Revista mensual de publicación en Internet
Número 50º - Marzo 2.004


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PINTURA Y POESÍA, EXTREMOS DE LA MÚSICA
Rubén Darío – Juan Ramón Jiménez

Por Alfredo Canedo (Argentina).


Juan Ramón Jiménez

    Si las artes tienen límite habrán de ser históricos pero no estéticos. Un indicio, la diferencia entre dos géneros de pintura aun infinitamente mayor a la de la pintura de la música y la poesía. De resultas, el sentido universal del arte es de borrar las limitaciones y usar juiciosamente lo característico de cada género; prueba de esto, las formas e imágenes tratadas por la pintura, música y poesía con influencias recíprocas y secretas maravillas dentro de la misma unidad espiritual. Por eso, ningún desatino o ligereza afirmarse que la música es análoga a la poesía en emociones cantadas y rimadas, y la pintura a la música y poesía en acordes o armonías de colores. Si no basta

con una mirada en la actividad de los creativos. El poeta como el pintor en vuelo audaz descubre en colores lo ingenuo, lo precioso más los impulsos interiores de alma y de las cosas, el compositor, por su parte, utiliza las imágenes frescas y resplandecientes en el poema y la pintura de estímulo a la propia imaginación musical. Tal cuestión es para sugerir entonces que el hombre sin inclinaciones a la música ni a la pintura nunca podrá en verdad sentirse un auténtico poeta.

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    La visión plástica, sobre todo la de los bajosrelieves, fue inspiradora de Rubén Dario, pues, a poco de leerse su obra, le ha sugerido emblemas y símbolos a la manera pitagórica de las ciencias ocultas.

    Este espíritu del arte no fragmentado sino universal estaba en la obra de Darío. De ahí, una exageración decir, por ejemplo, que el poema  ‘Heraldos’ fue escrito al correr de la pluma, cuando algunas breves estrofas como ‘Mía, y dice mía’  de modulación y tonalidad musical propia al canto, ya por el juego de las sílabas, el sonido y color de las vocales.

    La misma correspondencia de la poesía con la música en ‘Sinfonía en gris mayor’, cuyo título el poeta nicaragüense tomara de la ‘Sinfonía en blanco mayor’ del libretista para canciones Théophile Gautier:

                   El viento marino descansa en la sombra

                   teniendo de almohada su negro clarín.      

     En esta obra, Darío usó por momentos el alejandrino en otros el endecasílabo con la intención a que el lector disfrutase de los arrebatos líricos y musicales de sus versos.

    Vinculó la poesía a la música en ‘Azul’ con danzas de los cisnes, chivos y las fieras, además de otros fascinantes pasajes al canto de Orfeo en busca de Eurídice. Esa misma vocación rubeniana a no fragmentar la poesía de la música en ‘Marcha triunfal’, con sensaciones auditivas en el rumor de clarines y la sonoridad de las palabras casi wagneianas.

     Otra de las heredades de la poesía del nicaragüense, aun la exótica y rara, la pintura.

    Darío admiró la pintura de Alberto Durero. Señal de esto, su poema ‘Palabras de la satiresa’, cuyos versos como si inspirados en ‘La familia del sátiro’, uno de los más hermosos cuadros del pintor y grabador alemán. Ha visto aquél en la pintura de Durero el misterio del sol, de la selva y alegría, más los sátiros de la naturaleza humana y animal; todo confundido en este verso rubeniano:

                    Era una satiresa de mis fiestas paganas.

     En ‘El retorno de Perséfone al Olimpo’, simbólica pintura de René Ménard, las representaciones al misterio órfico, a la inmortalidad del alma, a Hermes, Apolo, Demeter y al mito corintio Belerefonte en el vaso. Darío hizo de esas ilustraciones pictóricas una copia libre en augurio favorable o divino; al menos así en su precioso poema ‘Pegaso’, ciertamente paralelo a la pintura de Ménrad.

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     En Juan Ramón Jiménez la pasión al color ha ocupado un lugar importante en su obra poética. Si se hiciera un recuento de su

poesía, asombraría ver que no hay verso sin adjetivos y sugestiones pictóricas. De las varias series de tonalidades usadas por el poeta español, más frecuentes el rojo, el blanco, el oro, el dorado, el topacio, el azul, el verde y negro. Nada de colores quebrados sino brillantes, lucientes, nítidos, puros, vividos y frescos; todos envueltos en un aire diáfano y cristalino, además de íntimamente relacionados con la elección de palabras magníficas y algo suntuosas.  

    En sus poemas ‘Nocturnos’, ‘Jardines místicos’ y ‘Jardines dolientes’ lo bello es zafiro, marfil, plata, oro y rubíes; y en ‘La estrella del pastor’, ‘La balada de primavera’, ‘Melancolía’, ‘Rosa de Sangre’, ‘Alma de violeta y ‘El alma encendida’ el amor y los pesares descriptos como si perlas, blancos claveles, fuente de rosas, terraza de rosales o nubes de incienso. Abundancia de colores, pareados, difusos  o repetidos insistentemente, por donde Juan Ramón Jiménez con interposición de metáforas ornamenta y refleja el espíritu de personajes, como así los rasgos formales de paisajes y cosas.

    El poeta sin fiebre musical nunca dará la impresión de hablar en nombre de su espíritu. Tal no es el caso de Juan Ramón Jiménez, quien hallaba en lo acústico la manera de intuir actitudes, elementos y emociones en versos diáfanos, emotivos y placenteros.

    A sus más ambiciosos poemas precedió en dedicatorias a Beethoven, Schubert, Mendelshon, Gluck, Schumann con metáforas musicales, sensaciones cromáticas, sentimientos melancólicos e imágenes sensuales.

    Poemas musicalmente sonoros, al menos más representativos, ‘La balada de la mañana de la Cruz’ donde en cuatro estrofas, de entre muchas otras, se lee:

                   Flauta y tambor sollozarán de amores,

                   La mariposa vendrá con su ilusión…

                   ¡Ella será la virgen de las flores

                   y me querrá con todo el corazón!

    Otro poema muy característico y bello ‘La soledad sonora’  con marcado sentimiento musical:

                   Nacía, fría, la luna, y Beethoven lloraba,

                   bajo la mano blanca, en el piano de ella…

                   En la estancia sin luz, ella, mientras tocaba,

                   morena de la luna, parecía más bella.

    La trilogía ‘Pastorales’, ‘Jardines lejanos’ y ‘Arias tristes’ es absolutamente musical, melodiosa y vaga con un fondo romántico bien visible; habiendo merecido de Antonio Machado ponderaciones al sentido poético y musical de Jiménez:

          Usted ha oído los violines que oyó Verlaine y ha traído a

    nuestras almas violentas, ásperas y destartaladas, otra gama de

    sensaciones dulces. Usted continua a Bécquer, el primer renovador

    del ritmo interno de la poesía española, y le supera en su suavidad.

    (1)

     Es que en sus poemas muy notable la acentuación musical en pasajes melancólicos, galantes y dolientes, ya con tonos de campanas, de coplas, de cantos populares andaluces o de arias de aparente sencillez.  

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(1) Machado, Antonio. ‘Obras completas’.