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Número 5º - Junio 2000


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"LA PEQUEÑA CRÓNICA DE ANA MAGDALENA BACH"

Por Eusebio Ortega Cerezo

  El libro al que me refiero en el título pasa por ser un texto anónimo del que, como mucho y siendo benévolo, se abrigarían muchas dudas de que hubiera sido escrito por la segunda esposa de Johann Sebastian Bach. Esto ha sido así, al menos en el ámbito de la lengua en castellano, donde el engaño ha llegado a calar tan hondo como para despistar a un autor tan lúcido e informado como Enrique Martínez Miura. Tal es así que en la introducción a su libro sobre Bach (Ediciones Península, primera edición: abril de 1997) califica al texto que estamos analizando como falso, y un poco más abajo como fuente espuria ya que “La pequeña crónica...” habría sido fantaseada a partir del libro de Forkel -Leipzig, 1802; existe traducción al castellano de Adolfo Salazar, Méjico, 1950- y sirve únicamente como testimonio del aumento del interés por Bach en el mercado editorial de los primeros decenios del siglo XIX. Confieso que tras la lectura de la supuesta autobiografía, también yo pensé algo similar. Tuve claro desde el principio que el autor del libro debió ser un personaje que viviera en el siglo XIX. Y es que el texto está salpicado de imágenes románticas, como aquella en la que un joven y brillante alumno del Kantor de Leipzig agoniza mientras este sujeta entre sus manos las del moribundo. Hay que descubrirse ante la autora del texto -lo narra en primera persona una mujer- porque es mérito suyo el haber conseguido colocarnos tantas pistas erróneas de la gran pista errónea, a saber, la de la autoría, porque no puede ser casual, no debemos suponerlo así, la elección de un determinado tono para contextualizar un relato, la elección de un determinada estética.

  Por que el texto del que estamos hablando no es anónimo, y si alguna razón ha debido tener la Editorial Juventud -octava edición, 1998, traducción del alemán de Carlos Guerendiain- para mantener al lector español sometido a este engaño, cuesta sostener que ésta sea la ignorancia -no puede haber tanta-, ya que tal y como puede leerse en la solapa, este libro, cuya primera edición apareció en Alemania en forma anónima,... no parece tener precisado ni el siglo de su aparición en el mercado, no ya la identidad de su autor. Quizá porque es más romántico así, o porque se vende mejor un libro cuya autora podría ser la esposa del personaje biografiado.

  Hubiera sido preferible que la editorial española se comportara con más seriedad. Porque sí, “La pequeña crónica...” tiene una autora, pero no es Ana Magdalena, sino Esther Meynell, que pasa por ser una musicóloga inglesa, y que publicó el libro en inglés en 1925, de forma anónima, aunque ante el éxito de ventas obtenido, se dice que se vio obligada a reconocer su propia autoría y desde entonces se publica así, tal y como sucede con las traducciones francesa y alemana que pueden adquirirse hoy en día en los países en los que se hablan estas lenguas. En el caso especifico del idioma alemán, la traducción más antigua que he podido hallar data de 1957, de forma que me temo que ni la primera edición del libro apareció en Alemania, ni se trata, aunque lo parezca, de un testimonio del aumento del interés por Bach en el mercado editorial de los primeros decenios del siglo XIX.

  Reconozco que la lectura del texto me resultó en ocasiones irritante, ya que está lleno de detalles de los que, aún teniendo a la fuente documental por cierta, habría que poner en duda, como es el caso del final de la narración, donde J.S. Bach una vez ciego, recupera la vista unos instantes para contemplar por última vez a su amada, antes de morir -otro cuadro genuinamente romántico. Pero quizá no anda tan mal encaminada Esther Meynell, ya que si bien la anécdota resulta en apariencia fantasiosa, sería por otra parte reveladora del amor que ambos esposos se profesaban, conclusión a la que ninguno de los biógrafos de Bach, anteriores a Klaus Eidam, habría llegado salvo este mismo -vease el Capítulo VI de “La verdadera vida de Johann Sebastian Bach”, Siglo XXI editores, primera edición: diciembre de 1999- y la propia Esther Meynell, aunque en este caso de forma poética.

  De manera que parece ser que, pese a nuestros propios prejuicios, “La pequeña crónica...” tiene una autora, que es posible que en algún caso se dejará llevar por la fantasía pero que se documentó bien para llevar a cabo el trabajo que realizó -en definitiva, una suerte de novela histórica-, hasta el punto de que fue ella la que en primer lugar contradijo a todos los anteriores biógrafos de Bach, y a los posteriores hasta Eidam, sobre determinados aspectos de la “bondad” de su estancia en Leipzig. Léase a tal efecto, el final del capítulo XVIII de la obra citada de Eidam.

  De manera que, y esto lo digo a modo de colofón, si bien no podemos, por la forma que presenta, catalogar al libro como una buena fuente documental, deberíamos al menos otorgarle el respeto de lo que en el fondo es: una historia novelada y bastante bien documentada.