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Número 61º - Febrero 2.005


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 ESCUELA MUSICAL DE MANNHEIM, PASIONAL Y TORMENTOSA

Por Alfredo Canedo (Argentina).

  

    El arte musical no se configura de un día para otro, sino en una larga cadena de avances y retrocesos. Y visto desde la musicología, el mayor acontecimiento en el siglo XVIII es la germana Escuela de Mannheim fundada por el virtuoso del violín Johann Stamitz; el mismo de dulces gustos e inquietudes musicales, rodeado, además de cantantes e instrumentistas, de eminentes compositores austríacos, bohemios, italianos y sajones. La historia de esta grande Escuela es de lucha sin desfallecimientos por una forma perfectamente definida de la música nacional, cuando las prestigiosas escuelas musicales de Nápoles y Venecia merecían los máximos elogios de compositores y melómanos de allende las fronteras alemanas. Según ‘La música en el siglo XVIII’ de Bermhard Reimann, el joven príncipe Carlos Teodoro, protector de las artes y letras, en sus cincuenta y cinco años de reinado gastó enorme suma de dinero en funciones musicales y operísticas en la Escuela; todo por la convicción en convertirla en el centro musical más brillante de Europa.

    Lo dominante en la Escuela es el espíritu acentuadamente subjetivo, libre y sin límites del ‘Sturm und Drang’, cual gravitaba enormemente en normas de escritura para cameratas, conciertos, sonatas, sinfonías, instrumentos y óperas. Pero lo que ha dado a la Escuela sello inconfundible y particular, tarea ciertamente importante, es el estilo intermedio entre la música italiana y germana, las subjetivas expresiones musicales, composiciones tendenciosamente románticas, rapsodias emocionantes, la uniformidad en el cuidado del empleo uniforme del arco, la primacía del violín sobre demás instrumentos, los detalles del fraseo, y el alto grado de exactitud en la dirección orquestal.  Notoriedades que el distinguido poeta alemán Christian Friedrich Schubart subrayó en uno de sus escritos póstumos:

              Ninguna orquesta en el mundo se puede comparar con la de Mannhein en
         cuanto a interpretación. Su  ‘forte’ es un trueno, su ‘crescendo’ una catarata, su
         ‘diminuendo’ un río cristalino, murmurando a lo lejos, y su ‘piano’ un soplo
         primaveral.
             
( ‘Sentimientos musicales’)

    No es de extrañar que tal matización estilística y técnica condujera a músicos de Mannheim a experimentaciones en efectos sonoros de las violas, flautas, trompetas, los violoncelos, contrabajos, oboes y clarinetes, así como al dinamismo constante, progresivo y uniforme de la orquesta. Por lo cual se explica las advertencias y perplejidades de compositores de la ‘vieja generación’ refractarios al estilo musical de la Escuela, tal el caso de Leopold Mozart en carta a su hijo Amadeus:

         …trata por todos lo medios de no incurrir en el gusto amanerado de los
         mannheimenses.

             
(Hemel, Fred y Hürlimann, Martín, ‘Enciclopedia de la música’)

    Otras de las innovaciones de los artistas de Mannhein son el tratamiento de instrumentos de madera independientemente de los demás, el trío en conciertos y sonatas, y los cuatro movimientos en la sinfonía; características absolutamente separadas de las habituales corrientes musicales de la época.

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    Los miembros de la Escuela, no conformes con la delicada belleza melódica italiana, especialmente napolitana, menos aún con el estilo galante francés, buscaban ideas musicales libres y variadas de sonidos, además de henchidas de elocuentes formas artísticas. No concebían a la música alemana en armonías y melodías lógicamente estructuradas sino adecuadas al oído y a conductas y hábitos sociales; por eso mismo, la reducía a una estética tan pronto  ‘lisonjera’, ‘triste’, ‘delicada’ ,’graciosa’ y ‘jocunda’  como ‘fresca’, ‘seria’ y ‘sublime’. Estaban bien al tanto de que la música sólo de sonoridad placentera, no animadora de estímulos definidos e incapaz de sujetarse a ciertas normas de ‘afectos’ y del sentido común, había de aturdir hasta el aburrimiento el intelecto del oyente. Para ellos el centro de gravedad consistía en poner de relieve no el motivo ni la técnica de la composición sino pensamientos y sentimientos gobernados por la armonía, la melodía y el ritmo del tejido musical; de ahí, sus caras inclinaciones a la música de las más grandes óperas subidas a escena en Mannhein como las de Baldassare Galuppi, Nicoló Jommeli y Giovanni Battista Pergolesi.

    Pero el maestro cumbre de la Escuela de Mannhein, y quien la entroncó con el clasicismo musical, fue el vienés Georg Christoph Wagenseil. Su paso ‘revolucionario’, así conceptuado por la crítica de la época tanto en Alemania como en toda Europa, es haber transformado la escritura de armonías y melodías en ideal musical y también haber conferido a la polifonía barroca con variedad de motivos y temas un lugar destacado en la sinfonía.  Acerca de las innovaciones de este genio de la música de cámara y sinfónica vienesas, comenta el célebre historiador Paul Henry Láng:

         …la línea de construcción de Wagenseil y de los compositores de Mannheim,
         sus motivos, prolijamente organizados dentro de la urdimbre temática,
         configuraron a su lenguaje sinfónico una lógica de hierro y cohesión tal que lo
         colocan en primer plano en la literatura musical.
              
(Láng, Paul Henry. ‘La música en la civilización accidental’)

    De entre los fieles a ese estilo musical, además de mimados en la Escuela, destacan a Christian Ferdinand Abel, a quien Johann Sebastían Bach dedicó una ‘suite’ a su arte en el instrumento de la viola da gamba; Franz  Xavier Richter, cuyo canto, bello y fresco, estaba enteramente dominado por las melodías de Mannheim, y hasta el mismo Franz Joseph Haydn, altamente reconocido por el carácter y estilo de sus trovas sin etiqueta ni frivolidad palaciegas sino acrisoladas en la alegría, gracia, humor y tristeza del paisano austríaco. Y a modo de corolario, la vehemencia del talentoso Johann Wolfgang Goethe en ponderaciones a las nobles melodías populares de Mannheim: 

         …es música de sentimientos alemanes a flor de piel, exenta de los
           amaneramientos que nos llega de los aristocráticos salones parisinos.

             
(‘Goethe y Schiller, la amistad entre dos genios. Correspondencias)

    Pero aguardaba al siglo las tempranas sonatas melancólicas para piano de Wolfgang Amadeus Mozart, maduramente influidas por el estilo de Mannheim. Joven aún, escribía música de ‘ocasión’ y sonatas, además de madrigales para la orquesta de la Escuela.

    Fácil de imaginar resulta el efecto en los ámbitos europeos apegados a la ‘música seria’ ante el ‘atrevimiento’ de las composiciones de Mozart. La voz más alta contraria a la música del joven genio de Salzburgo fue de Voltaire. Tal era el odio entre ambos que tras el fallecimiento del parisino, Mozart, abandonado al flujo de las palabras, a su padre Leopold escribió con particular exaltación:  

              Ahora le doy una noticia de la cual quizá esté ya al corriente; a saber que
         el pérfido e impío Voltaire ha reventado, por así decir, como un perro, como un
         animal… ¡esta es la recompensa!.
             
( Huidesheumer, Wolfgang. ‘Mozart’)

    Tiempos en que el juvenil Mozart, hecho a la doctrina de los ‘afectos’ musicales, hablaba el idioma de músicos de Mannheim, severísimos con el puro racionalismo de los compositores filósofos.