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Número 63º - Abril 2.005


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RICCARDO CON ACENTO ESPAÑOL

Londres, Royal Opera House. 15 de Abril de 2005.

Verdi: Un ballo in maschera. Solistas: Marcelo Álvarez (Riccardo), Karita Mattila (Amelia), Thomas Hampson (Renato), Elisabetta Fiorillo (Ulrica), Camilla Tilling (Oscar), Giovan Battista Parodi (Samuel), Matthew Rose (Tom), Jared Holt (Silvano), Andrew Kenneedy (Juez), Neil Gillespie (Criado de Amelia). Coro y Orquesta de la Royal Opera House, Covent Garden. Dirección musical: Antonio Pappano. Coproducción: Royal Opera House, Londres; Grand Opera, Houston;  y Teatro Real, Madrid.. Dirección de escena: Mario Martone. Aforo: lleno.

Por Bardolfo.


Karita Mattila, a la salida del Covent Garden.

        Uno de los más esperados acontecimientos de la presente temporada londinense era el estreno de la nueva producción de Un ballo in maschera, que contaba con el aliciente del triple debut en los roles protagonistas de tres de las actuales estrellas del firmamento operístico, algo que sólo coliseos de elevado presupuesto pueden abordar. Sin haber sido una velada de las que hacen historia, si puede considerarse como una muy buena noche de ópera verdiana la ofrecida por el siempre excelente Antonio Pappano, una de las pocas batutas actuales que sabe equilibrar la fuerza pasional de los pentagramas del autor italiano con el respeto a las voces presentes sobre el escenario, dotando a la función de viveza y teatralidad y sabiendo diferenciar los diferentes ambientes musicales de la partitura y su sutil equilibrio entre comedia y tragedia, como en el final del acto segundo tras el descubrimiento del presunto adulterio de Amelia. 

        No todo lo espectacular que podía imaginarse ha sido el acercamiento de Mario Martone a la historia del gobernador Riccardo y sus relaciones con el matrimonio Renato-Amelia. Una buena dirección de actores, en general secundada con intensidad por los cantantes, con la bastante inexpresiva excepción de un Marcelo Álvarez no muy hábil escénicamente, ha servido a una versión un tanto ambigua, que prescinde como es habitual de la ambientación original sueca pero a su vez también de todas las referencias a Inglaterra en la partitura, que queda así algo deslavazada: trasladar la acción a la  postguerra de Secesión norteamericana sirve para un exquisito diseño de vestuario femenino en el cuadro final, pero resalta la incongruencia de la denominación de Riccardo como Conde cuando es de sobra conocida la falta de aristocracia en los Estados Unidos (el Rey del pollo frito y lindezas similares no figuran en las guías de la nobleza). Bien resuelto el difícil acto segundo, con un impresionante escenario casi apocalíptico y bastante pobretón el cuadro del domicilio conyugal, que parece ser que se encuentran de reformas domésticas durante la acción, y donde se sustituye el habitual retrato del protagonista por una estatua no excesivamente afortunada. Como curiosidad, algo que está de moda en los teatros: Riccardo canta su aria frente a un gran espejo que refleja la platea. ¿Qué significa? Habría que preguntar al director de escena, porque lo cierto es que yo no le veo justificación al momento. 

        Nada nuevo sino la habitual calidad en las prestaciones del coro, que ha brillado en todas sus intervenciones tanto juntos como por separado, con un sonido compacto y una muy buena dicción y que servían de fondo a un reparto de gran calidad en su conjunto en el que únicamente se ha echado de menos la auténtica italianidad en la mayor parte de sus componentes. De este modo la excelente Amelia de Karita Mattila, pese a algún problema de afinación en los filados, ha realizado una labor de intenso dramatismo en sus dos arias, pero su timbre acerado le resta calor a su caracterización e impide que pueda colocársela entre las grandes Amelias del repertorio. Otro tanto puede decirse de Thomas Hampson, de imponente centro pero de registro agudo abierto, y que estuvo algo insípido en el primer acto, para tomar totalmente el control del personaje una vez llegado el crucial momento en que toma conciencia de la traición de su esposa y su amigo, realizando una impactante versión, por fuerza dramática, de su aria y concertante siguiente. Un matrimonio "extranjero" en el canto verdiano pero que se impone por la calidad de sus prestaciones a pesar de la falta de adecuación estilística. 

        Camilla Tilling fue un Oscar convencional pero correctamente expuesto y Elisabetta Fiorillo basó su triunfo en un imponente registro grave, cuya cavernosa sonoridad convenía especialmente a la hechicera. Giovan Battista Parodi matizó bien su Samuel pero Matthew Rose resultó más opaco como Tom, y tampoco el joven Jared Holt logró el brillo necesario en su intervención como Silvano. Queda el protagonista: Marcelo Álvarez. Sí, estuvo algo falto de fiato en su canzone inicial, pero a partir del Ogni cura que cierra el primer cuadro se comprobó la perfecta sintonía con un papel al que aportó una deliciosa incosciencia, con un canto despreocupado y un registro medio y agudo sin ninguna limitación. Hubo frases a media voz de delicada exposición, apasionamiento sin caer en la trampa verista, sentimiento en un aria como pocas veces puede escucharse hoy. Si le sumara algo más de pericia escénica a su Riccardo sería la locura, como se comprobó en su dúo con Amelia, que encendió los ánimos del flemático público inglés. Sólo queda que repita el papel en Madrid cuando la producción, en la que colabora el Teatro Real, se vea en la en el coliseo de la plaza de Oriente.