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Número 57º - Octubre 2.004


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NOVICIAS VICIOSILLAS

 

Jerez, Teatro Villamarta. 8 de octubre. F. A. Barbieri: Mis dos mujeres. R. Delaria, F. Calero, L. Cansino, A. Roy, M. López Galindo, F. Matilla. Coro del Teatro Villamarta: Ángel Hortas, director. Orquesta Manuel de Falla; Carlos Cuesta, director. Francisco Matilla, director de escena. Producción de Ópera Cómica de Madrid.

Por Fernando López Vargas-Machuca.

Nadie se asustó en el Villamarta cuando un grupo de jóvenes novicias, al tiempo que cantaba una inspirada página salida de la pluma del injustamente olvidado Francisco Asenjo Barbieri (1823-1894), empezó a realizar ciertas prácticas lésbicas que incluían una ración de sadomasoquismo y algún que otro furtivo "cunilingus", para después perseguir y abusar de todo caballero que se les ponía a tiro (¡incluso del director del coro!). Claro que, aunque el lector haya imaginado lo contrario, quien movía la escena no era el inefable Calixto Bieito, sino el mucho más tradicional Francisco Matilla -uno de los fundadores de Ópera Cómica de Madrid-, así que el atrevimiento, realizado con desparpajo y buen gusto, resultó de lo más simpático y divertido hasta para las numerosísimas señoronas mayores que llenaban las butacas del teatro. De hecho, esta recuperación de Mis dos mujeres ha sido uno de los mayores éxitos zarzuelísticos que ha conocido el teatro jerezano en los últimos años: pocas veces se ha visto al público salir más feliz y radiante. Y eso que el director de orquesta se mostró más bien vulgar y que entre las voces había de todo.

¿Dónde radicaba, pues, el secreto de semejante éxito? En dos circunstancias diferentes. En primerísimo lugar, en la calidad de una partitura que, no alcanzando ni de lejos a ese auténtico prodigio que es El barberillo de Lavapiés, muestra una felicísima inspiración melódica y un buen dominio del lenguaje por parte del aún joven Barbieri, incluyendo un apreciable aroma belcantista y algún que otro hallazgo de considerable magnitud. A todas luces resulta injusto el olvido a que se viera relegada tras su exitoso estreno en Madrid, en el Teatro Circo, el 26 de marzo de 1855. De hecho es una página muy superior a otras del mismo género a las que, en esta fiebre por recuperar títulos de zarzuela sin atender a su calidad -el último ejemplo es el bodrio de Chapí El asombro de Damasco-, se está dedicando mucho mayor esfuerzo y atención por parte de musicólogos "políticamente correctos" y teatros "comprometidos con nuestro patrimonio lírico".

En segundo lugar, el triunfo vino dado por una propuesta escénica que resultó estupenda dentro de su evidente sencillez. El citado Matilla nos había ofrecido en el Villamarta numerosas producciones de zarzuela, algunas bastante dignas y otras francamente mediocres. Aún se recuerda aquél terrible Dúo de la Africana en la que él mismo se encarnó, con escasa fortuna, al emblemático personaje de Querubini. Pero hete aquí que con Mis dos mujeres ha realizado una labor fenomenal, puliendo el notable libreto de Luis Olona -ambientado en época de Carlos III- y transformando el personaje del criado Blas en una suerte de Cupido venido a menos que, lanzando flechas de amor a diestro y siniestro, terminaba complicando las vidas de Don Diego y sus dos esposas: la Condesa del Segura, casada con él en secreto, y la joven novicia Doña Inés, con quien se ve obligado a realizar un casamiento fingido para cumplir las órdenes del monarca. Un Cupido interpretado con singular gracia por el propio Matilla y que, con numerosas morcillas musicales y verbales que no llegaron a salirse de tiesto, se ganó al respetable desde el primer momento.

Globalmente los protagonistas se desenvolvieron con cierta soltura en escena, pero en el terreno musical los resultados no fueron tan felices. En el rol de Don Diego, Luis Cansino -sustituyendo al inicialmente previsto Luis Álvarez- mostró una buena línea de canto y una encomiable entrega dentro de su monocordia e impersonalidad. Francesca Calero se limitó a cumplir como la Condesa, mientras que la joven Ruth Delaria, una tiple "a la antigua usanza" por voz y por estilo, se mostró muy tirante y gritona en su belcantista entrada, aunque luego estuvo muy digna en su romanza -aria más bien- del segundo acto. Del tenor asturiano Alejandro Roy esperaba más  quien esto suscribe: su voz de lírico puro, que parece haberse ensanchado desde su Almaviva cordobés de hace un par de temporadas e incluso correr ahora con mayor facilidad, prestó acentos viriles al personaje de Don Félix, pero no se mostró tan sensible ni tan atento al matiz como en la citada ocasión. Estupendo el bajo Miguel López Galindo, eterno secundario de lujo en tantas óperas y zarzuelas de nuestra geografía. El coro femenino, que conoce en esta partitura numerosas y decisivas intervenciones, estuvo francamente mal. Tampoco se lució la plana y rutinaria batuta de Carlos Cuesta, aunque dirigió con cierta gracia y obtuvo un digno rendimiento de la Orquesta Manuel de Falla, conjunto que, por cierto, debería poner a punto sus primeros atriles: hubo un solo de violonchelo que dejó mucho que desear.

Sea como fuere, la fantástica labor de Matilla y su equipo y la pródiga inspiración de Barbieri nos hicieron pasar una formidable velada, digno preludio de una temporada lírica hecha con cuatro duros (el recorte presupuestario de este año ha sido de verdadero escándalo) pero que promete lo suyo por variedad y calidad: Traviata con Gallardo-Dômas, Segismundo de Tomás Marco, la producción de Butterfly a cargo de Lindsay Kemp, La nariz de Shostakovich, Trouble in Tahití de Bernstein y un Don Giovanni con los dos Carlos (Álvarez y Chausson). Ahora sólo falta que los políticos se pongan de acuerdo para garantizar la continuidad del teatro jerezano. Como no lo hagan y la cuestión económica siga así, podría echarse el cierre.

 

Web del Villamarta: www.villamarta.com