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Número 64º - Mayo 2.005


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EL RETORNO DE PENDERECKI

Por Angel Riego Cue. Lee su Curriculum.


Gijón, Teatro Jovellanos. 19 de mayo de 2005.
Penderecki: Concierto para tres violonchelos (Solistas: Claudio Bohorquez, Ivan Moniguetti y Damián M. Marco).
Shostakovich: Sinfonía nº 6.
Orquesta Sinfónica del Principado de Asturias (OSPA)
Director: Krzystof Penderecki.


Volvió Penderecki casi año y medio después de su anterior concierto en Gijón, no cumpliéndose (afortunadamente) las pesimistas previsiones que hicimos entonces, acerca de la poca repercusión que había tenido entonces el evento. En esta ocasión la asistencia de público fue mayor, o mejor dicho, la fidelidad, pues no hubo "desbandada" en el intermedio como en enero de 2003. Con todo, se notaron los huecos en las butacas de patio, por no hablar de anfiteatro y general, prácticamente vacíos como de costumbre en los conciertos de la OSPA.

Como todo concierto de Penderecki, también este sirvió para difundir su propia música, no en vano es uno de los compositores vivos cuyo nombre conoce más gente. En esta ocasión fue una obra reciente, el Concierto para tres violonchelos, estrenado en Tokio en 2001. La obra, en un único movimiento de una media hora de duración, suena mucho al Penderecki típico con ese carácter "desolado" e "inquietante" que encontramos en tantas de sus composiciones, aunque en este caso ha conseguido una obra mucho más amena para todo tipo de público que lo habitual. Mención especial merecen los tres solistas, cuyo trabajo en una obra técnicamente difícil y a menudo sorprendente, logrando un sonido homogéneo y sin desajustes y estableciendo un adecuado "diálogo" entre ellos, merece reconocimiento.

A diferencia del mencionado concierto de 2003, aquí Penderecki no sólo dirigió música suya, sino también de otro autor, Dmitri Shostakovich, cuya Sexta Sinfonía desmintió el tópico de que el maestro polaco es mal director para música de otros compositores: no sólo consiguió un buen rendimiento de la orquesta en lo técnico (afinación, ajuste, etc.) sino que hizo una interpretación de la pieza que trascendió la mera lectura: el carácter desolado del primer movimiento (emparentado con su música, de ahí que el programa fuera una elección lógica), la sutileza del segundo o el frenesí del tercero (donde pudimos comprobar la agilidad del compositor a sus 72 años, debido a los saltos que daba) hallaron una traducción muy adecuada en las manos del maestro polaco, que en esta ocasión no empleó batuta. ¡Ya quisiéramos que la OSPA sonara siempre así!