Revista mensual de publicación en Internet
Número 59º - Diciembre 2.004


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WAGNER - NIETZSCHE: DOS LECTURAS MUSICALES

Por Alfredo Canedo (Argentina).


Nietzsche

    El abatimiento de la línea divisoria de música con literatura así como hizo posible una ‘ráfaga de aire fresco’ en salas de concierto, no menos violentas fueron las discusiones entre Richard Wagner y Friedrich Nietzsche.

    Nada más grave, más dramático, que la enemistad de aquellos dos hombres. Uno casi en el final de su vida musical, y el otro en el comienzo de su vida de pensador. Dos habitantes de planetas distintos. Wagner dotado de sólidos cimientos espirituales, y Nietzsche, un guerrero nuevo, intacto, aún no vencido. Wagner el apóstol de un reformado evangelio musical. Nietzsche el adolescente revolucionario contra la Alemania imperial. Wagner ve en Nietzsche al mensajero de un mundo mejor y más puro, y Nietzsche en Wagner, al idealista profundamente emocionante y al hombre capaz de lograr la re-creación de las artes  músico en el espíritu del mundo antiguo. Son como un padre y un hijo, sujetos a herencias comunes, pero al mismo tiempo, desenmascarándose y combatiéndose mutuamente.

    Mientras Wagner componía ‘Lohengrin’ se ocupaba, asimismo, en ‘El anillo de los Nibelungos’ y ‘La muerte de Sigfrido’, mitológicas óperas pobladas de dioses, gnomos, gigantes, ninfas, walkirias y héroes, mezcladas con taciturnos amantes, meramente inteligentes y emotivos. Composiciones en lenguaje musical vasto y ordenado, con símbolos fácilmente identificables, no solo sentimentales sino también mentales.

    Muy significativo que ya por ese entonces hiciera por carta llegar a su discípulo Nietzsche el consejo siguiente:

             ¡Quítate las gafas del filósofo. Lo único que tiene que hacer es escuchar la orquesta.
                
( Hurn. P.N y Root, W. ‘La verdad sobre Wagner’)

    Nada en sus óperas a pensarse que Wagner estaba dispuesto a acatar la ‘complacencia musical’ de la sociedad burguesa, sino, casi religiosamente, a musicalizar pasajes de las tragedias griegas como mitológicas fábulas de la antigua Germania en tiempos de Carlo Magno. En una de sus tantas misivas desde Bonn enviadas a Cósima, su mujer, hacíale presente que no podía dirigir sus composiciones de sublimes ideales a un público perteneciente a la edad corrupta:

          …sino a una comunidad definitivamente regenerada por la música. Creo que
         esta regeneración es posible y pongo todo mi empeño en llevarla adelante.
              (Pourtalé, Guy. ‘Wagner, vida de un artista’.)

    No estaba dispuesto a admitir que se le tuviera por músico a secas, antes bien, por compositor de música ‘efusivamente divina’. Postura que en coincidencia con la presentación de ‘Lohengrin’ en el Teatro de la Corte de Weimar, 28 de agosto de 1850,  hizo saber a Nietzsche en breves líneas:

              ¿Qué te importa a ti, a mí, a nuestros verdaderos amigos, esta cuestión
         trivial de la popularidad? ¿Por qué le prestas la más mínima atención? Hay un
         montón de cosas de las que podemos ocuparnos.

             
(Koch, Max. ‘Richard Wagner’)  

    Ya estaba en el temperamento musical de Wagner algo así como el todopoderoso legislador del arte, de la música y la vida.                                 

    Pero la amistad intelectual y hasta personal entre Wagner y Nietzsche había de fragmentarse con el estreno de Anillo de los Nibelungos’. En esta ópera, Nietzsche, desde su análisis esquemático, observaba la ausencia del elemento puramente humano, la intencionalidad religiosa, el modelo de la tragedia griega y a una maquinaria dramática no por puramente decorativa menos ociosa y chirriante. 

    Esa discordia había de continuar con ‘Parcifal’, última obra de Wagner. El símbolo de la profesión a la fe, los personajes no parecidos a la vida real, los hechizos capaces de ver a través del mundo, la castidad del amor, la muerte del cisne, el alma del mago, los parlamentos primitivos y la idea básicamente budista; todas líneas operísticas por medio de las cuales Nietzsche creyó percibir a Wagner desorientado en ideales quiméricos:

                En la tentación de abandonarse y en la resistencia a la tentación hay
         también para él peligros; peligro en la repugnancia que experimenta hacia los
         medios modernos de proporciones goces y consideración; peligro en la cólera
         que se resuelve contra las satisfacciones egoístas del hombre moderno.
         Tratemos de comprender lo que siente cuando logra un éxito parcial,
         fracasando siempre en el conjunto, cuando el hastío se apodera de él y trata
         de huir, cuando no encuentra refugio y se ve siempre obligado a volverse,
         como si fuera uno de ellos, hacia los bohemios y desterrados de nuestra
         sociedad civilizada.
             
( Koch, Max. ‘Wagner’.)

 

    Tras ‘Parcifal’ Inevitable la ruptura amistosa de Nietzsche con su maestro. Fue el primero en decir que Wagner expresaba en la ópera no el musical sentimiento alemán, antes bien, la hipocrecía religiosa, el espíritu esclavista más un excesivo diletansimo mitológico:

              Wagner es un enfermo…Wagner es una gran ofensa para la música…

         Wagner hace retroceder el lenguaje a un estado primitivo, en que no

         sirve aun para expresar ideas. La intrepidez que Wagner revela qué impulso le

         animaba a seguir su guía fantasmal y mitológica.
              (Nietzsche, F. ‘Richard Wagner en Bayreuth’.)

    Y en 1873 pasó a detallar en uno de sus escritos los motivos de su odio a Wagner:

         … no podía convencerme de que Wagner creyera en otra cosa sino en sí
         mismo, y quienquiera que solo cree en sí mismo ha dejado de ser honesto con
         su propio yo.
             
(
Nietzsche, F. ‘Humano demasiado humano)

    Cuando escribió esto, Wagner, de espalda a las románticas escenas alemanas y parisinas, tenía la plena convicción en la insuficiencia de la historia para los fines del arte musical.  Como Renan y Taine, sentía que la vida moderna es contraria a la misión creadora del hombre, pasiva, huérfana de voluntad y, por tanto, deshumanizadora. Sentía que el hombre estaba convirtiéndose cada vez más en siervo de la vida, cuando su destino, dueño y señor de la vida. Sentía, finalmente, que la divergencia entre la acción y el pensamiento proyectaba al hombre hacia la plena destrucción.

         A pesar de sus diatribas, Nietzsche no era del todo injustificado en sus comentarios sobre Wagner, pues le tenía por maestro de los grandes dramas musicales. Rescataba de su poderosa inteligencia sinfónica melodiosas pasiones y armonías delicadas, y, por igual, no indeterminada ni fugaz, antes bien, animada de una pasión irresistible y rigurosamente individualizada.

        Wagner dejó sentir en sus textos operísticos el corazón de Alemania, no obstante las opiniones en contrario de Nietzsche, la calidez de la lengua materna en sonidos cordiales y sinceros, vigorosa en el ritmo como así en el abundante caudal de locuciones populares y proverbiales. Amó su lengua como ningún otro alemán, hecha la excepción de Goethe, y por lo mismo sufría la degeneración, el empobrecimiento y las mutilaciones del vocabulario. De ahí, cada palabra de sus óperas como si espiritualizada, perfectamente clara, al mismo tiempo iluminada y transfigurada por la música.