un éxito no menos justificado. Y es que el director y musicólogo inglés, con un físico perennemente juvenil a pesar de sus cuarenta y cinco años de edad y una gestualidad pintoresca que desprende no poco de humor inglés y hasta de autoparodia, obtuvo de la hoy muy decaída orquesta de Córdoba una sonoridad aceptablemente sólida y empastada, así como una muy convincente adecuación al estilo que posiblemente hubo de suponer más de un quebradero de cabeza a algunos músicos. La comparación con los paupérrimos resultados obtenidos por Paul Dombrecht en el Orfeo de Gluck de hace un par de años resulta reveladora.

Meritoria en grado sumo, por lo demás, la labor de los solistas de madera de la formación cordobesa, sin duda aleccionados por la entusiasta labor de King, lleno de vida, entusiasmo y creatividad, sabiendo ser alternativamente lírico, brillante, rústico o dramático cuando las circunstancias lo requieren, sin caer en excesos, en languideces ni en determinados tics que suelen afear algunas (o muchas) interpretaciones de corte historicista. Sólo un reproche: su superficial, no por rápida sino por aséptica, lectura de la celebérrima 'aria' de la Suite de Bach, por lo demás un autor donde hasta ahora no ha terminado de convencer plenamente. En todo caso, espléndida labor. Y a tal rey, tal reina: la zaragozana Marta Almajano es hoy la monarca indiscutible del Barroco en España, habiendo afianzado su carrera merced a un instrumento homogéneo y dúctil, aunque quizá no especialmente ágil, y una expresividad un punto distanciada pero siempre musical y sincera, muy lejos de los insufribles amaneramientos de otras más célebres colegas. Cantó con buena línea (muy "latina", lo que en estas obras resulta sumamente adecuado), ornamentó con buen gusto y desplegó comunicatividad en todo momento. Ella y el formidable King dieron gran lustre a una inolvidable velada barroca que devuelve algo del esplendor perdido a una orquesta, la de Córdoba, para la que deseamos un futuro venturoso. A ver si consiguen un director titular que les inspire y un sólido apoyo de las administraciones públicas pertinentes. La afición andaluza y esta incomparable ciudad bien que se lo merecen.