Revista mensual de publicación en Internet
Número 57º - Octubre 2.004


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SEVILLIAN WARS
CAPÍTULO II: LAS GUERRAS DE LOS CLONES

Por Fernando López Vargas-Machuca.

 

 Retomamos la serie iniciada en el número anterior en torno a la muy belicosa situación musical en la capital andaluza volviendo la mirada atrás para entender las actuales circunstancias de dos organismos que han venido desarrollando un largo historial no sólo de serios problemas internos, sino también de de encuentros y desencuentros entre ellos, y que ahora se ven obligados, mal que les pese, a unirse en un matrimonio no por necesario menos forzado. Nos referimos, claro está, a la Real Orquesta Sinfónica de Sevilla y al Teatro de la Maestranza. Entidades que a pesar de su diferente naturaleza poseen una configuración en cierto modo similar, clónica si se quiere: ambas fueron creados al hilo de la Expo´92 (la ROSS ofreció su primer concierto en enero de 1990, el Maestranza se abría pocos meses más tarde) como hitos culturales de la puesta al día que por entonces realizaba la ciudad, ambas van a conocer un muy caluroso apoyo del público, ambas van a depender de manera directa de las decisiones -y de las interferencias- de la administración pública, ambas van a carecer de un proyecto claramente definido y con visión de futuro, y ambas van a mostrar con el paso del tiempo determinadas insuficiencias que han terminado obligando a dar un golpe de timón cuyos inciertos resultados aún no podemos prever.

La Sinfónica fue creación en gran medida del croata Vjekoslav Sutej, reuniendo a un grupo humano de variopinta procedencia para formar una orquesta que dejó anonadados, por su calidad, a los habituales de la muy modesta Bética Filarmónica. Se hizo pronto con un importante número de abonados gracias a un elevado nivel técnico, a una programación basada en el gran repertorio y a unos precios muy asequibles. Eso sí, se echaban de menos más nombres de categoría en el podio, mientras que el maestro Sutej, formidable recreador de Prokofiev y Stravinsky, no era el más adecuado para que la formación se entrenara en el lenguaje del clasicismo y del primer romanticismo. Quizá fuera el excelente Così fan tutte que ofreciera en el Maestranza la mayor baza a favor de Klaus Weise para que resultara escogido como nuevo titular en 1996. El alemán, músico de incontestable talento, se mostraría como un kapellmeister espléndido para el gran sinfonismo germano, pero en poco tiempo la situación se fue deteriorando. El peculiar temperamento de Weise, sus problemas personales y sus difíciles relaciones con el gerente Francisco Senra terminaron dejándose notar en los resultado artísticos. A todo esto los integrantes de la orquesta empezaron a evidenciar su carácter de grupo humano problemático, mezclándose sus reivindicaciones laborales en todo un laberinto de intereses que alcanzaría una gran repercusión pública a través de los virulentos ataques de la prensa tanto hacia Weise (desde ABC) como hacia Senra (desde El Mundo). Cobraba fuerza, además, la hipótesis -tajantemente desmentida por el gerente- de que al maestro lo había impuesto la por entonces alcaldesa Soledad Becerril. Una entrevista realizada por EFE en la que el músico, sin pelos en la lengua, dejaba bien claro cuáles eran sus personales puntos de vista  terminó acelerando la despedida "a la francesa" del polémico titular.

Vino entonces la decisión más controvertida de Senra: contratar al veterano y muy prestigioso pero un tanto venido a menos Alain Lombard. La decisión no pareció sentar bien a varios críticos locales, que habían manifestado sus preferencias por otros candidatos. De hecho, resultó muy significativo que desde el mismo día posterior al nombramiento ya se podían leer comentarios irónicos y despreciativos hacia el maestro parisino, incluso por parte de periodistas que no ejercen la crítica musical. Muchos sospechábamos ya entonces que su suerte estaba cantada. Y así fue. Tampoco es que Lombard hiciera mucho por ganarse al mundo sevillano. Su técnica estaba fuera de toda duda, pero su continuamente cambiante personalidad musical, que le llevaba a ofrecernos de lo mejor y de lo peor en una misma velada, tenía a su vez reflejo en unos criterios como director artístico desconcertantes. Así por ejemplo, nunca podremos comprender por qué no hizo público su planteamiento de hacer un recorrido por la historia de la música a lo largo de tres temporadas; de haberlo hecho, quizá no le hubieran llovido las acusaciones de conservadurismo con respecto a las dos primeras, mientras que se hubiera comprendido mucho mejor la airada reacción del nuevo y efímero gerente, Luis Miguel Rufino, al saber que para la tercera y última (nunca materializada, sustituida por otra preparada por Juan Luis Pérez) se programaba un elevadísimo número de obras del siglo XX de esas que asustan a los abonados.

Claro que había otros problemas. Por ejemplo, el manifiesto descenso del nivel técnico -de la cuerda sobre todo, ya que el metal nunca fue gran cosa- de una orquesta que sólo en determinadas ocasiones sonaba con la redondez deseable. O la falta de una política de grabaciones coherente e interesante (lo mismo se registraban pasodobles y marchas de Semana Santa para un sello local que, por duplicado, el Concierto de Aranjuez para Sony). O el altísimo coste que supone seguir pagando el alquiler del antiguo Cine Apolo -su primitiva sede, de singular acústica- por carecer de otra sala de ensayos. O la difícil convivencia con el Teatro de la Maestranza, que en función de sus producciones operísticas dejaba para los programas de abono de la ROSS las peores fechas del calendario. O la insatisfacción por parte de los profesores de la orquesta, manifestada en la marcha de varios de ellos a otros destinos que les parecían más interesantes y, finalmente, en una sucesión de reivindicaciones laborales que culminaron en la tristemente célebre huelga del Otello dirigido por López Cobos. Estos últimos acontecimientos precipitaron la marcha del ya muy quemado gerente Francisco Senra, quien a lo largo de diez años de gestión había mostrado prudencia y honradez, pero también falta de habilidad para lidiar a dos bandas con músicos y administraciones públicas, amén de cierta escasez de aspiraciones artísticas para llevar a la orquesta más arriba de donde él mismo había contribuido a colocarla. Los políticos de turno colocaron en su lugar al citado Rufino, un gestor decidido a sanear la orquesta a base de recortar gastos presuntamente innecesarios (bochornosos los programas de mano editados bajo su supervisión) y de atraer al público a base de repertorio muy tradicional ("el concepto de cultura está pasado de moda", se le oyó decir).

No casualmente, aunque sí de manera bastante paradójica, Rufino encontró el apoyo de la prensa más hostil a Lombard. Y éste, probablemente hastiado por ver que no lograba llevar a cabo -por causas propias o ajenas- su proyecto para Sevilla, no dejaba de precipitar su propio fin con una serie de bajas por enfermedad no siempre justificadas: cuando se descubrió la vergonzosa circunstancia de que una de las noches en que faltó a sus compromisos en Sevilla estaba dirigiendo en Verona, no quedaba más remedio que prescindir de su figura. Al final terminó despidiéndose él mismo -nunca mejor dicho- "a la francesa", repitiendo una situación que parecía clónica de la protagonizada por Weise pocos años atrás. Eso sí, quedaba un contrato de por medio y al final el maestro se ha largado con una compensación económica cuya magnitud, que no ha trascendido al público, presumimos muy elevada. Bochornoso para todos los implicados. Así las cosas, estaba claro que hace falta contar con nombres nuevos y con un planteamiento distinto, más ambicioso y arriesgado. Y en ese momento llega Juan Carlos Marset, nuevo Delegado de Cultura del Ayuntamiento, con los Halffter de la mano... Pero de eso hablaremos más adelante, una vez que en el próximo número de FILOMÚSICA hayamos hecho un repaso de las vicisitudes ese otro gran organismo musical sevillano del que hablábamos al principio: el Teatro de la Maestranza.